Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Poesía de Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido)

Autor:

Juventud Rebelde

Plácido (1809-1844) es uno de los poetas románticos más importantes de la literatura cubana. En el siglo XIX gozó de gran aceptación popular. Algunos críticos lo consideran entre los iniciadores del criollismo y el siboneyismo. Fue ejecutado por el colonialismo español bajo la acusación de formar parte de la Conspiración de la Escalera. Ofrecemos al lector estos poemas en conmemoración del bicentenario de su nacimiento.

A una ingrata

Basta de amor: si un tiempo te quería

ya se acabó mi juvenil locura,

porque es, Celia, tu cándida hermosura

como la nieve deslumbrante y fría.

No encuentro en ti la extrema simpatía

que mi alma ardiente contemplar procura

ni entre las sombras de la noche oscura,

ni a la espléndida luz del claro día.

Amor no quiero como tú me amas,

sorda a los ayes, insensible al ruego:

quiero de mirtos adornar con ramas

un corazón que me idolatre ciego,

quiero besar a una deidad de llamas,

quiero abrazar a una mujer de fuego.

Muerte de Gesler

Sobre un monte de nieve transparente,

en el arco la diestra reclinada,

por un disco de fuego coronada,

muestra Guillermo Tell la heroica frente.

Yace en la playa el déspota insolente

con férrea vira al corazón clavada,

despidiendo al infierno acelerada,

el alma negra en forma de serpiente.

El calor le abandona, sus sangrientos

miembros bota la tierra al océano;

tórnanle a echar las ondas y los vientos;

no encuentra humanidad el inhumano...

que hasta los insensibles elementos,

lanzan de sí los restos de un tirano.

Despedida a mi madre

(Desde la capilla)

Si la suerte fatal que me ha cabido

y el triste fin de mi sangrienta historia

al salir de esta vida transitoria

deja tu corazón de muerte herido:

baste de llanto: el ánimo afligido

recobre su quietud; moro en la gloria

y mi plácida lira a tu memoria

lanza en la tumba su postrer sonido.

Sonido dulce, melodioso y santo,

glorioso, espiritual, puro y divino,

inocente, espontáneo como el llanto

que vertiera al nacer; ya el cuello inclino,

ya de la religión me cubre el manto...

¡Adiós, mi madre¡ adiós... El Peregrino.

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