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En busca de la luz

Hasta finales de agosto permanecerá abierta la décima exposición de este creador graduado de la Escuela Nacional de Arte

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«La pintura de Orlando Barroso tiene vasos comunicantes con las obras de Alma Tadema, los prerrafaelistas ingleses, los pintores franceses de Corte y algunos maestros medievales y renacentistas, lo que hace de este artista un auténtico “raro” en la plástica cubana. (...) Sus oleos son de excelente factura, profundamente enigmáticos, y de suprema belleza». De esa manera describe Gina Picart la propuesta artística del reconocido pintor Orlando Barroso González, cuya exposición En busca de la luz se encuentra abierta al público en la galería del Palacio del Conde Lombillo, en La Habana Vieja, y quien dialogó sobre su quehacer, en exclusiva con JR.

«Mi pasión por la pintura, ese deseo, el estímulo que no se puede controlar, apareció en mí desde pequeño. Entonces, me pasaba el tiempo tirado en el piso dibujando. A pesar de que mi mamá quiso que estudiara en una academia, fue mi padrastro, quizá para congraciarse con ella (sonríe), quien me montó en un carro y me llevó para que hiciera las pruebas en la Escuela Vocacional de Arte (EVA) Juan Pablo Duarte, de Güira de Melena», cuenta Orlando, nacido en 1974, que con Buscando la luz perteneciente a la serie Juegos medievales, llega a su décima muestra personal.

Descubrir la EVA apasionó tanto a Barroso que decidió entrar luego a la Escuela Nacional de Arte (ENA), donde se graduó en 1993. «Tanto me lo propuse que preparé cuatro carpetas con más de mil trabajos. Y es que disfrutaba al máximo todo lo que aprendía, que no me importaba amanecer si me hallaba pintando. La EVA me motivó a pintar a todas horas, y a esforzarme, estudiar. Sin embargo, reconozco que en la ENA ese entusiasmo se me desinfló un poco».

—¿Qué sucedió después de que te graduaste?

—Estuve como seis años desvinculado de la pintura. Eran los tiempos del período especial en que me vi obligado a aprender muchos oficios. Me convertí en barbero, jardinero..., pero también vendí croquetas en un mercado, mermelada en la calle. Pude hallar un trabajo en una guarapera que me dio estabilidad económica, pero a los cuatro años me dije: comeré tierra, pero tengo que pintar.

«Así empezaron las exposiciones, al estilo de Espacio interior y Visión existencial, lo cual me permitió reencontrarme con aquellas vertientes que me atraparon desde que estaba en la EVA. No sabía si funcionaría, si me daría de comer, pero estaba convencido de que ese era mi camino.

«A medida que retomé la pintura, me dispuse a visitar los museos, a observar con atención el quehacer de mis colegas, y se me fueron abriendo más los horizontes. Comencé a recibir tantas informaciones, que tenía la impresión de que regresaba al mundo nuevamente. Hubo un momento en que estuve tentado a hacer una obra más impresionista, por ejemplo, pero siempre terminaba en mis colores, en mi gama. Luego realicé una serie de cuadros donde se apreciaban elementos de la cultura asiática, persa, porque me gustan los idiomas sagrados, me fascina esa literatura, al igual que el mundo fantástico de las hadas. Poco a poco me fui reencontrando.

«Desde el punto de vista técnico me mantengo estudiando la escuela de Rubens, de los alemanes, de los países bajos, de los prerrafaelistas... Ellos nos entregaron la pureza de los colores; nos dejaron una obra, una poética contundente. Esos maestros ya no están, pero sus obras permanecen. Ahí está intacto el blanco de Rubens, lo que no sucede con el de los impresionistas, que se ha vuelto opaco, medio gris. Ese blanco inmaculado es consecuencia de la aplicación de una técnica precisa, muy rica, en la cual he ido profundizando durante todos estos años, y no solo para que la obra se conserve mucho mejor, sino porque el resultado final quizá pueda interesar, inspirar a otros a continuar indagando sobre esa manera de pintar.

«Y no digo que este sea el modo de llegar a la pintura verdadera. Mas es indiscutible que si la obra no ejerce ese poder casi místico, lo mismo cuando vives el proceso de creación que cuando se enfrenta al espectador, entonces es porque algo le está faltando al arte, o a los artistas, quienes no deben, en mi opinión, alejarse de las raíces, ni olvidarse de esa notable plataforma que esos grandes maestros nos legaron».

—¿Cómo llegaste a la esencia de esos grandes maestros?

—Por medio de la restauración. Ese arte antiguo me obligó a estudiar a conciencia el poco material —porque no existe mucho— escrito por algunos autores alemanes e ingleses. Asimismo, me hipnotizó el libro de Rubens, por el que se guiaban sus alumnos en su taller, donde explica el uso de cada color, la manera como se debía de preparar la tela, etc.  Estudiando estos libros recibí como una revelación. Supe que podía pintar como ellos, después de restaurar cuadros mexicanos anónimos, de Sosabravo, de Romañach... Decidí que pintaría de esa manera, como mandaban esos textos. El resultado era tan impresionante, poseía un encanto tan particular, que me animé a seguir adelante.

—¿Qué persigues cuando expones tus cuadros en los que cuidas tanto la forma, la belleza?

—Si bien me interesa que se extasíen con los colores, la composición, con el rigor técnico con que han sido concebidos, lo que persigo es hacer reflexionar al público sobre sus principios, sus valores como seres humanos; moverlos a analizar su vida interior, su propio yo. La gente está tan enfrascada en lo material que a veces olvida su mundo interior. Yo me conformo con que quienes observen mis cuadros se pongan a pensar sobre sí mismos, sobre su modo de actuar, sin que estos cuadros dejen de ser para ellos, como decía Delacroix, una fiesta para los ojos.

—Tus lienzos, muy barrocos, evidencian un elevado nivel de virtuosismo. Supongo que exigen de ti mucho tiempo a la hora de elaborarlos...

—En realidad cada uno me toma dos o tres meses, aunque no soy un pintor holgazán, que espera a que le baje la musa para pararse frente al lienzo. Pinto todos los días y hasta altas horas de la noche, independientemente de si tengo ganas o no, de si estoy enfermo, me duele la cabeza o tengo un cálculo en los riñones, como ha sucedido. Y no es que sea heroísmo, se trata de que como mejor me siento es pintando.

—¿De qué manera concibes tus exposiciones?

—No soy de los que trabajan para una exposición. Generalmente van apareciendo las ideas y no dejo de pintar. Pienso que en el caso de Buscando la luz la curaduría de Yuraidys Castellanos Coello fue muy precisa. Todas las piezas (en total nueve cuadros de gran formato) evidencian esas batallas que se producen en el ser humano para poder encontrar la luz, al tiempo que propician una conversación de alma a alma, de espíritu a espíritu, cuando el espectador se detiene a observarlas. Creo que Buscando la luz es una exposición coherente, tanto desde el punto de vista formal como de su discurso. Mas eso no siempre se consigue, aunque tengas varias piezas que versen sobre un tema determinado.

«Es cierto que pinto mucho pero no produzco tanto, porque cada obra demanda mucha entrega de mí. Ahora mismo estoy enfrascado en un nuevo proyecto que se titula Las hijas de Eva, y del cual ya tengo listo un cuadro nombrado Eva en su gloria, que nos remite inmediatamente a Cuba, a nuestro contexto. Será una serie que mostrará los conflictos de diversas mujeres, pero también su paz, su equilibrio interior. No obstante, no sé si finalmente servirá para una exposición, aunque no me detendré, porque necesito expresar muchas cosas».

—Te mantienes apegado a la pintura más ortodoxa, que se rige por determinados patrones, lo cual te convierte, como enfatiza Gina Picart, en un «auténtico “raro”»...

—Mira, a mí me parece magnífico que cada cual asuma el arte como lo considere pertinente. Por supuesto que no estoy en contra de ninguna tendencia, si alguien quiere hacer un performance, una instalación o lo que sea, perfecto.

«Ahora bien, creo que no se debe desconocer todo ese arsenal, ese bagaje que nos dejaron los maestros. No me parece bien, por ejemplo, que en los programas no esté una asignatura como Anatomía artística, que te permite dominar la figura humana. Es como si en Periodismo no te enseñaran a hacer un lead, que es la base, lo elemental... Solo después que la dominas es que puedes ser verdaderamente creativo, más libre desde el punto de vista técnico y de las ideas».

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