El maestro Frank Fernández en una de sus tantas actuaciones con la Orquesta Sinfónica Nacional Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 05:10 pm
Poder acompañar a Frank Fernández a algunas de sus actuaciones fuera de la capital, es un lujazo que no se da todos los días. Máxime cuando la «aventura» involucra a la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) con el maestro Enrique Pérez Mesa a la batuta. La oportunidad más reciente la tuve cuando el Premio Nacional de Música viajó hasta la siempre bella y generosa Perla del Sur para ofrecer sendos conciertos: el primero en el altivo la tierra del Benny Moré.
Todavía escuchan mis oídos las largas y calurosas ovaciones que les tributara el público cienfueguero, agradecido por la selección de un programa que inició con la Obertura Festiva de Shostakovich, interpretada de modo impresionante por una OSN que luego desbordó pasión y fuerza expresiva en una obra tan compleja como el Huapango, de José Pablo Moncayo (para muchos el segundo himno de México), antes de convidar al escenario al hijo de Mayarí.
Con el marcado lirismo de las cuerdas que parecían multiplicarse a medida que avanzaba esa obra cumbre de José White titulada La bella cubana, Fernández inició su acto de magia, consistente en hechizar una sala, cuyo auditorio evitaba hasta respirar con tal de no interferir entre tantos sentimientos concentrados, ni con el más leve sonido.
Con el público ya enamorado, Frank hubiera podido pasar inmediatamente a esa tríada compuesta por Ernesto Lecuona que jamás deja indiferente: Danza negra, Malagueña y La comparsa. Pero siempre opuesto a transitar caminos «fáciles», seguros, prefirió antes «arriesgarse» con el Adagio del Concierto No. 23, Kv. 488, en La Mayor, de Mozart.
Es curioso, porque aunque se tenga la impresión de que escuchamos una composición envuelta en una misteriosa y profunda tristeza, Frank consigue, con esa pulsación elegante y fina que lo distingue, conmovernos y presentarnos una pieza con aires de esperanza, y hasta alegre; una pieza que evidencia la enorme humanidad que late en la música del joven salzburgués que solo logró vivir 35 años.
Como mismo sucedió en el Terry, en el Colonia el auditorio supo captar, de inmediato, la poesía que encierra el Concierto No. 23..., gracias también a los diálogos cómplices que sostuvieron el piano y la orquesta. Solo que la presentación en Lajas resultó extraordinaria. Admito que por un instante pensé que el deseo de Fernández de rendirle homenaje a El Bárbaro del Ritmo pasaría inadvertido, pero la sala se colmó con quienes se dispusieron a disfrutar de un suceso nunca antes visto allí.
Y lo disfrutaron tanto, que Modesto, vecino de Lajas, quizá más «alegre» que de costumbre, no dejó un momento de «dirigir», con la fluidez y la maestría de Pérez Mesa, a una orquesta que tuvo que reducirse y acomodarse al insuficiente espacio. De hecho, Fela, otra lajera, le confesó más tarde a Juventud Rebelde, que se mantuvo todo el tiempo en vilo. «Tenía un miedo inmenso a que se cayera el contrabajo», dijo. Pero Fela, Modesto y los pobladores de Lajas, vivieron una noche irrepetible. Primero, cuando no pudieron contener las ganas de seguir con las palmas el ritmo contagioso de La comparsa de Lecuona o del Danzón de Alejandro García Caturla. Y sin embargo, era tanto el respeto, la entrega, la sensibilidad y el amor por la música que había en aquel gesto, que emocionaban.
Mas la jornada alcanzó su clímax cuando el concertino de la OSN, Ariel Sarduy, colmó de colores el Tema de amor de Tierra Brava, que defendió con absoluta exquisitez. Luego el joven virtuoso se sumaría al colectivo para entre todos enfrentar con brío y elegancia el tema de presentación de la popular telenovela. Sin embargo, no quedó el final como estaba previsto. Porque el auditorio quería mucho más. Entonces, por insistencia del público, volvieron a aparecer Frank y Pérez Mesa en el escenario para dejar escuchar, como cierre, el Tema de amor de La Gran Rebelión. Después, de regreso a la bella capital del sur, comenzó la conversación de JR con el maestro Frank Fernández.
Conversación a dos voces
—Frank, hubo dos nuevas producciones suyas nominadas al Cubadisco 2011: Novia mía y El canto de mis abuelos...
—Efectivamente. En el caso de Novia mía, Bis Music me lo propuso. Pero fue mi esposa Alina, a quien está dedicado el disco, quien me convenció —por eso aparece en él Para Alina. Y es que ella insistía en que no debía dejar de grabar esas canciones que siempre toco cuando comparto con los amigos.
«El otro, El canto de mis abuelos, es una presentación de Colibrí (CD y DVD) y cuenta con un empaque de lujo de Moltó. Tengo que darle la razón al maestro Pancho Amat —nominado por las notas discográficas como Jesús Gómez Cairo por Novia mía—, quien asegura que en ese álbum está reflejado casi todo el mundo genético y espiritual de mi vida. Y es que en El canto de mis abuelos incluyo Dolores, una especie de bulerías con cajón flamenco, palmas y piano, que abre el CD. ¿Por qué? Porque es seguro que algo tengo de esa abuela malagueña y de ese abuelo andaluz, de esos antepasados que dejaron sus genes en mi sangre. Mas también ocupa un lugar muy importante la rumba en un tema como Guaguanpiano, donde me di el lujo de tocar con los Muñequitos de Matanzas; una experiencia que nunca olvidaré.
«También está la Suite para dos pianos, que se ha convertido en uno de mis iconos, pues ha conseguido el respaldo del público no solo en Cuba, sino además en Canadá, donde más de dos mil personas la ovacionaron de pie; en México, Costa Rica... De modo que decidí dejarla registrada.
«Creo que uno de los aspectos más interesantes del fonograma es la obra titulada Tres estados del alma, que la conforman La soledad, El amor y La alegría. A mí nunca se me había ocurrido trabajar el mundo yoruba con otro sentido composicional. Había utilizado los tambores sagrados siempre muy relacionados con su cultura, su mitología, con su religión. Fue en Cuba le canta a Serrat donde por primera vez lo empleé, en Mediterráneo, fuera de ese contexto. Y ahí están los tambores batá cantándole al amor.
«En La alegría manejo dos conceptos filosóficos fundamentales: para mucha gente la vida es un calvario; y la muerte, la felicidad. Para el resto es todo lo contrario. Entonces involucré a Pancho Terry, el mayor virtuoso del chekeré en el mundo; a Andrés Gonzalo y Yunieski Agüero en los tambores batá; y a Dreiser Durruty, cuya voz parece ser el espíritu de Lázaro Ross. El disco propone asimismo Contradanza Op. 1, inspirado en una de Saumell, la cual ahora se puede escuchar completa y se concibió para el espacio televisivo Mesa Redonda. La grabé con la participación especial de Enrique Plá tocando con escobillas una conga habanera... Este es el disco más desconcertante, más ecléctico y, al mismo tiempo, el que más refleja la diversidad en la unidad que es Frank Fernández».
—Casi acaba de llegar de México con críticas donde se afirma: «Todo lo que dice el hermoso currículo del maestro Frank Fernández es rigurosamente cierto»...
—Mira, nunca antes había viajado a Yucatán, aunque he estado más de 15 veces en México. Y sí tenía muchos deseos de ir hasta allá por dos razones esenciales. Una, porque cerca de ese estado nació la maestra del centro de mi vida y de cinco generaciones de pianistas en Cuba, Margot Rojas, veracruzana, y alumna en Nueva York de Alexander Lambert, el último alumno de Franz Liszt (el más grande pianista del mundo del siglo XIX). Entonces, tener en mi influencia pianística esos reflejos, esos recuerdos de la escuela del siglo XIX a través de Margot, ha sido una de las riquezas más grande de mi formación.
«El segundo motivo era que siempre me ha fascinado la cultura de los mayas. Pero estando en aquella tierra me llamó mucho la atención el vínculo de la trova yucateca con la cubana. Y después me pasaron muchas cosas lindas: En Mérida estaba el Ballet Nacional de Cuba, se condecoró a Alicia Alonso, y Viengsay Valdés bailó en la plaza un Lago de los cisnes de gloria, justo el día mismo de mi concierto; toqué en el Centro Cultural Olimpo, con un piano gran cola Steinway y frente a un público exquisito... Quizá lo que más me halagó fue ese encuentro con el auditorio meridano, muy conocedor y con un alto respeto por su propia cultura —acaban de declarar Capital Cultural a Mérida. Una amiga que vive allá me dijo: Siéntete orgulloso, porque ellos no se ponen de pie fácilmente. Y sí, me fue muy bien».
—Estuve en Holguín, en la Jornada de Conciertos, donde se le rindió homenaje a Altagracia Tamayo, su madre, por su centenario...
—En los momentos difíciles, en las tristezas, pero sobre todo en los de alegría, como este que acabo de pasar en Yucatán, mi madre está presente. No hay concierto mío donde no la sienta junto a mí. Si bien es cierto que mi formación fue de privilegio, tanto mi madre como mi padre engendraron en mí una pasión indescriptible por la música. Todavía recuerdo la frase que me dijo en su lecho de muerte, cuando yo tenía seis años: «Hijo, no abandones nunca el piano, tú tienes talento». Esa ha sido una ley en mi vida.
—También supe que el productor tampoco se detiene...
—Es una producción de una cantante cubano-española, Elaine de Valero, quien interpreta una serie de canciones con el acompañamiento de un quinteto de cuerdas. Decidí convocar al cuarteto Pizzicato —no por holguineros, sino por grandes músicos—, y a mi mujer, violoncelista —tal vez el público la recuerde por ese celo lleno de pasión de Te amaré, de Silvio—, y se logró una fusión muy hermosa. Convidé a Danny Rivera, Niurka González, Yasek Manzano, al maestro Pancho Amat... Creo que por la calidad de Elaine, de los músicos y de la grabación de Julio Pulido García, será un producto a tener en cuenta.
—Hace poco recibió el premio Maestro de Juventudes y el Félix Varela de la Sociedad Económica Amigos del País...
—Has mencionado dos premios que me han tocado el alma: el de la Asociación Hermanos Saíz porque lo otorgan los jóvenes; y el Félix Varela porque lo concede la Sociedad donde estuvieron el sabio Don Fernando Ortiz, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau... Mira, aunque los agradezco, no son los premios los que me hacen vivir intensamente, es la propia vida, conquistar algo más, crecerme para gustar más a mi gente. Porque la cultura purifica, limpia el espíritu, y yo no soy más que un puente, un promotor del arte.