Foto: Nancy Reyes Policía, karateca, pelotero, boxeador... Abundante era la nómina de motivaciones profesionales del pequeño Elier Bourzac, en la que no aparecía el ballet ni por asomo. Pero una cosa pensaba el niño y otra, muy distinta, su madre y su abuela, quienes, como si fuera poco, contaban con el apoyo incondicional del tío, Romelio Frómeta, ex primer solista del Ballet Nacional de Cuba (BNC). Dueño de envidiables condiciones innatas, de nada le valió al hoy bailarín principal pedirle «hasta a las 11 000 vírgenes» que lo libraran de aquel «castigo». Así fue como no le quedó más remedio que matricular en la Escuela Elemental Alejo Carpentier, con lo cual llegaba la tranquilidad al apretado cuartico de un bullicioso y alegre solar de Centro Habana. Al menos —pensaba su familia—, ya no andaría «mataperreando» por las calles habaneras.
Tres años duraron el desánimo y la apatía de Elier. Estaba en la escuela, sí, pero nada le interesaba. No era un chiquillo malo, pero tampoco disciplinado. «No le prestaba atención a nada y me importaba un bledo en qué posición había que colocar el brazo o las piernas. Si me podía “fugar”, lo hacía con mis otros amigos. Lo mío era jugar pelota en los turnos libres, correr, fajarme con los muchachitos de la calle que pasaban y nos decían cosas». De ese modo continuó hasta que apareció en L y 19 Javier Sánchez, experimentado primer solista de la compañía.
«Estaba lleno de complejos y tenía los mismos prejuicios que la gente de mi barrio. Con Javier descubrí lo hermoso del ballet. Él fue el único profesor hombre que tuve en mi carrera. Más adelante, en la Escuela Nacional de Arte (ENA), Orlando Salgado me impartiría Dúo clásico, pero no fue una presencia constante como sucedió con Javier, quien todavía sigue siendo mi maestro de cabecera y mi amigo. A partir de ese momento empezó a manifestarse en mí un cambio, sin duda para mejor.
«Sánchez empleaba métodos muy eficaces. Lo llamábamos «el Militar». Estaba todo el tiempo “arriba” de Daniel Sarabia, de Carlos Caballero, de mí, así como de aquellos que no lograron graduarse (éramos 15 diablitos). Él hizo que se transformara nuestra actitud, y nosotros comenzamos a asumir una disciplina en el trabajo, que nos ha acompañado hasta el día de hoy.
«La maestra Alina Castillo, quien era más dócil y suave, apareció cuando él no pudo continuar dándonos clases, pero ya el ballet había calado en nuestras vidas. Alina influyó también mucho en nosotros, al igual que Elena Cala, quien me preparaba para los concursos que se celebraban durante los Encuentros Internacionales de Academias de Ballet. Esta última fue determinante en mi forma de bailar, de hecho todavía subsisten algunos detalles en mis movimientos que se los debo a ella.
«Cuando llegué a la ENA contaba con 15 años. Éramos cinco varones: un matancero, un pinareño, Carlitos, Daniel y yo, todos dirigidos por Adria Velázquez, quien desarrolló en nosotros un trabajo muscular excelente. Al poco tiempo quedamos solo nosotros tres. Ello condujo a que con nuestro grupo sucediera algo muy singular, que resultó una ganancia en todos los sentidos: en el segundo año nos unieron con los varones de tercero en las clases de ballet, y eso fue sumamente útil, pues con la excelente maestra Mirta Hermida hicimos como dos cursos en uno. Nuestra meta era tratar de acortar lo más que pudiéramos la lógica diferencia que existía.
«En tercero, como éramos tan pocos (tres varones y cinco hembras), recibíamos las clases juntos. Eso fue también muy beneficioso porque nos ayudó, por ejemplo, a subir más las piernas. Es decir que en la ENA tuvimos experiencias completamente nuevas. No hubo tiempo para la monotonía.
«Si tuve algún problema fue por las maldades que hacíamos y por mi mala cabeza con la escolaridad, porque no me gustaba estudiar».
Como si fuera ayer, Elier recuerda con lujo de detalles la clase en que se audicionó para ver si finalmente podía formar parte del Ballet Nacional de Cuba. «Fue una clase muy difícil —dirigida por Loipa Araújo—, a pesar de que pensábamos que sería más sencillo porque ya habíamos acumulado un pequeño currículo: Carlitos había ganado Medalla de Oro en el último concurso; yo, Plata; y Danielito, Bronce. Pero no fue así. Éramos nosotros tres en un pedacito de barra y todo el jurado pendiente de nuestro desempeño. No había manera de relajarse, de tomarse un respiro. Sudábamos copiosamente y estábamos rojos como un tomate maduro. Por suerte, el maestro Fernando Alonso nos “tiró la toalla”, cuando estábamos a punto de desfallecer».
—¿Entraron los tres?
—Solo Daniel y yo. Antes de que llegara ese momento estaba convencido de que alcanzaría la meta, esa que uno se plantea desde que inicia los estudios: ser parte del BNC, pero después empezaron las dudas, sobre todo luego de ver que bailarines de calidad habían quedado en el camino, como el propio Carlitos, quien no clasificó por su tamaño.
«Fue triste, porque es un magnífico bailarín... Mira, por una parte reconozco que al igual que el empeine, la elasticidad, la técnica..., el tamaño es importante, porque no podrás bailar con Sadaise Arencibia si mides 1,60, ni interpretar un príncipe Sigfrido o un Albrecht, pero puedes desempeñarte en otros roles como el Basilio de Don Quijote, si se busca la bailarina adecuada; el Bufón de El lago de los cisnes o el Colin de La fille mal gardée. También puedes enfrentar creaciones neoclásicas o contemporáneas... Mijail Baryshnikov no tenía un gran tamaño y, sin embargo, se convirtió en el mejor bailarín del mundo. Y Vladimir Álvarez, ex primer bailarín de la compañía, llegó más lejos de lo que tal vez imaginó».
—¿Qué sucedió dentro del BNC?
—Una vez dentro nos percatamos de que lo que habíamos vivido en la escuela nos había preparado para que cada uno trabajara por su cuenta, lo cual es determinante en la compañía, porque aunque el maestro te ayuda no puede estar pendiente de ti todo el tiempo. Eres un profesional y debes saber qué debes hacer para seguir avanzando y no estancarte.
«Ese primer año fue bastante duro para mí. A los tres meses me ofrecieron mi primer papel como solista en Majísimo. Y aquella función en el Teatro La Caridad, de Santa Clara, me salió fatal. Soy zurdo en el ballet, estaba acostumbrado a hacerlo todo para la izquierda y no estaba entrenado para lo contrario. Y en Majísimo me tocaban muchas cosas para el “lado malo”. Hasta había una cargada con una sola mano a la que me enfrentaba por primera vez. Y los nervios me jugaron una mala pasada.
«Ese Majísimo estaba maldito. No olvidaré aquel ensayo con Yolandita Correa en el Salón Azul, que estaba atestado de gente. Yo llevaba muy poco tiempo en el BNC y apenas hablaba. De repente, mientras le estaba haciendo las piruetas, se me fue de las manos sin que la pudiera retener. ¿El resultado? Una lesión en su cuello por algún gesto que hizo, mientras yo quería que la tierra me tragara. Ella me tranquilizaba, pero yo sentía que me ahogaba. Aunque Yolandita insiste en que no fue mi culpa, estoy seguro de que sí, porque de esa manera nos lo enseñan en la escuela.
«Era evidente que todavía no estaba listo, así que me “enviaron al banco”, como se dice en la pelota. Aquello me deprimió mucho. Hoy veo que era necesario pasar por lo que pasé: por hacer mucho cuerpo de baile y mucho banco. Y sí, me llegué a sentir muy mal, hasta pensé irme. Pero maestros como Félix Rodríguez me dijeron que tenía que tomarlo con calma, mirarlo todo y aprendérmelo todo, para cuando me llegara la próxima oportunidad no dejara que esta se me escapara de las manos. Luchar por esa oportunidad me costó dos muelas (ríe). Ni siquiera iba a la clínica dental para no faltar. Un año después, la oportunidad me llegó con el Pez de Canto vital, durante una gira por Estados Unidos. Pero esa vez sí salió todo perfecto.
«A nuestro regreso volví a repetir Canto vital y después vino el pas de six de El lago de los cisnes, que luego le dio paso al II acto de ese gran clásico, con Yolandita Correa —llevaba en la compañía entonces un año y dos meses. Más tarde me eligieron para que centrara La fille mal gardée, y luego volví a estar nuevamente en el banco, hasta que a los dos años le llegó el turno a El lago... completo, con Hayna Gutiérrez, y ya no hubo freno.
«Para mi debut en los grandes clásicos tuve la dicha de contar con ensayadores diferentes: Josefina Méndez en El lago...; María del Carmen Hechavarría y Loipa Araújo en Giselle; Ana María Leyte en Shakespeare y sus máscaras... Eso ha sido formidable porque aprendí de todas, analicé sus puntos de vista con respecto a la actuación, a la técnica..., porque cada una tiene su librito. Estos cinco años dentro de la compañía han sido de un aprendizaje total. ¡Y lo que me falta aún por aprender! Todavía estoy muy lejos de lo que quiero ser».
—Muy joven protagonizaste El lago de los cisnes. ¿Fue difícil para ti?
—Por supuesto. Para serte sincero, aunque sabía que podía asumirlo desde el punto de vista técnico, me sentía un poco perdido en los otros aspectos: en la historia, el estilo, en la interpretación. En los ensayos de la obra no sabía lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Me veía rodeado de otros personajes que no me decían absolutamente nada.
«Giselle fue todavía más complicado. Con 21 años estaba más interesado en perfilar mi técnica, que en la actuación. Giselle requirió mucho estudio de mi parte, muchas horas con Alicia y con María del Carmen Hechavarría, observar atentamente videos de Jorge Esquivel, de Orlando Salgado, de Vladimir Vasiliev... Quien piense que representar un clásico es solo cumplir con los pasos de una coreografía, está muy equivocado».
—¿Cómo ha sido actuar en galas internacionales?
—Magnífico. La primera vez fue en Costa Rica, con el Ballet Juvenil de ese país, una compañía pequeña. Fuimos invitados Romel y yo a protagonizar 11 funciones de Cascanueces (seis él y cinco yo), y la aceptación fue extraordinaria a pesar de que el público no es muy asiduo al ballet.
«En el 2007 tuvo lugar la Gran Gala 150 años, por el aniversario del Teatro Municipal de Santiago de Chile, donde participé con Hayna Gutiérrez. En esta ocasión sí estaban allí bailarines de renombre internacional como Luis Ortigoza y Marcela Goicochea, primeros bailarines del Ballet de Santiago dirigido por Marcia Haydée; o el argentino Iñaki Urlezaga, primer bailarín del Dutch National Ballet de Holanda. Fueron tres funciones de alto nivel, pero con un ambiente muy bueno.
«Lo más reciente fue en julio de 2008 en el Teatro Teresa Carreño de Venezuela, con Sadaise Arencibia, en la Fiesta del Ballet Mundial. Fueron tres jornadas, si se cuenta la actuación para la prensa y fotógrafos. Esta vez interpretamos el adagio del II acto de El lago... así como el pas de deux del III acto de La Bella Durmiente.
«Allá debuté en Chaikosvky pas de deux con la primera bailarina del Ballet Teresa Carreño, Cristina Amaral. Uno de los invitados no logró llegar a tiempo y me preguntaron si conocía el ballet, y dije que sí, aunque solo lo había ensayado con Yolandita Correa —una mentirita piadosa. Estas presentaciones fueron verdaderamente agotadoras, pues asumía tres pas de deux por noche.
«Sin embargo, me lancé y salió fenomenal, aunque reconozco que en el estreno de Chaikosvky... me puse algo nervioso, porque me cogió un poquito cansado, después de bailar La Bella Durmiente. Y es que este es un ballet muy exigente. Por suerte tenía a las maestras Ana María Leyte en una pata del teatro y a Mercedes Vergara en la otra, cada una con un pomo de agua en las manos, para refrescarme un poco y volver a salir al escenario. Me “tranquilizaba” el hecho de que la gala cerraba con el adagio. Y sabes que ese pas de deux con Sadaise es un regalo».
—¿Ves muy lejos tu ascenso a primer bailarín?
—Realmente no estoy apurado. Si no lo soy es porque mis maestros consideran que aún no es hora. Llevo tres años aproximadamente de bailarín principal, he bailado casi todos los clásicos de la compañía, y no quiero ni pensar en eso. Cuando suceda me alegraré mucho. Ahora, después de dos meses inactivo, como consecuencia de una conjuntivitis alérgica y una lastimadura en la córnea, lo único que me preocupa es mi recuperación muscular. Empezar con todos los sentidos puestos en mi trabajo es lo primordial ahora.
—¿Cuál es el ballet con el que quisieras «regresar»?
—Giselle, el ballet que más difícil se me ha dado, y con Barbarita García. Sería lo perfecto para mí, de lo contrario Don Quijote con Yolandita.
—Llevas ya media década en el BNC, ¿cómo te ves dentro de cinco años más?
—Tendría 28 años. Me imagino un bailarín maduro que conoce al dedillo cada ballet y, por tanto, posee una táctica muy bien pensada para enfrentar cada uno de ellos con inteligencia, buen gusto, alto rigor técnico y artístico... De mi primer Giselle al más reciente he notado la mejoría, así que supongo que el que haré dentro de cinco años será superior.
«Es decir, que dentro de cinco años me veo, inevitablemente, como bailarín. Trataré de que mi carrera sea tan larga como la de José Manuel Carreño o la de Carlos Acosta, quienes permanecen en plenitud física y bailan mejor cada año que transcurre. Asimismo, me veo acompañado por mi madre, Sara Alicia Flores Frómeta, y mi abuela, Sara Frómeta. Ellas son los pilares sobre los que se levanta el bailarín que es Elier Bourzac».