Línea de paso. Una vez consultada la lista de títulos que conforman la selección oficial en competencia, es fácil hacer apuestas por el predominio en los Corales de Argentina, México y Brasil, las tres cinematografías más poderosas del área, que se han «turnado» históricamente los principales premios.
Si atendiéramos a los títulos más publicitados, que este año han sido numerosos —pues atravesamos uno de los más pródigos períodos en la historia del cine latinoamericano—, se demarca la preponderancia de las tres potencias mencionadas, cuyo brillo audiovisual no debiera cegarnos al prometedor destello de otras naciones participantes. Veamos someramente de qué van a tratar algunos de los filmes que veremos en unos días, cuando arriben a La Habana, cargados de reconocimientos en otras latitudes.
Cinco películas argentinas, cuatro embajadoras mexicanas, tres brasileñas e igual número de cubanas, conforman el grueso (15) de las 20 que compiten por los Corales principales. Los cinco títulos que completan la selección oficial corresponden a dos chilenas, dos venezolanas y una peruana. La nación austral envía lo más selecto de su producción, los títulos y cineastas ya seleccionados, elogiados y premiados en los foros más exigentes del cine mundial: Leonera, de Pablo Trapero; La ventana, de Carlos Sorín, y La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel; y en la misma línea hiperselectiva se movieron mexicanos y brasileños: Lake Tahoe, de Fernando Eimbcke; Desierto adentro, de Rodrigo Pla; Línea de paso, de Walter Salles, y Última parada 174, de Bruno Barreto, una relación que así vista, de conjunto, parece pensada para complicarle la vida a los jurados, en la obligada decisión de un ganador, y al cinéfilo impenitente, deseoso de cubrir la mayor cantidad de buenos títulos en el menor tiempo posible.
Leonera. Pablo Trapero, el autor de Mundo grúa, El bonaerense y Familia rodante, ha dicho de Leonera: «Es una película que quiero mucho, que habla de la cárcel, la maternidad y la marginación, pues describe las experiencias íntimas de una joven universitaria acusada de un crimen, que debe criar a su bebé en prisión. En ningún momento quise hacer una película de denuncia de las penitenciarías argentinas, pero estoy orgulloso de haber fomentado un debate nacional sobre este tema».
Otros son los referentes de Carlos Sorín, el recordado autor de La película del rey e Historias mínimas. Mientras evaluaba las tesis de la Escuela Internacional de Cine y Televisión, en San Antonio de los Baños, Sorín me adelantó en una breve entrevista que «en La ventana, se nota mucho mi deuda expresiva enorme con el teatro y los cuentos de Chéjov, sobre todo en la manera en que este autor llega al humor desde el escepticismo. Todos somos solitarios en un universo de desamparo, y así lo muestra Chéjov». El filme narra casi en tiempo real el reencuentro entre un hombre que va a morir y su hijo que regresa del extranjero. «Por su tema no es una película fácil de comercializar, aunque confío que quien vaya al cine se quede adentro. Esa era la película que quise hacer, algo que no fuera abiertamente comercial, y sin concesiones al gusto mayoritario».
Muy pocas concesiones al comercialismo contienen la mayor parte de las películas pertenecientes al llamado nuevo-nuevo cine argentino, con el cual se compromete también Lucrecia Martel, la polémica autora de La ciénaga y Niña santa, quien ahora recrea, en La mujer sin cabeza, el sentimiento de culpa de una mujer por creer que cometió un asesinato. Según expresó la crítica argentina «es un relato simple, casi flojo si no fuera por el conflicto que la directora nos muestra. Lo central está en cómo una mujer burguesa (relativo a lo rutinario) es atrapada por un suceso que es ajeno a su entorno, una realidad severa, una prueba de sobrevivencia, algo que está fuera de sus costumbres. (...) La infidelidad, los momentos de ocio, la dialéctica entre la burguesía y su otro (el argentino de color mestizo muy poco visto en el cine) no son la temática, es solo el decorado. (...) El juego de Lucrecia Martel es un recorrido silencioso hacia personajes simples, en entornos nada vistosos o chispeantes, que en ciertos momentos dan quejidos que inquietan».
En la competencia brasileña no faltan tampoco las realizadoras. Lucía Murat nos propone Maré, una historia de amor, mientras que sus colegas Walter Salles y Bruno Barreto, responsables de por los menos cuatro clásicos del cine nacional (Estación Central, Abril despedazado, Doña Flor y sus dos maridos, Cuatro días de septiembre) prefirieron temas más épicos, públicos, políticos y «masculinos». Walter Salles dirigió, junto a Daniela Thomas, Línea de paso, la historia de unos hermanos muy pobres, que buscarán cumplir sus sueños y salir adelante de una situación apremiante, en tanto que Barreto cuenta en Última parada 174 lo que ocurrió con un sobreviviente de una matanza que tuvo lugar en Río de Janeiro, a propósito del secuestro de un autobús.
La representación brasileña abarca también, fuera de competencia, el estreno de Blindness, la versión en inglés de Ensayo sobre la ceguera, que Fernando Meirelles realizó en coproducción con Canadá y Japón. Blindness inauguró el más reciente festival de Cannes, mientras que Línea de paso ganó el premio de la categoría de mejor actriz. En el último Festival de Berlín, Brasil ganó el Oso de Oro con Tropa de élite, de José Padilha, que concursa en La Habana como ópera prima, la cual también reflexiona sobre la violencia policial en los barrios marginales cariocas, y se convirtió en el filme brasileño más taquillero de todos los tiempos. Todo ello pudiera ilustrar un auge impensado del cine brasileño, y es cierto que esa animación existe, pero debemos apuntar, por honestidad elemental, que los próximos proyectos de Salles, Meirelles y Padilha serán financiados y previstos por grandes estudios norteamericanos. También fuera de competencia quedó Los desafinados, que tiene en su elenco al muy popular actor Rodrigo Santoro.
Los jóvenes realizadores predominan en la porción mexicana de la selección oficial. De modo que a los dos debutantes incluidos en la competencia de óperas primas (Enrique Rivero con Parque vía, y Francisco Franco con Quemar las naves) se añaden los segundos o terceros intentos en el largo de ficción de Rodrigo Pla y Fernando Eimbcke. El primero compone en Desierto adentro una filosófica exploración del fanatismo religioso mediante la historia de un hombre hostigado por el remordimiento y convencido de que la ira del cielo destruirá a sus descendientes. «Es una película bien compleja —asegura el realizador—, porque en realidad partimos de algo abstracto, de la vida del filósofo danés Soren Kierkegaard, y lo trasladamos a México».
Fotograma del filme brasileño Última parada 174. Muy distinta es Lake Tahoe, que recibió el Premio Alfred Bauer y el de la crítica internacional en el más reciente festival de Berlín. El filme sigue a un muchacho, Juan, de 16 años, en busca de una pieza de recambio para el automóvil que acaba de estrellar contra un poste. A lo largo de los 85 minutos de película el espectador asiste a los desgarramientos que ocasiona la muerte del padre en la familia de este muchacho. «Partí de una idea parecida al Principito, el solitario en busca del amigo —aseguró el realizador luego de su éxito en Berlín. A ello se añadió la confluencia de dos experiencias propias, la mía y la de Paula Markovitch (la guionista), ya que ambos habíamos perdido a nuestros padres». Según la crítica, Lake Tahoe es una propuesta sutil y delicada, de planos largos y cámara estática, pero que bulle de vida en su interior.
«Para mí, el tema del filme es la huida —vuelve a comentar Eimbcke. A veces queremos escapar de la realidad, pero antes o después esa realidad nos atrapa. Esta película nació del intento de entender las razones que me llevaron a cometer aquel acto absurdo de estrellar el auto».
De los filmes cubanos (El cuerno de la abundancia y Omerta) habrá tiempo de comentar en el momento de su estreno (Kangamba ya fue presentado al público). Y se nos quedaron casi fuera de este apretado resumen tres títulos que se anuncian memorables: la chilena Tony Manero (un asesino en serie que quiso parecerse al John Travolta de Saturday Night Fever), la peruana Dioses (una pareja de adolescentes lindos, ricos y simpáticos que viven en un mundo donde parece no haber problemas) y la venezolana Cyrano Fernández (trasposición de la célebre obra clásica francesa a un actual barrio periférico caraqueño). Dentro de unos días serán estas películas el principal móvil de muchísimas conversaciones.