Un nutrido programa de actividades ha distinguido esta primera edición, si bien el plato fuerte han sido las obras en concurso
No fue casual el hecho de que la Primera Bienal de Danza del Caribe, un sueño largamente acariciado por muchos cubanos, coincidiera con las briosas y ya imprescindibles jornadas de danza callejera y con el XV Encuentro Internacional de Academias de Ballet. En lo absoluto. La idea era aprovechar a una ciudad en pleno jolgorio, sumida en tardes y noches de baile, y pletórica de parques colmados por transeúntes curiosos haciendo corros a grupos de danzantes. Porque nada mejor, se pensó entonces, que recibir a bailarines con baile.
El teatro Mella acogió, el pasado jueves, la gala de inauguración. Dos de las más emblemáticas compañías del patio tuvieron a su cargo descorrer el telón: el Ballet Nacional y Danza Contemporánea de Cuba. La primera presentó dos célebres pas de deux (Aguas primaverales y Don Quijote), junto a una muy aplaudida Sinfonía para nueve hombres, de la autoría de James Nelly; la segunda, Demo-n/Crazy, del catalán Rafael Bonachela.
Un nutrido programa de actividades ha caracterizado esta primera edición, si bien el plato fuerte lo constituyeron las obras en concurso. En charlas, conferencias y debates se han abordado temas medulares que preocupan a los creadores del área: la necesidad de trazar estrategias de promoción que impulsen el reconocimiento de nuevas formas de danza contemporánea en el Caribe; la inserción de este en los grandes circuitos mundiales; la incidencia del mercado en la práctica de los conjuntos, así como la influencia de la crítica y la prensa en el análisis y la divulgación de esta manifestación, fueron algunos de los más socorridos.
La pertinencia de un evento de este tipo, en un país como el nuestro, que se ha encargado de desarrollar las más diversas modalidades del arte danzario, es de estimable valor en los tiempos que corren. Intereses mercantiles de toda clase, cada vez menos encubiertos, opacan a menudo las verdaderas inquietudes que mueven a esta parte del mundo. Los creadores se ven conminados, consciente o inconscientemente, a un proceso de enmascaramiento formal —e incluso conceptual— de sus propuestas, en aras de salvar aquellos mensajes más definitivos.
En el actual contexto es posible observar fenómenos de gran riqueza expresiva. Una subversión estética de alcances impredecibles está teniendo lugar en nuestras islas, movida por el legítimo acto de simular, de parecer que hacemos a la manera europea o norteamericana, cuando en realidad los discursos van encaminados a fijar otros valores y rescatar una identidad sepultada por siglos de coloniaje.
Como bien señala Noel Bonilla Chongo, director artístico de la bienal, los esfuerzos van dirigidos a «crear un espacio de intercambio, confrontación y diálogo entre los colegas del Caribe. Plataforma para elevar nuestro arte a categoría internacional, de reconocimiento y validación. Con la organización del Consejo Nacional de las Artes Escénicas de Cuba, de Culturesfrance y la Fundación Brownstone, la bienal será sin duda la concreción certera para cercar las relaciones culturales entre nuestros pueblos; al tiempo que nos devolverá un progreso artístico y mejoramiento humano para todos: coreógrafos, bailarines, pedagogos, investigadores, estudiantes, espectadores...».
La coreógrafa e investigadora argentina, Susana Tambutti, quien formó parte del jurado de esta primera bienal, declaró a JR que lo importante es utilizar este tipo de encuentro como trampolín para que la danza artística de esta región sea legitimada más allá de juicios folcloristas que la ven como puro entretenimiento, como algo exótico, sin que esto, claro está, constituya un descrédito; al contrario, la rica tradición danzaria del Caribe debe ser mostrada con orgullo.
A propósito del concurso, cierto es que no faltarán quienes cuestionen tal iniciativa. Sin embargo, soy del criterio de que no siempre un concurso debe verse como una burda competencia. La confluencia de poéticas distintas en un mismo escenario, más allá de chovinismos propios o nacionales, ayuda a definir juicios, a trazar mapas, a tomar el nervio de la creación y mejorarlo. Por otra parte, no debe olvidarse que una obra premiada vale nada por sí misma. Ella obedece a un contexto, a un cúmulo de prácticas similares que ayudaron también a potenciarla, a diferenciarla.
Esta vez los galardones fueron a las manos de Awilda Polanco y Cecilia Camino (Compañía Blò a Blò, de República Dominicana), por Exclamaciones, y de Luvyen Mederos (Cuba), por Coca-Cola Dreams, en las categorías de piezas colectivas y solos, respectivamente. La primera, según apuntó Ramiro Guerra, Premio Nacional de Danza y miembro del jurado, recrea uno de los males más enraizados en nuestra región: el machismo. La segunda, propone una mirada múltiple y crítica al individuo como reproductor de estereotipos.
Para esta noche está prevista la clausura en el capitalino teatro Mella, donde además de las obras premiadas el público tendrá la ocasión de disfrutar del más reciente estreno de Danza Contemporánea de Cuba, El peso de una isla, del joven coreógrafo Georges Céspedes.
La Bienal de Danza del Caribe comenzó con buen pie. El camino es largo y siempre perfectible, pero los ánimos están arriba.