Una niña que era inválida, /dijo “¿cómo danzo yo?”. /Le dijimos que pusiera a danzar su corazón. (Gabriela Mistral, poema Los que no danzan).
La abuela cumplía muy bien los consejos del médico cuando decía que para los niños asmáticos, lo mejor era darles un juguete y dejarlos andar descalzos. Pero a cambio de muñecas, Mercedes Olivera Núñez prefirió un piano, y en vez de andar, la sentaban a jugar en la sala de su casa.
Ella ha crecido entre teclas y compases. Las manos son su fuerza: hacen rodar la silla que cargan el peso de sus 23 años y le han permitido hacer música. La niña del poema de Gabriela Mistral, se ha convertido en una mujer sensible, en artista.
Se acerca así, con una sonrisa ligera, con el pensamiento de quien invoca el pasado, con el do, re, mi que le brota del alma y la mirada esperanzada. Ese día, en medio de una crisis de asma, me concedió la entrevista.
—¿Cuándo descubriste tu vocación por el arte?
—La descubrió mi abuela. A los tres años me llevó a un concierto de la compositora María Álvarez Ríos, en el parque Lenin. Cuando llegué a casa, empecé a reproducir la canción Creo en la paz en mi pequeño piano. Luego me incorporé a cantar en el coro de niños de Meñique, el grupo artístico de María.
«En Meñique estuve hasta los seis años y después comencé a dar clases de piano con la profesora María Matilde Alea. Más tarde integré el Coro Solfa. A los diez años, llegaron las pruebas de aptitud para ingresar en la Escuela Nacional de Arte (ENA) y resulté aprobada. En un principio estudié flauta, pero después cambié para dirección coral.
«Después de estudiar allí dos cursos, tuve que irme por problemas de salud. A los 13 entré en la escuela Solidaridad con Panamá, donde integré el grupo musical del centro y compartía mi tiempo con La Colmenita, que dirige Carlos Alberto Cremata».
—¿Cómo surge el proyecto cultural comunitario Meñique 2000?
—La idea fue de mi abuela. El objetivo era poner en práctica todo lo que había aprendido desde que comencé a estudiar la especialidad de música, como instructora de arte. Trabajamos con niños de tres a 13 años de edad que captamos en las escuelas. Ellos lo mismo bailaban, que actuaban o cantaban. Nos reuníamos cuando los muchachos acababan las clases y ensayábamos hasta tarde. Mi vida se basaba en mis estudios y en el grupo. Queríamos ver el desarrollo de los pequeños, pues muchos venían de hogares disfuncionales».
Aunque el proyecto se desintegró, Mercedita lo recuerda con cariño. Lograba hacer tantas cosas con Meñique 2 000 que ni ella misma sabe cómo. «A los muchachos del grupo les explicaba los pasos con los dedos: Camina, para aquí. Ponte allí..., y así surgían las danzas. Si mis condiciones físicas me lo permitieran, fuese bailarina.
«Para las obras de teatro ya tenía la base de La Colmenita y me guiaba por sus patrones de actuación. Las canciones las hago basándome en la vida, en mis experiencias personales... Y la pintura es casi por herencia, en mi casa todo el mundo lo hace. Me gusta dibujar rostros y paisajes».
La música siempre fue su pasión. Una vieja deuda con el piano de su infancia la llevó a crear H-Qbano, el grupo musical que dirige en estos momentos. «Se me ocurrió la idea de fundar una agrupación con formato de orquesta. En un principio tenía siete integrantes, ahora somos tres. Nos inclinamos por la fusión y mezclamos instrumentos en vivo con música grabada.
«Ya realizamos nuestro primer videoclip, el cual saldrá próximamente en el programa televisivo Lucas. Compartimos escena con el maestro José Luis Cortés y actuamos para el proyecto Operación Milagro. Igualmente nos hemos presentado en las emisoras Progreso y Taíno».
—¿Qué opinas del reguetón, un estilo al que acude H-Qbano, y que suscita polémica en algunos sectores de la sociedad?
—Muchos no lo consideran un género, y lo es. Desde que lo apartan de esa condición, lo marginan. El reguetón tiene público en Europa, Latinoamérica... El secreto está en cambiar un poco la forma de decir las cosas, en contar la vida tal y como es, sin llegar a las obscenidades.
—¿Cuánto ha influido Fidel en tu vida artística?
—Yo digo que es mi segundo papá. Jamás olvidaré el día que lo conocí en la tribuna número cien por el regreso de Elián, en el Palacio de Convenciones. En aquella ocasión canté Viva la esperanza, un tema que compuso mi abuela y al que le hice la música. Al terminar mi interpretación, el Comandante me llamó y me preguntó quién me había enseñado a cantar tan bonito.
«Desde esa fecha —cursaba el octavo grado—, estuvo al tanto de mis estudios de música. Mandó a hacer un plan piloto o de prueba, dirigido por el Centro Nacional de Casas de Cultura. Se habilitó un local cerca de mi casa con las condiciones necesarias, profesores especializados en la manifestación y en otras asignaturas que debía recibir, para que allí me graduara de 12 grado y, a la vez, pudiera estudiar la especialidad. Gracias a él, me hice músico».
¿Existe la palabra limitación en la vida de Mercedita?, le pregunto. Ella, sin reparos, me habla de restricciones objetivas como «cuando no tenemos transporte para ir a alguna presentación». Pero siempre sale a flote su voluntad para enfrentar la vida: «Me voy en rastra, en camión o en lo que sea. Claro, sola es imposible. Siempre con la ayuda de mi familia y mis amigos. No tengo nada que me detenga para lograr lo que quiero. No tengo límites, ni barreras, ni fronteras».