Fina Casalderrey, la reconocida escritora de literatura infantil y juvenil, no deja de contar las horas que la separan de La Habana, adonde llegará como parte de la delegación gallega, aprovechando que a la espléndida cultura de su tierra, tan ligada a la nuestra, estará dedicada la 17 Feria Internacional del Libro Cuba 2008.
«Para Ediciones Unión, que dirige Olga Marta Pérez, una reconocida autora y editora cubana, he cedido los derechos de ¡No te cases, papá!, el cual será presentado el próximo miércoles 20, a las 4:00 p.m., en el Pabellón Infantil de la Fortaleza San Carlos de la Cabaña. ¡Estoy deseando ver el libro!», asegura Fina, quien además tomará parte activa en «Niños, autores y libros. Una merienda de locos», el evento teórico que desde hace cinco años organiza la Editorial Gente Nueva, y donde la Casalderrey dialogará sobre literatura juvenil y sociedad, junto a los también afamados escritores Xabier Docampo y Xosé A. Neira Vilas.
«¡Muchos!», responde, cuando Juventud Rebelde le interroga por medio del correo electrónico sobre los títulos suyos que quisiera se publicaran en la Isla y empieza a mencionar: El estanque de los patos pobres, Yo soy yo, Abrazos de vainilla, Gela se ha vuelto vampira, El lago de las niñas mudas, Isha, nacida del corazón, Alas de mosca para Ángel, ¿Quién me quiere adoptar?, La paloma y el degollado, Lunas de nácar...
—Fina, ¿le debe mucho la escritora que es hoy a los cuentos que le leía su padre cuando era niña?
—Desde luego que sí. Mi padre fue mi Perrault particular y, aunque nada sabía de los fundamentos teóricos sobre el desarrollo evolutivo de la infancia —seguramente ni del significado de la palabra «metáfora»—, sí, sabía hacerlas fluir como agua de manantial, de manera natural. Me encantaban sus historias políticamente incorrectas a veces, porque huía del facilismo; sabía que no tenía que explicármelo todo. Sus cuentos todavía me habitan... Todos estamos modelados por nuestra propia infancia, es... es como un País de Nunca Acabar al que necesitamos regresar a menudo.
—Desde los 19 años, ejerce como maestra. ¿Es por ello que decidió escribir para niños y jóvenes?
—Cada vez es más difícil para mí responder esta pregunta, no puedo precisar la razón exacta que me impulsó a escribir pero sé que las circunstancias que me han rodeado, incluida mi profesión, influyen en lo que soy, en mi evolución, en lo que sueño y deseo, en lo que le pido al mundo, en lo que le doy... De lo que sí estoy segura es de que no es necesario ser maestra para hacer literatura infantil. Ejemplos que lo ilustran sobran: Roal Dahl, Antoine de Saint-Exupèry...
«Muchas veces, los acontecimientos más importantes de tu vida surgen porque sí, es como ese amor que se cruza en tu camino... En mi infancia yo ni siquiera supe que escribir historias podía entrar dentro de mis sueños, los escritores (casi todos hombres) vivían, bajo mi punto de vista, en un Olimpo en el que solo podían entrar los dioses o los muertos (no había visto uno “vivo” en mi vida), nada a mi alcance».
—Desde su primer libro, Mutacións xenéticas (1991), entró por la puerta ancha al mundo de la Literatura. ¿Se siente una escritora privilegiada?
—Privilegiada... no, porque no me lo han regalado sin más; afortunada sí. Los premios —que también tienen mucho de suerte, de fortuna—, me han abierto puertas a nuevos lectores y lectoras, que es lo que más deseamos cuando escribimos y publicamos.
—¿Cuál es su fórmula para garantizar el éxito de sus obras?
—Sigo sin encontrar esa fórmula mágica que lo garantice. Intento enfrentarme a cada historia con la sensación de que «esto no lo ha hecho nadie así», como si estuviera descubriendo la pólvora. Me imagino que es una manera de aportar algo personal y, por ello, nuevo. Creo que desnudar el alma sin fingir una carga de inmediatez vital cuando no la tienes, tomar muy en serio a la infancia y hacerlo con muchísimo respeto, arrancarles sonrisas, emociones, miedos... creo que ayuda.
—Su libro El misterio de los hijos de Lúa recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil de España. ¿La sorprendió el veredicto? ¿Qué tiene de especial ese título?
—Claro que me sorprendió, pero no porque no creyera en la historia, sino porque es un premio al que tú no te presentas, el de más prestigio en España... y aún no me ha entrado el virus del narcisismo, todavía reconozco que hay muchos libros buenos, seguramente merecedores del mismo galardón. Es un jurado de 12 personas de diferentes puntos de España, que escogen el que consideran mejor libro del año entre todos los publicados. Nadie puede ser tan engreído de «esperarlo».
«De especial tiene, quizá, el haberme metido con verosimilitud en la piel de un niño de ocho años, David (es un personaje literario, ingenuo y engreído en exceso, que arranca sonrisas a un niño “normal”); tal vez el conjugar la intriga con el humor, la ternura, la ingenuidad... e incluso el drama en algunos momentos. David ejerce de detective con las armas de un niño, no es un “superhéroe”. Algo debe de tener cuando en el primer año —¡ojo, después del premio!— ya se habían vendido más de 100 000 ejemplares. Cuando le concedieron el premio estaba publicado, únicamente, en lengua gallega. Ha sido una satisfacción añadida, que demuestra que la Literatura está por encima de las diferentes lenguas. Los premios para la Literatura no significan nada, para la resonancia de un libro, mucho».
—Ha dicho: «Tengo la suerte de saber tan poco que puedo imaginarme muchas cosas todavía». ¿Es bueno eso para enfrentar la literatura que escribe?
—Creo que es bueno siempre, hasta para la investigación científica, tener curiosidad. Para la Literatura es necesaria la búsqueda, encontrar muchas preguntas cuando escribes, conservar la capacidad de asombro, mantenerte en el camino de ida. Yo me sumo a los que dicen que «estar de vuelta de todo es no haber ido a ningún sitio». Cuando escribimos también nos conocemos mejor a nosotros mismos, además de al resto del mundo.
—¿Cómo deben ser los mundos que inventan los autores para los niños y los jóvenes?
—Hermosos y bien contados. Una historia debe seducir, intrigar, asombrar, provocar e incluso escandalizar —nunca traumatizar. Si una historia es buena, gusta a niños y a adultos, crece con el lector, ofrece diferentes lecturas. Conste que cuando oigo a un autor decir esto mismo con mucha solemnidad, que les decepcionaría que sus historias para niños no gusten a los adultos, a mí —que estoy de acuerdo con eso— me hace reflexionar. Creo que me decepcionaría mucho más que, por mi obsesión de gustar a los adultos, no interesase a los niños.
—¿Para llegar al público infantil hay que hacer concesiones?
—¡No, de ninguna manera! Los niños son, evidentemente, más jóvenes que nosotros, pero no por ello menos inteligentes. Si los libros en general deberían ser construcción y jardín, los libros para niños deberían ser —además de construcción (estructura) y jardín (hermosos)— huerto (con frutos «comestibles» que te ayuden a crecer, sin «empacharte»).
—¿Cree que hay temáticas «prohibidas» para la literatura infantil y juvenil?
—Casi todos los temas pueden ser abordados para todas las edades —al menos todos los que les preocupan—, la dificultad está más en nuestra incapacidad para conseguirlo de manera acertada, que en la inteligencia de los niños para comprenderlos.
«Yo he abordado la muerte, el alzheimer, la violencia de género, la inmigración, las adopciones, la discapacidad... para un público infantil, y a juzgar por la acogida, creo que he conseguido comunicarme con ellos, sin renunciar a ser yo».
—¿Cuál es su manera de interpretar la Literatura?
—Me deja usted pensando... La Literatura se parece al amor, cualquier definición de ella me parece incompleta...
«La Literatura es una pócima mágica, un elíxir... y algunos poderes debe de tener cuando la historia universal —o la memoria colectiva— nos recuerda que en todos los tiempos y en los diferentes países hubo libros prohibidos y escritores malditos.
«La Literatura nació con el ser humano como una necesidad. Podrán cambiar los soportes, pero mientras haya humanos, habrá Literatura».