José Omar Torres tiene a la ciudad como el centro de sus «investigaciones» pictóricas. Para José Omar Torres, el cuadro es una realidad que se impone como un objeto más en el mundo. Dentro de ella, la ciudad es el centro de sus «investigaciones» pictóricas, donde deambulan anhelos y experiencias a la vez que destacan las cualidades inherentes al material, la textura, el color, la forma... Esos materiales se funden y confunden con el territorio de la pintura donde emerge una pura sensibilidad.
El mundo interior fragmentado del ser contemporáneo y el mundo exterior fragmentado de una civilización aparece a flote en su actual exposición titulada Ciudad semejante (Galería La Acacia, San José No. 114, La Habana Vieja) en la que mantiene una línea seguida desde hace algunos años, y donde se ha ido apoderando con más vehemencia de la ciudad, que es la casa común de todo el que la habita. Hombres y edificaciones la componen, pero él apuesta por las segundas, porque son creadas por los primeros. Es un espejo del interior humano. Por eso habla, entre formas y colores de la memoria, a partir de un entramado que resulta al mismo tiempo constatación física de sus variadas reflexiones acerca de la vida, el arte y otras íntimas vinculaciones que entre ellos existen.
Un determinado universo ha quedado visualizado y fijado en estos fragmentos donde las formas arquitectónicas liberan una energía mística que multiplica la acción contemplativa: misterios en los trazos (hay un juego con el dibujo que es la textura) y la atmósfera, que se tensan sobre un fondo ingrávido, donde al final hay un espacio en el que resultan imprecisas realidad-ficción, lo material y lo espiritual. Son, casi todas, arquitecturas vistas frontalmente. Como en las basílicas, se focaliza la mirada hacia el espacio central, grandes escenarios que, al mismo tiempo, exigen la atención de los espectadores. Y, además, son arquitecturas visuales más que táctiles —semejan encajes por momentos— pues le atrae la exploración, el desafío técnico. Y esa vocación le sirve para recrear la calidad y la riqueza que cada objeto tiene en su superficie.
En sus obras, donde resplandece la ciudad, que puede ser la nuestra u otra, el artista establece marcas lineales que seccionan el espacio como si quisiera marcar la proporción áurea de los antiguos maestros. Esa evocación no es manierista y responde más bien a un criterio actual de segmentación y fragmentación. No se trata de un recurso superficial sino de una visión profunda. Y el sentido volumétrico de su dibujo le da una característica escultórica, como si invadiese la tridimensión mediante relieves virtuales de intensidad espacial que no dejan de asociarlo con el espíritu inquieto y febril del barroco.
Por eso, cuando utiliza como soporte la madera, estos aspectos se ponen más aún de manifiesto. Sus ensamblajes escultóricos podrían parecer simples a primera vista, pero cuando se regodea la mirada en las formas, cual extraídas de sus pinturas, y realizadas en madera, hierro..., se reconocen objetos que insinúan melones (como símbolo del folclor), barcos, ciudades, algo contenedor de mundos, que por sus formas despiertan en el espectador disímiles sensaciones y sentimientos de lo mágico, así como generan y resignifican el lugar en donde se les ubica.
El espacio en la obra de Torres es rico en materia (está aquí su referencia como enorme grabador que es) no solo en la búsqueda de un volumen especial que salga de la cotidianeidad de lo bidimensional, sino en el misterio de lo creado al final..., y también en tonos, matices y en una fragmentación que incide a veces en la irregularidad del plano. El color es sobrepuesto, complementario, gestual. Los planos son cerrados y múltiples y en contadas ocasiones se abren y permanecen en su propia valoración. Entonces constituyen puntos focales, no importa donde estén ubicados. El color ocupa el espacio y hace formas, ideas de formas, siluetas de elementos que podrían ser signos.
No hay excesos. Ajustado en el color, la gama de tonalidades utilizada es más variada y menos brillante que en las anteriores muestras. Las piezas del artista (acrílicos sobre tela) crean una tensión y contrastes entre los tonos claroscuros de las pinturas y las formas simples y directas de los dibujos. Esta tensión generada en el observador invita a descubrir y gozar de los profundos paisajes urbanos, el mar y otros secretos pictóricos que José Omar Torres genera para demostrarnos lo simple y lo complicado, lo efímero y lo eterno de las significaciones y representaciones humanas.
Él es un creador figurativo, pero no representativo, y sus composiciones son como vistas en el horizonte, que resultan a la larga en todo este tiempo, la base de estos trabajos. Diríamos que es como lo que busca y encuentra su brújula artística. De esa manera alcanza una armonía entre las figuraciones y los espacios que las contienen. Son, podríamos decir en una palabra, como sueños plenos de formas perfectas y color, misteriosos «actores» dentro de límites donde plano y fondo, perspectiva y composición, se encuentran en constante tensión. El acto soberano de la creación siempre resulta victorioso en la batalla final entre la luz y el color ya que, para el creador, la pintura resulta su pensamiento, su voz, su compromiso.