Nunca he entendido muy bien la adicción a las «marcas» que ataca hoy día a muchos jóvenes, quizá porque acceder a ellas no ha estado a tono con mis expectativas de consumo. Pero salvando las discusiones sobre la moda, el sello de calidad prometido, las esperanzas publicitarias de ser más atractivos, saludables o exitosos; mucho más allá, nos queda el letargo de grandes castillos que reposan sobre el fango.
No es tema desconocido que detrás —y sobre todo encima— de las grandes corporaciones se encuentran la destrucción del medio ambiente y la explotación de países más pobres. Pero nunca imaginé que llegaran a tanto.
Klaus Werner, periodista austriaco, vino a presentar su obra en la Feria Internacional del Libro, El libro negro de las marcas, un texto que fue publicado primero en alemán pero que rápidamente alcanzó la categoría de best seller y, en consecuencia, ha sido traducido a 12 idiomas. Con estos elementos comenzó mi conversación con Werner, picada por la curiosidad que el propio título me producía.
—¿Cuál es el lado oscuro de las marcas?
—Aglutina toda clase de violaciones de los derechos humanos. La Nestlé, por ejemplo, es la mayor productora de chocolate en el mundo y va a la cabeza también de la producción de alimentos industriales. El cacao para este chocolate viene de las plantaciones en Costa de marfil, en África del oeste. Por 20 euros o 25 dólares puedes comprar allí un niño de 6 a 12 años. No te lo venden legalmente, pero hay tanta pobreza allá que los padres no pueden alimentar a sus hijos, y muchos de los niños viven en la calle. Sucede entonces que muchas personas van allá y les dicen a los padres que van a darle un trabajo digno a sus hijos, así como la posibilidad de estudiar en una escuela; y de esta manera logran llevarlos con ellos.
«Se proveen fundamentalmente de los pequeños que viven en países vecinos como Burkina Fasso o Mali y los transportan a Costa de Marfil, y allá son puestos en los campos de trabajo, en las plantaciones de cacao, donde son forzados al trabajo con fustas, y si intentan huir se les caza con perros. Es esclavitud total, pues se pasan todo el día bajo el sol y no comen sino un poco de yuca y un poquito de arroz. A los pocos años normalmente mueren y son echados a la basura como si fueran una máquina. Pues claro, con 20 dólares más podrán adquirir uno nuevo».
—¿Entonces el cacao que se consume en el mundo viene en su mayoría del trabajo infantil esclavo?
—La Nestlé no lo hace directamente, son los campesinos contratados que dan su cacao a la Nestlé. Pero a estos campesinos se les paga tan poco que para subsistir recurren a la esclavitud, pues no pueden pagar un empleado. Entonces la Nestlé se aprovecha de estas condiciones al igual que lo hacen otras multinacionales.
«La Adidas es otro ejemplo. Las zapatillas deportivas se hacen en Asia del Este, en países como Tailandia. A los trabajadores, que en su mayoría son mujeres, se les paga unos 11 centavos por hora con lo cual no se puede vivir. Entonces ellas tienen que trabajar los siete días de la semana, incluso hasta 16 horas diarias. Muchas se prostituyen porque no les alcanza para sustentar a sus hijos con el salario que le pagan en las fábricas.
También pudiera hablarse de la McDonald, la Mercedes Benz, la Nike, Disney que produce juguetes para niños ricos con el trabajo de los niños pobres. Esta es la base del capitalismo globalizado, no es un problema de una empresa en específico».
—¿Qué otros problemas generan las multinacionales?
—Cuando empecé con esta investigación pensaba que eran dos o tres, pero son todas las multinacionales, que se aprovechan de los países pobres para vender a los países ricos. También el medio ambiente es destruido y las riquezas de los países pobres, saqueadas.
«Al mismo tiempo los trabajadores de los países desarrollados se quedan sin trabajo. Ya casi no tenemos fábricas, porque las grandes empresas mandan a producir en países más pobres. Además perdemos las condiciones sociales —los programas de asistencia médica, social y para la educación—, que hasta ahora hemos mantenido. Las grandes empresas no solo abaratan sus producciones sino que, además, se resisten a pagar impuestos. Depositan todas sus ganancias en bancos de islas como Las Bahamas sin aportar nada a la sociedad.
—¿Cómo pudiste investigar todo este descalabro?
—A través de Internet pude tener acceso a los archivos de periódicos como The Washington Post y The New York Times para reunir muchas de las denuncias hechas contra las trasnacionales. También recibí ayuda de Organizaciones No Gubernamentales, grupos pro derechos humanos y otras entidades. En otra ocasión, para obtener la información, me hice pasar por un traficante corrupto».
—¿Y qué descubriste?
—Que la empresa que durante muchos años ha financiado la guerra en el Congo es la Bayer, famosa por las aspirinas. No solo fabrica medicamentos sino que a su vez se dedica a producir el tántalo para los celulares. Ellos no me lo dijeron a mí como periodista, pero cuando les ofrecí el tántalo como un vendedor corrupto rápidamente me lo quisieron comprar.
«El hecho es que en los países ricos cada persona tiene un teléfono móvil y el 80% del tántalo se encuentra solo en el Congo, generándose así una guerra por el acceso a las minas».
—El libro está escrito a cuatro manos. ¿Cuál fue el aporte de Hans Weiss?
—Hans Weiss es especialista en medicamentos, es austriaco también, y lo invité para que contribuyera al capítulo sobre medicamentos. Weiss también se hizo pasar por un hombre de negocios sin escrúpulos, y obtuvo la confirmación de la realización de ensayos prohibidos de medicamentos con pacientes, por encargo de grande empresas farmacéuticas.