Apreciable es el esfuerzo editorial, pero queda en manos de los lectores, enriquecerse el alma con la lectura, interesar a los niños. Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 04:55 pm
Con la Feria del Libro, la ciudad de Matanzas cobró un gran movimiento de personas, especialmente en su centro.
Si bien los horarios no fueron los más favorables para el ajetreo de seleccionar con calma el título preferido, lo cierto es que las calles estuvieron llenas de matanceros a la «caza» de su interés como lectores.
Las colas se hicieron evidentes aunque los sitios habilitados para vender libros y revistas fueran numerosos, contribuyendo en algo a que aquellas avanzaran rápidamente.
Da gusto ver a decenas de potenciales lectores con sus bolsas llenas de ejemplares, a otros resguardando las obras en sus carpetas o mochilas, y muchos apenas llevándolos de la mano, hojeando al azar alguna ilustración o el índice.
Creo que no siempre todo se lee, aun con lo que significa el esfuerzo monetario y físico para acceder a un libro.
Lo importante es que después de la Feria se lea de verdad, que no se llenen de polvo esos libros en los estantes.
A más de una persona he oído decir, con nostalgia o preocupación, que compra libros pero sabe que los chiquillos u otros familiares no los leerán.
A veces comprar libros se convierte en una especie de moda, particularmente en cierta gente que se acerca a estas fiestas de la lectura con el ánimo de quien acude a unos carnavales, o en ocasiones sin motivaciones raigales.
Nadie puede imaginar quién lee o no, pues los libros transitan por un dramático vía crucis: o son rápidamente olvidados en un rincón o, en mejor suerte, se gastarán pasando de mano en mano.
Apreciable es el esfuerzo editorial, pero queda en los lectores motivarse, pasar a la otra página, enriquecerse el alma con una buena lectura, ampliar sus conocimientos, interesar a los niños…
Cualquiera que sea el saldo, la feria es una suerte de buenaventura: estremece los barrios, pone a la gente a hablar de ella con entusiasmo y, sin reparar en chubascos ni nada, acude a toparse con las letras, a regalarse a sí mismos una historia, alguna sabiduría.
No quepan dudas de que siempre ganará la cultura, mas no como eslogan sino como el espíritu sincero y genuino que uno siente en ese palpitar de la ciudad por la lectura.