Foto: Cortesía del entrevistado La poesía ha sido para Carlos Esquivel Guerra (Elia, Las Tunas, 1968), uno de los pretextos más gratos para desarrollar su escritura. Desde las visiones cinematográficas hasta la pasión por el deporte, pueden encontrarse en los versos del joven escritor. Con singular apreciación sobre temas cotidianos, el autor piensa que la literatura debe asombrar, y de ello nos da muestra en los títulos Perros ladrándole a Dios, Tren de Oriente, El boulevard de los Capuchinos, Zona Negra y Bala de cañón.
Sus libros de cuentos —Los animales del cuerpo, Una ventana al cielo y La Isla imposible y otras mujeres— tampoco están desligados de ese precepto.
Mas todo eso es historia «pasada», y no es lo mismo que yo se lo diga a que usted, querido lector, lo compruebe. La oportunidad la tendrá en la venidera 16 Feria Internacional del Libro, donde Esquivel, laureado con los premios Jara Carrillo (España, 2006), el José María Heredia, el de La Gaceta de Cuba y el Hermanos Loynaz, presentará el texto Toque de queda, publicado por la editorial tunera Sanlope, y que resultara ganador del Premio Iberoamericano de Décima Cucalambé, en el 2005.
«Toque... es un libro que prefiere las conexiones múltiples con otros géneros, con máscaras paratextuales: reseñas, ficciones breves, epígrafes, meditaciones ético-filosóficas, el apócrifo, las traducciones idiomáticas... Manejo riesgosos moldes como la poesía en prosa, la epístola, el soneto, la seguidilla, el romance, la crítica y el ensayo; y puede ser un tanto complicado si uno sabe que solo es, a pesar de todo, un libro de décimas.
«Es un texto de reinterpretaciones de la historia nacional, del arte y de la propia poesía cubana, y la escritura de un viaje incuestionable y sin retorno: el del idioma».
—¿Es la poesía cubana actual contexto de realidades?
—No hace mucho, Javier Campos, el poeta chileno, dijo algo que yo comparto casi totalmente. Refería que la realidad cubana era una mezcla de modernidad segregada y surreal. Una realidad que no ha recibido con similar magnitud a la de los otros países latinoamericanos, el bombardeo de la cultura de la imagen y el influjo de una explosión urbana caótica. Por ello, la poesía es para los poetas cubanos actuales, según él, un asunto vital, y de abundancia.
«Pienso también que concurre esa particularidad, exótica quizá —de que aquí todo es nuevo y viejo a la misma vez—, y que por ello, y por no pocas razones más, exista un contexto, un contexto literario, donde fluyan y confluyan, como en muy pocas partes, disímiles corrientes, demasiados estilos, métricas, tendencias de cualquier tipo. No hay mucha diferencia, como en otras épocas, entre los poetas de las grandes ciudades y otros de pueblos del interior.
«Igual sucede con la décima. Ocurrió algo muy interesante a principios de los 90, que se reforzó en los años posteriores, por primera vez —y hablo como avalancha generacional, como movimiento— se escribió poesía con la estructura de la décima, se sepultaban los dudosos escarceos en un lirismo intoxicado con coloquialismos y cantorías. No había pasado en ninguna de las generaciones anteriores, ni siquiera en la de los 80.
«Existen prejuicios, que si la décima es una escritura menor, que si uno está encadenado a muchas reglas, que si una cosa o la otra, pero no nos olvidemos de que el deporte preferido de los cubanos no es el béisbol, sino los prejuicios».
—Muchos temas cotidianos constituyen motivos para tu escritura, ¿existe una conexión personal en ello?
—No puedo escribir como Dios —tú sabes que Dios no escribe, ni falta que le hace. No puedo escribir como un ángel o como un demonio. Ni como un mártir, ni como el último de los héroes. No puedo escribir como yo mismo —cuando uno escribe no existe. Debo escribir porque hay otro dentro de mí que hace el trabajo. Ese otro, que sin remedio es la rectificación de mis virtudes y errores, añoró ser un pitcher estrella de los equipos nacionales de béisbol, o el portero que salvaría en penaltis a un país, y más. Yo pago esas añoranzas con culpas.
«Me gusta estar cerca de lo que voy a escribir, y he tenido suerte para ello: aventuras, guerra, delirios y calamidades. Yo obedezco el axioma de que para escribir sobre el dolor hay que padecerlo. Pero el dolor, más que todo, más que producirme un malestar, una cortadura sentimental, más que destrozarme, tiene que asombrarme. La literatura debe ser eso».
—¿Qué planes literarios medita Carlos Esquivel?
—Imagino que no tardarán en ser publicados dos poemarios míos. Matando a los pieles rojas, es mi homenaje al béisbol, poemas que utilizan como pretexto circunstancias de este deporte para modelar otros intereses, más graves, más intangibles.
«Deberá aparecer en España un libro totalmente distinto, al que todos los días le cambio el nombre, y que resulta, más o menos, una apuesta por sobrevivir en mí el ámbito de una escritura burlesca y cínica: un cambio de máscaras que me permite huir de las subversiones neovanguardistas de mis libros precedentes, y quedarme anclado en fantasmas menos facciosos.
«Y mientras tanto seguiré en la poesía con dos libros donde me atrevo a versionar grandes poemas de la literatura española y de la inglesa. También continuaré en la escritura de una novela que ya se me hace interminable. Una historia que mezcla a Dulce María Loynaz con los espectros borrascosos de un país, un paisaje: la prueba, quizá, de que no solo con fantasmas vive el hombre».