Uno se va poniendo viejo y al menos a mí me preocupa que comience a existir una barrera, cualquiera, entre los jóvenes y yo. Tal vez por eso no abandono la docencia: los muchachos, con su frescura, con su transparencia, hacen que uno se sienta joven otra vez. Ese sonsonete acerca de que todo tiempo pasado fue mejor es la mejor muestra de decadencia que conocerse pueda: valdría hacer un esfuerzo, mínimo, por comprender las razones de los jóvenes, la música que les interesa, por qué les interesa; si hubiera textos complicados en lo que cantan y bailan, por qué existen, qué razones profundas los motivan.
En una palabra: uno puede envejecer, pero no necesariamente su pensamiento. Ahí está la enseñanza de María Teresa Linares, que lejos de perder tiempo en campañitas contra este o aquel género, trata de explicarse el fenómeno de la música popular con la complejidad y la serenidad que el caso amerita.
Tengo que confesar aquí, y no me sonrojo ni me muero de pudor, que a mí me gusta el reguetón. Como a todo el mundo, me molesta la saturación; de reguetón o de cualquier otra cosa. Me puede molestar que la ciudad se acueste y se levante con reguetón; que reguetón se escuche en el almendrón, en los elevadores, en las piscinas, en los estadios, en los altavoces, bajo los audífonos personales. Pero puedo encontrar, también en el reguetón, razones válidas.
Debo confesar que me parece bien, por ejemplo, el trabajo de Gente de Zona. ¿Cómo se presentan estos muchachos, en el pórtico del gran hit El animal? Escuchemos: «¿Sabes quién es Gente de Zona? ¿Sabes qué tienes que hacer para ser como Gente de Zona? Simplemente, tienes que saber qué es la calle, debes tener conocimiento de lo que es vivir en un barrio humilde, tienes que aprender a relacionarte con la gente, y tener presente que nosotros mismos somos la gente». Perdónenme, pero lo anterior me parece bello, me parece hermoso; es más, me conmueve. Ahora mismo los puristas me colgarán en la lista negra, pero, qué pena, me parece tremendo que estos jóvenes le canten a su gente, se reconozcan ellos mismos como la gente, sin distancia pedante alguna, y que adviertan su valor precisamente al perderse, al diluirse en un barrio humilde. Perdonen, censores en nombre del buen gusto, de la alta cultura, pero eso me parece hermoso; si bien soy consciente de que «la gente» es bastante más que los vecinos de Gente de Zona.
A veces me pregunto a qué aspiramos cuando hablamos de buenas letras en la música popular. ¿A que los músicos jóvenes, pendientes del latir de la calle, nos acaricien con una inspirada versión contemporánea y citadina sobre el argumento de La montaña mágica, de Thomas Mann; o a la musicalización de los versos de Kavafis? ¿A eso, por ejemplo, le llamaríamos una buena letra? Así como hay que protegerse del populismo y la ramplonería, vale protegerse del prurito que impide comprender cómo fluye y anda, con su propia naturaleza, la cultura popular.
Hay mucha simpatía y mucha gracia —valga decir, mucho valor cultural— en ciertas letras que denotan y detonan toda una serie de fenómenos de la vida cotidiana. Gente de Zona tiene dos temas que me encantan por la diafanidad y la simpatía con que aluden a situaciones complejas de la vida: La bebé se molesta y No me enamoro (feat Osmany García). En el primero oímos cómo «Confieso que me gustas, y yo también me desespero, pero tienes que aprender a esperar, porque si dejo la calle me muero (...) La bebé se molesta, y se comporta muy brava, porque yo nunca la paso a buscar, cuando en la noche me llama y me llama». Noten, de momento, la gracia de construcciones como «se comporta muy brava». Qué simpático. ¿Quién dijo que eso es vulgar? Pero examinemos No me enamoro.
De entrada, irrumpe con un pórtico que suda simpatía por los cuatro costados: «El corazón que usted desea está apagado o fuera del área de cobertura». Eso se llama ingenio y lo demás son cercanías. Veamos el contenido mismo: «Enamórate de mí si tú quieres, pero no te reprendas; tú sabes que yo vivo en la calle, lo mío es de fiesta en fiesta (...) No es que sea malo, chiquita, es que soy loco. Yo a ti te quiero, yo a ti te adoro, pero soy mala cabeza, no me enamoro. Yo te descargo, pero no te emociones. Yo tengo corazón, pero está de vacaciones».
A mí eso de «yo tengo corazón pero está de vacaciones» me hace soltar la carcajada que provoca el ingenio, la cultura de la calle, el histórico humor del cubano, y me parece, dicho sea y no de paso, alta literatura. Mi reino por una construcción como esa. Claro, detrás de la gracia emerge un mundo de valores, o de antivalores; tampoco hay que ser ingenuos. Ese tipo de tema está clonando el estereotipo, también histórico, del macho cubano, que vive en la calle, mujeriego, incapaz de involucrar los sentimientos como no sea hacia la madre, etc. Pero, en mi criterio, muy poco de todo eso hay que tomárselo en serio, con gravedad. Primero, por aquello de dime de qué presumes y te diré lo que te falta. ¿A qué viene tanta algarabía con el desplazamiento del objeto de deseo hacia el cuerpo y el sujeto masculino? ¿A qué viene tanta autocelebración, tanto jolgorio de la testosterona consigo misma? ¿No pudiera estar aludiendo todo eso a una época en que la mujer ha ganado muchísima autonomía y, para seguir hablando en buen cubano, le da tres vueltas a esos machitos vanidosos? ¿La prepotencia machista no pudiera expresar, de alguna manera, la impotencia del lugar de lo masculino ante una liberación de la mujer que pudiera invertir los roles tradicionales de los géneros, o por lo menos encontrar decenas de claroscuros y de matices entre los papeles tradicionales de la víctima y el victimario? No soy especialista en género —un campo de estudios cada día más serio y útil— ni lo pretendo; simplemente lanzo un par de ideas acerca de lo peligroso que resulta hacer lecturas literales: ¿por qué no ver ciertas letras como indicios, como síntomas de procesos incluso inversos?
En ocasiones nos complicamos demasiado y nos apresuramos a entrever crisis de valores en todo, cuando en muchas oportunidades no se trata sino del mero juego en torno a la guerra de los sexos, todo un lugar recurrente en la historia cultural, que reaparece continuamente en los surcos de la cultura popular cubana. Cuando ellas cantan, también polemizan con los chicos, también los desafían, etc. Esto no quiere decir, tampoco, que agrupaciones como Gente de Zona no pudieran ensanchar su repertorio temático más allá del sexismo, en favor de la crónica y el comentario social que enriquecería, en mucho, el horizonte expresivo, y hasta el anclaje social de los músicos.
Por otro lado, no se puede perder de vista que en una era vertiginosa, en los días del video clip, donde las experiencias eróticas, como tantos otros renglones de la vida, conocen de la velocidad, del vértigo, del cambio, del giro, ¿tendrían que hablar los temas musicales de las bodas de oro, de la longevidad de las relaciones filiares, etc.? ¿La fugacidad implica siempre crisis de lo espiritual? Se le parece mucho pero, ¿es lo mismo? El pensamiento extremista puede ser muy peligroso.
El otro día escuchaba, es un ejemplo, que cierto organismo cultural cubano pretendía despertar el interés por el danzón, para así contrarrestar el gusto de los jóvenes por el reguetón. Aquello me pareció una locura. A mí me fascinaría, no tengo que decirlo, que los jóvenes conocieran, más que el danzón tradicional —que también—, las variaciones impresionantes que sobre el género han inspirado a los músicos cubanos de hoy (¡esa variación de Leo Brouwer sobre Almendra es lo más grande del mundo!), pero ¿alguien puede explicarme qué tiene que ver el termómetro con la policía? La conquista estaría en que los jóvenes conocieran el gran danzón cubano y después, también, fueran a bailar su reguetón. ¿Qué problema hay con eso?
No solo abunda la gracia en estas expresiones de la cultura popular (dicen los Gente de Zona que «¿quién te lo diría, te cogió el talento, echamos guapería», o «quita eso, papi, que esa gente lo que están es locos»). Hay mucha cubanía en el sentimiento que expresan y comparten estos muchachos. En un tema como Llegaron los cubanos dicen que «mi tierra está caliente, sácale la mano, ya llegaron los cubanos (...) Averigua por ahí, si tú tienes duda, ve bajando pal Caribe, y pregúntaselo a Cuba». La verdad es que por más que me rompo la cabeza no veo el menor problema alrededor de la legitimidad de este tipo de música; aunque debe constar que aludo al análisis estrictamente cultural y musical, o sea, no me estoy refiriendo aquí a los dudosos mecanismos de legitimación a que apelan algunos de los grupos, para hacerse de la fanaticada. Pero hablando de música, propiamente, no se crea que todo es loop facilista, estribillo tonto; ahí tenemos un tema como Pal hospital, a mi juicio de lo mejor del repertorio de Gente de Zona, una virtuosa fusión de reguetón y vallenato, donde quien canta se lamenta, en el tono quejumbroso del segundo género, acerca de que María Cristina «me tiene tomando sopa, pa’ subir la hemoglobina».
No todo es oro en las composiciones, las estrategias de marketing o la proyección de Gente de Zona, uno de los mejores grupos. No entiendo por qué, en los conciertos, uno de los muchachos tiende a levantarse el pulóver, en un guiño pueril, infantil, a las muchachitas. Eso me parece cómico. Gente de Zona no tiene necesidad de este tipo de cosas. Como otros debieran dosificar la controversia todo el tiempo, en términos muy vulgares, escatológicos, incluso sobre las opciones sexuales de cada quien. No sé a quién puede interesarle lo que hace nadie con su sexo; total, tratan de desautorizar a uno de los reguetoneros, por su presunta o real bisexualidad (existen cosas mucho más interesantes en las cuales interesarse), y mientras más crece el mito, más lo adoran, por igual, mujeres y hombres. No pasa nada. Ya eso no es importante porque, afortunadamente, cada día se desprestigia más el hostigamiento de la homofobia, como cualquier otra exclusión tonta, a partir de raseros secundarios en el ser humano.
Es cierto que en los predios del reguetón hay de todo; matices no es lo que falta. La pregunta sería: ¿Y en otras zonas de la música cubana no? ¿Todo el mundo es angelical, divino, nadie tiene contradicciones, desigualdades, irregularidades?
Llego hasta aquí para precisar de una vez mi hipótesis: resulta muy peligroso tratar de amputar a la gente sus manifestaciones culturales espontáneas, que si existen es por algo. ¿Por qué no intentamos resolver esas razones profundas que pueden conducir a la promiscuidad o a la falta de cultura espiritual en las relaciones interpersonales? ¿Por qué intentar botar el sofá? ¿Cómo subvalorar la potencia, la fuerza enorme de estas expresiones culturales que se han hecho prácticamente solas, de boca en boca, en las grabaciones no profesionales de los conciertos, más que por el estrellato de los medios? ¿Alguien ha meditado en la peculiaridad que reviste hoy el hecho de que un creador puede hacerse muy popular sin haber estado dos veces en programas como Piso 6? Bueno o malo, pertinente o riesgoso, es ese un fenómeno que está ahí, que existe, y que debemos atender con sumo respeto y detenimiento.
No creo que haya que amputar ni que censurar nada, sino tener la inteligencia de saber yuxtaponer alternativas a lo que consideremos menor o eventual. No se olvide que muchos de los jóvenes que disfrutan con ese reguetón esperan con ansia, al mismo tiempo, el último disco de Carlos Varela o de Polito Ibáñez, o tararean las canciones de Buena Fe con todo y lo complicadas que son a veces, o gustan de Rochy, de Diana, de Idania Valdés y su Menos mal, compuesto por Descémer Bueno y arreglado por Roberto Carcassés, en un grandes ligas por todos lados. El hecho mismo de que Rochy se haya vuelto popular ahora, luego de 20 años cantando, deja ver que la propia gente, harta de un solo tipo de sonoridad, busca sola otros timbres, otros tonos, otras cadencias.
Para todo hay un momento en la vida, y la función de entretener de la cultura no resulta de menos pertinencia que la cognoscitiva (esto, cuando se descartan mutuamente, cosa que, por suerte, no sucede siempre). No seamos excluyentes en los análisis, no pretendamos que los muchachos vayan entonando madrigales por las calles presurosas que los conducen a sus mil ocupaciones en la Cuba de hoy. No cerremos los ojos, ni los oídos, a la vida, porque la vida nos pasa la cuenta y de pronto somos un puñado de viejos resabiosos intentando convencer acerca de que todo tiempo pasado fue mejor. Escuchemos a los jóvenes, entendamos sus razones, y veremos que no son tan lineales ni tan simples, ni tan banales ni tan incultos como a veces presuponemos.
No creo que, para enamorarse hoy, la gente tenga que declamar «me gustas cuando callas porque estás como ausente». Cada época tiene su signo y el nuestro no es menos cabal ni interesante. No subordinemos la vida a los modelos, a los paradigmas, a los parangones.
¿Seré mala cabeza por pensar así? ¿Estará mi corazón fuera del área de cobertura? ¿Merezco yo también un cocotazo? Es posible. A mí que me pongan todas las penitencias del mundo por el atrevimiento de pensar que hay genuina belleza en las emociones de unos muchachos que se sienten orgullosos por expresar el nervio de su barrio humilde. Ni el corazón ni las musas se han portado mal ni están de vacaciones. Pero el mundo es amplio, es ancho, y caben Serrat y Gente de Zona, Sabina y Alain Daniel con su La miky, Bamboleo y Jarabe de Palo, el Tosco y Elton John, sin hegemonías o dictaduras del espíritu, ni dudosos azotes lanzados desde arriba.
Si nosotros somos la gente, y no digo yo si lo somos, caramba, y cuánto, tenemos entonces el deber, sagrado, de preservar y defender las expresiones de la gente. Y después de esto, que me den candela —como dicen los Van Van.