No parecía una entrevista, más bien fue una conversación. Intentar que la actriz Beatriz Viñas forme parte de un esquema sería no percatarse de que detrás de esa mujer enamorada del teatro y de sus personajes, responsable y apasionada, hay un caudal de empatía, espontaneidad, disposición y sueños que la alejan de los protocolos.
Actual integrante del grupo de teatro Pálpito, Beatriz se ha autodefinido como «la cuarta Lucía» al asumir el monólogo que se presentó recientemente en la Sala Adolfo Llauradó de La Casona de Línea en La Habana.
Como su personaje, Viñas es una guajira emprendedora con florecitas en la cabeza que no teme retarse a sí misma en cada nueva puesta en escena.
Creció entre las décimas de su madre y el humor campechano de su natal Güira de Melena y desde pequeña estuvo vinculada a la Casa de la Cultura de su pueblo. Aunque en un primer intento no pudo ingresar al Instituto Superior de Arte (ISA), no desistió e ingresó en la Escuela Nacional de Instructores de Teatro, experiencia que le permitió alcanzar su meta.
Para ella todos los personajes constituyen un reto: «Cada vez que tengo uno le busco algo que me guste, es la manera que tengo de enamorarme de él», afirma.
«Cuido los detalles, lo sutil, las cosas que no se subrayan tanto y que dicen mucho: bebo de la realidad. La calle es un teatro, mucho más rica que la representación que de ella hacemos.
«Además, me gusta el humor, entre lo fino y lo popular sin llegar a lo vulgar. Tal vez por eso me ubican en la comedia. No obstante, lo esencial es transmitir, lograr sinceridad en la escena para ser una actriz lo más completa posible».
—¿Cómo asumes el trabajo en cine y en televisión, viniendo del teatro?
—Resulta fácil en dependencia del personaje. En estos medios tienes el guión, te preparas, grabas y tu trabajo se concluye. En el teatro, aun cuando te prepares previamente, puedes organizar más el personaje en cada función.
«No es que sea menos serio trabajar para televisión y cine, sino que es diferente, el menor gesto expresivo es percibido por el espectador, mientras que en el teatro todo debe ser grandilocuente para atrapar al público.
«Esto puede incidir también en cómo los actores de teatro asumen sus papeles en la pantalla y en la percepción del público. Sin embargo, un buen director que guíe tu trabajo, ayuda a que te adaptes a cada medio.
«No obstante, en el teatro es donde más cómoda me siento por las posibilidades que me ofrece. He interpretado varios personajes y, a veces, puede sorprender que el más pequeño sea el mejor acogido".
—¿Cuánto le agradeces a Úrsula, tu personaje en Puerto de Coral, por el que obtuviste el premio nacional de Actuación 2009?
«La experiencia en Puerto de Coral fue interesante. Trabajé con muy buena química con Corina Mestre, Tamara Venereo y Yanay Penalba, a pesar de las diferencias generacionales. Ese premio se lo debo a Tamara, con quien trabajo desde el ISA, porque si no hubiera estado en escena no lo hubiera logrado. Nuestra conexión fue decisiva.
«Lo otro interesante de esta puesta en escena es que estos personajes son reales, es la familia de Maykel Chávez, el guionista. Úrsula se refiere a su mamá, una guajira rubia, de ojos grandes que detrás de toda su agresividad, resulta ser muy tierna. Su sonrisa es muy peculiar, la estudié porque es una de las cosas que más trabajo me cuesta en escena. Este personaje me divierte y le debo mucho».
—Sin embargo, siempre te asocian con el personaje de Utopía, el cortometraje de Arturo Infante?
«No había grandes pretensiones. Era para una Muestra de Jóvenes Realizadores, y se hizo cámara en mano y en lugares de la propia Escuela de Cine. Sin embargo, ha sido el trabajo de menos tiempo de realización que he disfrutado más por lo engorroso que me resultó aprenderme el poema y la manera típica de recitar».
—Recientemente el público pudo apreciar tu trabajo en La cuarta Lucía, ¿cómo reasumes el reto de un monólogo?
—A diferencia de otras obras, en un monólogo hay una línea de pensamiento que solo tú debes conducir, una cadena de acciones muy precisas, un diseño espacial obligatorio y el deseo de que el público se concentre. Los nervios pueden dominarte, pero tiene su encanto.
«Este trabajo nace de una idea que manejaba desde hace tiempo; fue mi manera de hablar sobre los sueños, amores y frustraciones, presentes en la vida de una actriz. Ingrid, la protagonista, pone en tela de juicio hasta qué punto es importante la versatilidad de una actriz o tener una imagen idónea.
«Hay grandes talentos de mi generación que no están trabajando; por eso, de cierta manera, es un homenaje a todos los que nos hemos presentado a un casting alguna vez. La visión de los directores es la que siempre cuenta, la imagen se impone en estos tiempos pero, ¿y el talento?
«Muchos jóvenes salen bien preparados de las escuelas y otros, no sé de dónde salen. Es un hecho que en la televisión y en el cine se necesitan caras frescas, caras nuevas, pero también es cierto que hay directores que trabajan con sus elencos y no le dan posibilidad a la gente joven.
—¿Qué te ha dejado La cuarta Lucía?
—Estoy satisfecha. Ingrid tiene un poco de Betty y Betty de Ingrid. Para mí fue una manera de asumir personajes que siempre me habían atraído, y de hacerlo rompiendo las convenciones del teatro. Es una visión desde la contemporaneidad, desde la perspectiva de esta actriz que viene a subirse a las tablas hoy día y que, sobre todo, es una mujer. Por eso, ver que el público se ha sensibilizado y se sintió identificado, resulta gratificante.