Todo parece muy inocente, pero detrás de la publicidad se esconde un lucrativo negocio. Antes y después de Britney Spears Casi son perfectas. Puro glamour. Muñequitas ciertamente hermosas, pero artificiales. No dudo que algunas de ellas, de haber seguido «al natural», hubieran sido igualmente aclamadas, porque no es que les falte talento, mas prefieren actuar al seguro, seguir las reglas de una industria que necesita que brillen como diosas. Porque así se convierten en el soñado molde que jóvenes del mundo entero quisieran reproducir. Y eso da jugosos dividendos.
¿En verdad le hacían falta a Cher tantas cirugías? Aunque sería entrar en el campo de la especulación, me atrevería a afirmar que Cherilyn Sarkisian nació para triunfar. Desde que se inició en el mundo de la música, cantando a dúo con Sonny Bono, fue amada por temas como I got you babe y The beat goes on. Sin embargo, la californiana intérprete de Believe, capaz de vender alrededor de cien millones de discos en cuatro décadas, prefirió clasificar como la reina de los «retoques».
Y es que la también actriz —que en mayo cumplirá 61 años— ha asumido roles estelares en películas como Té con Mussolini, Las brujas de Eastwick y Hechizo de Luna —que le valió el Oscar en 1987—, es una adicta al «botox», la toxina botulínica que al inyectarse en el rostro lo estira como si cuatro Hércules halaran de él, lo cual la hace muy feliz, pero también la ha convertido en una eterna dependiente de una «droga» que nunca saciará sus exigencias, pues sus efectos solo duran seis meses. Mas seamos justos, aunque Cher se vea magnífica, uno puede llegar a entender que añore, al igual que sus colegas Goldie Hawn y Melanie Griffith, el «elixir de la juventud», pero... ¡que Meg Ryan y Nicole Kidman también se conviertan en sus víctimas!
Antes y después de Cameron Díaz Evidentemente, ellas no coinciden con lo que el archiconocido modisto Paco Rabanne dijo alguna vez: «La arruga es bella». Ni siquiera se han puesto a pensar que de ese modo están eliminando justamente lo que las distingue. Al diablo con eso de que parecen maniquíes, se dicen. Lo esencial es atacar los músculos productores de las arrugas. La meta es hacer que la cara luzca como de cera o porcelana.
Pero Cher tiene su par masculino: Michael Jackson, rey por partida doble: del pop y del bisturí. Para nadie es un secreto que su mayor frustración personal ha sido venir a este mundo sin dientes y ojos rubios. Lástima, porque sus excentricidades parece que tirarán por la borda, definitivamente, una carrera musical ciertamente brillante. Lo peor para él es que a pesar de tantos esfuerzos para blanquear su aspecto, como resultado de rinoplastias, operaciones de labios, ojos, mentón... seguirá siendo negro. Ya lo dice el refrán: al que no quiere caldo... De su abuelo paterno no solo heredó la raza, sino el vitiligo, que en su caso, en vez de una enfermedad se convierte en una marca que lo estigmatiza. Y como suenan los vientos, la hermosa chica Bond, Hally Barry, anda por ese mismo camino: acudió a la técnica para aclarar su piel de manera considerable. Mientras tanto, siendo una actriz con excelentes dotes histriónicas, se ha ido desgastando en una trayectoria desigual que va desde un impecable desempeño en Monster’s Ball, por el que abrazó un Oscar, hasta películas del montón como X-Men y la infeliz Catwoman.
Pero en los hasta ahora mencionados al menos se puede encontrar aunque sea un vestigio de buen arte. No se puede negar. Sin embargo, la mayoría de las «restauradas», después de un golpe de suerte y de haber cogido la sartén por el mango, quizá temiendo al incierto futuro, no quieren soltarlo.
Ese es el caso de la mal llamada «princesa» del pop, Britney Spears, quien como bailarina puede que pase, pero como cantante y actriz... Sin embargo, tras el lanzamiento de su álbum debut Baby one more time, la ventura le sonrió (gracias a un aluvión de publicidad y de marketing). Acusada hasta de plagio, y a pesar de su poquitísima voz y su fatal desenvolvimiento como protagonista en la película Crossroads, se ha convertido en uno de los ídolos juveniles más influyentes de hoy. Mas todo es un gran negocio, todo está calculado. De repente, uno se sorprende al escuchar que la Spears, que explota hasta el cansancio su imagen de mujer súper sexy a tono con el show business, acapara los titulares de la prensa por su «generosidad», al sacar a la venta artículos de ropa, artefactos, para ayudar a los damnificados del huracán Katrina. ¡Di, tú!
La lista de estos personajes podría ser interminable: Jennifer Aniston, quien ya no es la misma que descubrimos en nuestros televisores en la gustada serie televisiva Friends; Elizabeth Hurley, Pamela Anderson, Gwyneth Paltrow, Cameron Díaz, Thalía, Sandra Bullock, Angelina Jolie, Drew Barrimore, Salma Hayek, Kate Winslet, Sarah Jessica Parker, Demi Moore, Christina Aguilera... Hay quienes piensan que estas «divas» visitan a su cirujano plástico con más asiduidad que a su familia. Son tantas las cosas que quieren mejorar, aumentar o disminuir...
Antes y después de Melanie Griffith. Y los lectores me dirán: Bueno, a fin de cuentas es su vida, y dinero les sobra para eso. Y no dejan de tener razón. Lo preocupante es que está demostrado que los «célebres», los cantantes y los actores son un modelo para muchos jóvenes que imitan su forma de vestir, sus hobbies y hasta su manera de hablar. Bastó que Christina Aguilera se agujerease las fosas nasales para engancharse un piercing (ella vive orgullosa de sus más de 11 perforaciones) y comenzó la «fiebre», porque la cuestión es andar en consonancia con las celebridades.
Tanto es así que la propia Cher un buen día decidió subastar cuantos trastos se había encargado de acumular y logró sacarles más de 3,5 millones de dólares. La explicación es sencilla: los medios se han encargado de hacer creer que tener en tu casa «algo» de algún famoso te hace «importante», aunque sea el empaste que lo hizo rabiar de dolor de muelas.
Todo parece muy inocente, pero la «verdad verdadera» es que desde el punto de vista económico, y mucho más desde el ideológico, no lo es. Detrás danzan el señor dinero y las malas intenciones. Expliquemos mejor, y para ello entremos en el mundo de la moda, industria que de banal no tiene un pelo. De hecho es la cuarta más rentable del mundo —mueve más de 275 000 millones de dólares al año— solo aventajada por las drogas, las armas y los medicamentos.
Hay que aclarar que la moda por sí sola no iría muy lejos. Necesita de la publicidad y el marketing, sus más fieles compañeros, que no son los responsables directos de que aquella se imponga, mas hacen lo suyo, apoyándose en estos mismos personajes famosos y en muchos otros métodos. Lo más triste es que nos creemos que somos inmunes, que no nos afectan, pero nos engañamos miserablemente.
En escándalos y en «blanquearse» se le ha ido el talento al rey del pop y las cirugías. Quienes están al frente de este negocio son conscientes de que el aprendizaje, en mayor o menor medida, es resultado de la reproducción, algo que la moda toma muy en cuenta y utiliza aprovechando los medios de comunicación, en su empeño de igualar nuestras diferencias como seres humanos para hacer del planeta una «aldea global».
Según los estudiosos, existen cinco modos de lograr que la moda invada la sociedad: mediante el aluvión de noticias, las informaciones científicas, los grandes lanzamientos, la creación de polémica y la imitación del ídolo.
Los ejemplos sobran. Se dice que el descubrimiento de la viagra contó con la campaña publicitaria (sin aparente publicidad) más importante de los últimos años. A poco más de un mes de su aparición en Estados Unidos, ya se habían solicitado 150 000 recetas para comprar la pastilla contra la impotencia. Pero eso no surgió de la nada: desde el norteamericano Bob Dole, ex candidato a la Presidencia, hasta Julio Iglesias afirmaron que la habían probado... Algo similar ocurrió en 1994 con el wonderbra, una simple prótesis que no tenía nada de nuevo, pues había sido lanzada por Brigitte Bardot en 1969, pero a diferencia de entonces, cuando lo «recuperaron» se convirtió en un boom por el respaldo mediático. Y se vendió como pan caliente.
Del poder que ejercen los famosos sobre las masas existen disímiles pruebas. Una de ellas tuvo lugar en 1934, cuando el gran Clark Gable (Lo que el viento se llevó), al quitarse la camisa, mostró su pecho desnudo en el filme Sucedió una noche. Y la venta de camisetas interiores en EE.UU. descendió dramáticamente. Refuerzan esa idea, la «locura» que se desató con los ejercicios aeróbicos gracias a la intervención de Jane Fonda; o la trusa de una pieza y muy subida por las ingles que puso en alza Estefanía de Mónaco.
Lo trágico es que querer ser como los famosos, tiene sus riesgos. ¡Y grandes! Dolencias como la anorexia y la bulimia revolotean como aves de mal agüero, amén de que son potenciadas por películas, modelos extremadamente delgados (con apariencia de convictos de campos de concentración), por revistas de «vanguardia»... Y los resultados no se hicieron esperar. Solo en España, en 1995, la mortalidad entre los anoréxicos y bulímicos alcanzó un 18 por ciento. Desde entonces han transcurrido casi 12 años, pero los cánones de belleza siguen defendiendo la imagen de la mujer perfecta y la eterna juventud, dueto que es considerado sinónimo de progreso.
Sí, es cierto. El dinero es suyo y el cuerpo también, pero es muy triste que se presten para ese juego maquiavélico. Al final la gente se da cuenta de que son personas idénticas a nosotros, a quienes también les duele el estómago, pero... mientras llega ese momento oiga mi consejo de amigo: ¡Túmbala, que es de cartón!