Acabo de confirmar que desde el 27 de abril de 1979, en que publiqué mi primer texto sobre cine en la página cultural del periódico Adelante, en mi natal Camagüey, hasta la fecha, nunca he escrito siquiera un párrafo sobre el premio Oscar, salvo cuando lo he mencionado a propósito de algún artículo en torno a alguna personalidad o película que lo haya obtenido... o a la que se lo hayan negado. Y es que me enorgullezco de integrar las huestes de los que odian el codiciado galardón de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, si bien no puedo negar que estoy pendiente del anuncio de las nominaciones, realizo mis propios pronósticos y, desde hace dos décadas, no me pierdo la transmisión en vivo de sus ceremonias de entrega, cada vez más deslucidas, aburridas y extenuantes.
Son más las veces que me disgusto viéndolas y digo epítetos impublicables sobre los seniles miembros de la Academia. Los ejemplos de decisiones injustas que me vienen a la memoria son innumerables, pero prefiero citar solo algunos de los más tristemente célebres: El color púrpura, de Steven Spielberg, fue ignorado frente a esa anodina África mía, de Sidney Pollack; Belle Epoque, de Fernando Trueba, le ganó nada menos que a esa magistral Adiós a mi concubina, de Chen Kaige; Halle Berry despojó del premio a Nicole Kidman a pesar de su soberbio trabajo en un musical tan complejo y atípico como Moulin Rouge.
No incluyo a Fresa y chocolate, pues perdió dignamente en un año en que no tenía la menor posibilidad de ganar frente a sus contrincantes, todas superiores en grado superlativo a esa obra menor, aunque oportuna, dirigida por el binomio Titón-Tabío. Concursaban entonces Antes de la lluvia, del macedonio Milcho Manchevski; Comer, beber, amar, del taiwanés Ang Lee; Farinelli, del belga Gérard Corbeau, y la que se alzaría finalmente con el premio: la demoledora Quemados por el sol, del notorio cineasta ruso Nikita Mijalkov.
Por otra parte se ha entregado el Oscar honorario a cineastas que lo merecieron durante años pero la cuestionada Academia espera a que tengan un pie casi en la tumba para acordarse (el caso más reciente es el de Robert Altman).
La historia de esta estatuilla, diseñada en 1929 por Cedric Gibbons y bautizada cariñosamente por Margaret Herrick, bibliotecaria de la Academia, al exclamar «¡Se parece a mi tío Oscar!», está más llena de injusticias que de equidades.
Son innumerables los libros que ha originado. En ediciones anteriores de la Feria Internacional del Libro se ha vendido y agotado la útil Enciclopedia de los Oscar (Ediciones B), en dos tomos, compilada por Conrado Xalabarder. Y a otro autor español se debe uno de los libros más serios, voluminosos y definitivos sobre la estatuilla: Un paseo por la alfombra roja (Historia no oficial de los Oscar). Sin embargo, a la inconmensurable perseverancia del crítico e investigador cinematográfico, Juan Antonio García Borrero, los cinéfilos cubanos debemos dos libros de referencia imprescindibles: ¿Quién le pone el cascabel al Oscar? (1998) y el que presenta ahora: Todo sobre Oscar (1929-2005), publicados ambos por la Editorial Oriente, la única de la Isla que, consciente de su importancia y significación, ha incluido al séptimo arte en su catálogo.
No recuerdo cuántas veces reproché a Juan Antonio que dedicara —entonces le decía «perdiera»— tanto tiempo en estudiar la historia de los Oscar, cuando la de nuestra cinematografía ameritaba más aún su consagración y agudeza. Felizmente, me escuchó y, al margen de estos dos libros sobre la estatuilla, ha aportado ya a la bibliografía sobre el cine nacional: Guía crítica del cine cubano de ficción; Rehenes de la sombra (Ensayos sobre el cine cubano que no se ve), y La edad de la herejía. Trabaja actualmente en Diez películas que estremecieron a Cuba, además de coordinar varios libros colectivos, entre ellos: Julio García-Espinosa: las estrategias de un provocador y Cine cubano: nación, diáspora e identidad.
Pero el tan llevado y traído Oscar continuó siendo una perenne obsesión para este laureado autor. Juan Antonio, en su riguroso estudio, no olvida una de los apartados más marginados —Mejor cortometraje (al que ha dedicado un libro adicional)— y, por supuesto, los cinéfilos, divididos entre oscarómanos y oscarofóbicos tienen la posibilidad de consultar en la sección «Los premios», todos los galardones entregados en las 17 categorías existentes, a las que se suman los premios honoríficos y especiales.
Quizá una de las secciones más atractivas y seguramente de obligatoria consulta de este libro —cuya edición ha estado a cargo de la siempre rigurosa Consuelo Muñiz, acompañada en esta aventura por Orestes Solís—, es la titulada «Todas las películas», todos los Oscar, que incluye las fichas técnicas y las sinopsis de los filmes galardonados. Para llevarla a feliz término, Juan Antonio acudió desesperado a la colaboración de otros cuatro críticos e investigadores: Mario Naito, Alberto Ramos, Lino Luis García Espinosa y el que escribe, quienes al hurgar durante la búsqueda de la información solicitada, nos percatamos de la dispersión existente y de la importancia del trabajo de Juan Antonio.
Tanto para aquellos cuyo universo cinematográfico es tan limitado que apenas se extiende de la letra H a la D: Hollywood, o para quienes optamos por darle la espalda y denostarlo, año tras año, mientras priorizamos otros certámenes europeos más prestigiosos pero en ocasiones de galardones tan cuestionables como los de la Academia estadounidense, Todo sobre Oscar desde ya es un libro de referencia obligada.