Llegaba justamente a Ediciones Holguín, después de una mañana con sus alumnos del curso de narratología —hasta en eso es coherente esta increíble mujer—, cuando le dieron la gran noticia por teléfono a la poeta y narradora Lourdes González Herrero: su novela, Las edades transparentes, había sido merecedora del Premio de la Crítica, ese que se otorga a los mejores libros de literatura y arte publicados en Cuba anualmente.
La sorpresa hizo voltear a la autora de poemarios como En la orilla derecha del Nilo, La semejante costumbre que nos une y Una libertad real, así como de textos de narrativa tan aplaudidos como Papeles de un naufragio, María Toda y El amanuense, y «gritarlo» a los cuatro vientos. Sus compañeros de trabajo merecían saberlo. Al fin y al cabo ellos siguieron paso a paso el nacimiento de Las edades transparentes. Mientras Lourdes la escribía, le contaba de sus personajes, de sus pericias, y observaba atentamente sus reacciones, el brillo o la falta de entusiasmo en los ojos de sus más cercanos colaboradores. Por eso no tardó el bullicio, la explosión de alegría que todavía no abandona a ninguna de esta gente ni a Lourdes, «porque este es un premio muy codiciado, que decide un jurado diverso y exigente, y donde compiten libros verdaderamente buenos».
—Lourdes, ¿por qué decidiste ubicar Las edades transparentes, que primero ganó el Premio Oriente de novela, en un batey de un central azucarero en medio de la convulsa década de 1970?
—Se desarrolla en el año 1971 porque es un momento muy interesante de la vida nacional; ha pasado el énfasis de la zafra del 70, hay ciertos vacíos de carácter ético, se dicta la Ley contra la vagancia, todo el mundo siente que ha llegado un año que puede ser diferente. La historia la llevan cuatro jóvenes: una muchacha y tres muchachos, que justo en ese año arriban cada uno a lo que debe ser el umbral de sus destinos.
«Quise, además, crear un mundo pequeño para que todo fuera más visible. Aunque, si te fijas, lo que sucede en ese pueblo innominado, ocurre también en cualquier otro lugar. Trabajé para dar otras opciones a los cerrados arquetipos que tratan de encasillar siempre los sueños y las realidades, las historias personales, al ser vividas, prescinden siempre de los modelos, son aleatorias, dinámicas, se consumen y por eso mismo es muy difícil igualarlas».
—¿Cuáles son los ingredientes que no deben faltar a una buena novela?
—Una historia, personajes que la lleven bien, un poco de suspenso, situaciones lúdicas, verosimilitud.
—Has tenido la suerte de que Papeles de un naufragio y el poemario En la orilla derecha del Nilo no solo hayan sido traducidos al francés, sino que cuenten con el prólogo de Claude Couffon, quien en su tiempo hizo lo mismo con libros de Lezama. ¿Cuánto hay de cierto en que el primero te salvó del desastre?
—Estaba en el peor de mis años: 1996, despachaba en algo que habíamos inventado para sobrevivir, y que justo quedaba dentro de la casa, propiciando su deconstrucción, escuchaba en una walkman a Jarré, escribí Papeles de un naufragio en 17 días, no tengas duda, me salvó a mí y quizá a la familia que se vio allí representada.
—Aunque empezaste a escribir poesía en 1972 decidiste plantearte al oficio de la literatura algunos años después, ¿por qué?
—Creo que más o menos debe suceder así, al principio quizá no se pueda definir como oficio, solo con el paso de los años viene una a darse cuenta de que ya no hay otra opción. En mi caso también influye el haber estado 13 años sin escribir (desde 1972 hasta 1985), y no fue entonces siquiera una decisión, fue algo que ocurrió de manera natural.
—¿Y no interfiere la poeta en la narradora?
—No, trato de no perder, en ninguno de mis textos, la fluidez de la poesía y las generosidades expresivas de la narrativa. Ha sido un proceso, tenso esas cuerdas para que no se desequilibren en la escritura.
—¿Qué siente una escritora cuando la segunda edición de su novela (en este caso María Toda) se agota en dos semana en todo el país?
—Placer. Tengo un gran amigo que fue de visita a un sitio de la América profunda y en un jardín se encontró a la norteamericana que lo esperaba leyendo a María Toda; hace pocos meses una amiga francesa le regaló un ejemplar a Rosario Cárdenas en el centro de París. Es un libro que ha encontrado a sus lectores.
—Has sido merecedora del Premio Nacional a la Mejor Edición de Libros de Editoriales Provinciales. ¿Por qué la edición? ¿Es que no es suficiente con la poesía y la narrativa?
—Nunca es suficiente, recuerda que también está la vida, y los otros. La edición es un trabajo muy interesante y absorbente, que se aprende y disfruta con lentitud.
—¿Cómo te las arreglas para escribir y al mismo tiempo ser la directora de la revista Diéresis, conducir las riendas del Centro de Promoción y Desarrollo de la Literatura Pedro Ortiz y del sello Ediciones Holguín?
—Escuchando tu pregunta, me doy cuenta de que en verdad tengo muchas labores, lo que pasa es que en el día a día no se siente el peso de tantas, sino que vas estimulándote con las obras de los otros escritores y con las personas que trabajan contigo. Hago una especie de acting out, interpreto, escribo, y continúo.
—A pesar de ser holguinera has afirmado que le agradeces a la atmósfera de Santiago de Cuba tu derrotero como escritora...
—Bueno, es que en 1972, año en que escribí mis primeros poemas, vivía en Santiago, una vida bohemia, muy extraña y sugestiva, de eso se trata lo que digo de la atmósfera.
—¿En qué proyectos andas ahora?
—Tengo inéditos dos poemarios y un libro de cuentos, además de la novela El amanuense. Trabajo en una nueva novela y he dejado pendiente, mientras la escribo, otro libro de cuentos que se llama La mirada del siervo y un poemario de nombre Mañana el cisne. Como puedes apreciar trabajo mucho y me siento muy culpable el día en que no escribo nada en mis libros. Este premio es un estímulo, me regocija saber que el jurado leyó mi novela con interés.
—Al parecer eres una escritora «perseguida» por los premios. Participas por primera vez en un certamen como el Premio Casa de las Américas y obtienes mención con la novela El amanuense. ¿No has pensado en repetir?
—Esas cosas no se dicen...
—Se dice que fuiste una mujer «de temer». ¿En verdad fue así?
—Creo que sí... jajajaja...