Fernando Velázquez Torres trabaja y se deleita en su taller de cerámica, donde crea las obras que surgen de su mística mirada interior Autor: Juan Carlos Romero Publicado: 21/09/2017 | 05:05 pm
Enamorado de la vida y de las pequeñas cosas que hacen al ser y sus vivencias, Fernando Velázquez Torres trabaja y se deleita en su taller de cerámica, donde crea las obras que surgen de su mística mirada interior. Allí dialoga con la materia (arcilla) y con la actitud que lo enfrenta a la existencia, y devela su arte a través de mil imágenes, valiéndose de diversas formas de expresión que convergen en sus obras: dibujo, grabado, pintura, escultura...
Imaginar o plasmar espacios ideales para estar a la medida de nuestros sueños, deseos y complacencias, abarca una zona inmensa del arte. En sus más recientes obras —cual murales de creatividad— vistas en FIART 2010, donde acapararon las miradas por la originalidad, y expuestas ahora, muy cerca del mar, en el hotel Blau (Varadero), el artista interroga a la realidad de manera figurativa. No pretende otra cosa que fijar una sensación, un recuerdo, un sentimiento...
La fertilidad —un tema recurrente y que le llega como legado de su padre, el maestro de la cerámica ya desaparecido, Fernando Velázquez Vigil, quien dejó huellas profundas en este arte primigenio—, el tiempo, los fósiles, los peces, árboles, bicicletas, paisajes..., son temáticas que se reconcilian en el quehacer de este joven creador (Ciudad de La Habana, 1973) con indescriptible sensualidad, siguiendo el discurso poético que habla de un sentido humano, volcado con recogimiento y altura espiritual hacia todo lo que circunda al individuo.
Es que la arcilla corre por sus venas, cual sangre familiar: padres y hermanos tocan la cerámica como algo profundo que los une. No por azar, en esta exposición titulada Fósiles de la memoria, hay ejemplos del trabajo de su hermano David (dos jirafas que causan admiración, tanto por la factura técnica como por la imaginativa invención de las formas donde vibra el amor por la fauna).
Viendo sus creaciones, el espectador queda atrapado en un mundo atractivo, las imágenes pueden ser esgrafiadas sobre el yeso, o «petrificadas» en la arcilla, que luego pega sobre el lienzo —como base— para que cobre cuerpo en esas «pinturas» originales o murales que crecen más allá de la cerámica. Porque en los bordes de la tela, Fernando Velázquez continúa los dibujos a la manera de una pintura abstracta —con acrílico— que desborda la imaginación. Son como diafragmas que encierran un entorno lúdico de técnicas y materias que siguen luego con los marcos (otros mosaicos cerámicos), donde el infinito de la creatividad parece hacer un alto. Es como un juego de texturas visuales, de formas, tonos y ambientes que enriquecen las piezas. Por lo demás, la contemplación de las obras reserva una sorpresa especial, cuyos matices cromáticos, efectos perspectívicos, fuerza expansiva y hasta texturas son un inesperado regalo visual.
Por esos caminos avanza cuando va en la búsqueda de efectos, muchas veces relacionados con la peculiar utilización de la pasta coloreada, y con las cuales logra, a veces, apariencias de óleo y acrílico, aplicado en gruesas capas, añadiendo, a los resultados obtenidos, una calidad, diríamos, pictórica. El área bidimensional de la losa se transforma en un campo de batalla. De la utilización de la arcilla roja a la aplicación del refractario, de la mayólica al gres, el sondeo de las pastas conforma un rubro al que este ceramista dedica esfuerzo y tiempo sostenido.
Paralelamente, la exquisita aplicación de esmaltes garantiza el acabado idóneo, la apariencia anhelada, el justo acento para las superficies. Todo ello le otorga a los murales-paneles, un rango de obra artísticamente realizada. Pero no podemos obviar aquí esas piezas utilitarias: bancos, maceteros, mesas, sillas, butacas..., que llevan la impronta de los Velázquez y que causan asombro en cuanta Feria o exposición se muestran. No por casualidad ha obtenido lauros como el Premio de la calidad de la obra (FIART 2008) y el segundo Premio en La Vasija 2009, entre otros.
Lírico, elegante, con una limpieza impactante y hasta una cierta ingenuidad, sin dejar de ser preciso, Fernando crea en sus cuadros cerámicos, aparentemente simples, una atmósfera serenamente radiante. El colorido de sus piezas dice mucho de lo primario. Tierras, ocres, fucsias, negros y los raras veces presentes azules, verdes, apelan a lo mismo: el origen. Sus cerámicas están, podríamos decir, «cortadas» por la misma mano: es franca e inspira rotundidad. La sencillez y peso de las formas aluden a una sinceridad sin ambages.
Fernando Velázquez es consciente de que todo lo grande empieza pequeño, que existe un dinamismo interno en la naturaleza y en las cosas que reclama un cuidado. Fuerza vital, tiempo y cuidado son temas por los que transita su propuesta. Veo, pues, en la obra cerámica-creativa del artista una continuidad —cual vasos comunicantes— con la de su padre y, sobre todo, la carga expresiva, directa y honesta de quien recupera una cosmovisión apegada a su tierra, al mar, a las vivencias humanas fundamentales como el amor, el crecimiento, la estirpe. En una palabra: los frutos.
El trabajo creador de las manos de FV fructifica en quien lo observa: no permanecemos inmunes a su recordatorio y a su reto. Sus obras encierran la lección que a veces olvidamos: recuperar lo primigenio, reconsiderar la riqueza de la vida y su vastísima plenitud de posibilidades.