Enrique Cirules nos regala el mundo de una nueva obra. Foto: Calixto N. Llanes «Dando las gracias a cada paso, en aquel recorrido por las calles de Santa Clara, cruzaron los tamborileros, payasos y bufones, y el montón de chiquillos, y detrás una inquieta jauría, en un estruendo de risas, ladridos, metales y voces».
Así empieza la nueva novela del escritor Enrique Cirules, autor de Conversación con el último norteamericano y El imperio de La Habana, cuyo título es un homenaje a la ciudad y a su pueblo: Santa Clara santa.
—¿Cómo surgió la idea de la novela?
—Fui a Mongolia, enviado por Nicolás Guillén, al Congreso Afroasiático de Escritores, y pasé por Moscú. Allí, en la Embajada de Cuba, trabajaba mi esposa, María Mercedes Sánchez Dotres, quien me llevó a conocer a un cubano de leyenda.
«Él preparaba un libro sobre su vida y me habló del tema. Luego continué viaje hacia Mongolia, participé en el Congreso, di un recorrido de 45 días por toda la estepa mongola, hasta los confines de la frontera con China, desde donde salieron las tropas de Alí Khan para conquistar el mundo. A la vuelta, el cubano me pidió que lo ayudara a escribir su libro».
—¿Lo hizo?
—No pude. Vino el derrumbe de la URSS y del campo socialista y regresé a Cuba. Entonces inicié mis investigaciones para escribir Santa Clara santa.
—¿Quién era ese cubano?
—Yo nunca había vivido en Santa Clara, pero esa persona me motivó mucho para escribir la novela. Era el hijo de una pareja singular, integrada por un cubano que estudió Medicina en París en 1907, Joaquín Tristá, donde conoció a una joven rusa, Olga Skorsova, de paso por Francia. Se casaron, vivieron un tiempo en París y en Rusia, y en 1909 se instalaron en Santa Clara.
«Su hijo, Iván, con quien conversé en Moscú, fue el fundador del Partido Comunista en esta ciudad cubana y, además, participó en la Guerra Civil Española, como ayudante de uno de los generales soviéticos, y en la II Guerra Mundial. Fui su amigo durante varios años. Muchas de las historias de mi libro me las contó él personalmente, y siempre quería que escribiera sobre esto. En Moscú dialogamos en incontables ocasiones, en 1980 y en 1982. Murió en 1986».
—¿La novela es de ficción?
—Es de ficción, basada en hechos reales. La escribí luego de investigar su marco histórico. Tiene 21 capítulos, casi 90 capitulillos, unas 500 páginas y más de 50 personajes fabulosos que actúan en cuatro líneas narrativas.
—¿Cuáles son esas líneas?
—La casona de los Tristá y sus vínculos con otras familias del lugar; el salidizo donde se refugió Hert Blixen, un místico, farsante, mago, y su mundo delirante; la vida cuartelaria del Regimiento asentado allí, encabezado por el coronel Arturo Vargas, y a través de él el militarismo en Cuba. Y, por último, los revolucionarios que se refugiaron en el barrio El Condado.
—Me dijo que iba a subrayar algo...
—Sí, el personaje central de esta obra que publicará la Editorial Letras Cubanas, es la propia ciudad de Santa Clara, de 1909 a 1912.
«Santa Clara era y es el nudo de las comunicaciones terrestres entre las regiones central y oriental, con el occidente del país. La novela toca personajes históricos, sobre todo en la línea narrativa de las familias como la de Iván Tristá, de la clase media.
«Yo siento mucha fascinación por la sociedad santaclareña. La comparo con Santiago de Cuba, porque tiene un gran sentido de rebeldía y de solidaridad, y una notable dimensión cultural».
—¿Cuál es el centro de Santa Clara santa?
—El alzamiento de los Independientes de Color, en mayo de 1912, quienes llevaron a la manigua cubana, sobre todo en Oriente, a miles de mulatos y morenos, y a algunos blancos: un movimiento de rebeldía que exigía los derechos sociales de los combatientes de la guerra de 1895.
«Su núcleo fundamental fue arrinconado y asediado por el racismo del Ku Klux Klan y los intervencionistas norteamericanos. La subordinación y discriminación del negro en Estados Unidos fueron trasladadas a Cuba».
—¿Puede abundar sobre este hecho?
—Surge el alzamiento en Oriente, en momentos en que las grandes compañías norteamericanas están invirtiendo cientos de millones de dólares en la industria azucarera.
«Ante la posibilidad de que prosperaran las exigencias sociales y económicas de aquel movimiento, el imperialismo decidió aplastarlo. El presidente de Cuba era José Miguel Gómez. Surgieron las primeras maniobras politiqueras como las del nefasto Orestes Ferrara, quien comienza a manipular todo desde el Senado, va a Estados Unidos, se hacen los “arreglos”, los norteamericanos concentran una flota de guerra en Key West, y amenazan al presidente con intervenir de nuevo en la Isla, si no detiene las pretensiones de los Independientes de Color».
—¿Cómo terminó aquello?
—Desde Pinar del Río, Menocal hizo un levantamiento de 3 000 «cívicos» para entrar en La Habana y destituir al presidente de la República. Es entonces que José Miguel Gómez da la orden a las tropas del Campamento Militar de Columbia y del Moncada, que se desplacen hacia las zonas de los alzados: hasta un total de 7 000 hombres de infantería procedentes de La Habana, y 3 000 de Santiago de Cuba, contra los Independientes de Color, que estaban sin armas, en los bosques, solo para demostrar su firmeza y el poder de convocatoria que tenían, dirigidos por Evaristo Estenoz, y por Pedro Ivonet, como su segundo.
«Los persiguieron por los montes y los asesinaron a todos. No se sabe todavía si murieron 10 000 ó 12 000. Cuando a Evaristo le hicieron la autopsia, no tenía en el estómago ni rastro de alimento, pues casi todos llevaban muchos días sin comer. Aplastaron el movimiento a la sanguinaria manera típica de la dominación norteamericana. No dudo que haya habido santaclareños allí».
—Eso marcó también a Santa Clara...
—Efectivamente. Aquella insurrección aplastada se reflejó igualmente en esa ciudad. Por eso yo comienzo a elaborar mi novela precisamente por Santa Clara, inspirado en aquella página poco conocida. Allí surgieron entonces conspiraciones coordinadas con los Independientes de Color y por ella pasaron los grandes convoyes de guerra de La Habana hacia Oriente.
«Fue Santa Clara, como otras regiones de la Patria, una tierra rebelde contra aquel brutal esquema de dominación implantado en Cuba por Estados Unidos, tras las intervenciones de 1898 y 1906».
—¿Qué ocurrió en El Condado?
—En ese poblado se refugiaron, a partir de 1898, numerosos combatientes del Ejército Libertador, los mulatos y morenos de la comarca, y los ex esclavos que participaron en las guerras de independencia.
«Ese barrio tiene una hermosa historia. Para mí es de un impacto enorme la indefensión y humillación a que fueron sometidos incontables combatientes mambises por las intervenciones yanquis en Cuba. Dividieron a la sociedad cubana en blancos y negros, que habían peleado juntos contra el colonialismo español, incluyendo a numerosos chinos mambises, algunos de ellos oficiales del Ejército Libertador.
«En el céntrico parque Vidal, en Santa Clara, los blancos paseaban por dentro del parque, y los mulatos y morenos tenían que hacerlo por fuera, además de que estaban privados de todo tipo de derechos: sociales y laborales, aunque hubieran sido altos oficiales insurrectos».
—¿Habla de la guerra en su novela?
—No. Solo de las grandes pasiones humanas, de lo que desencadenó ese fenómeno en toda la sociedad cubana, a partir del ejemplo de la lucha contra la discriminación racial en la bella ciudad villareña.
Una ciudad que se ha ganado las novelas. —¿Por qué Santa Clara?
—¡Porque es una ciudad maravillosa! Si La Habana y Santiago de Cuba son importantes en la conformación de la vigorosa cultura cubana, Santa Clara también contribuyó y constituyó uno de esos parajes legendarios y míticos como centro irradiador de la cubanía y la cultura nuestra. En Santa Clara se refleja —y así mismo en mi novela— la rebeldía de los cubanos.
—Santa Clara santa... ¿Y por qué santa dos veces?
—Porque ella simboliza muy bien, en el centro del país, una época nacional de preparación de la extraordinaria rebeldía de los cubanos: el estallido de 1933 y la insurrección de Fidel que se inicia en el Moncada, continúa en el Granma y llega hasta la victoria del Primero de Enero de 1959.
«Y es santa también por el simbolismo del Che y de sus compañeros caídos en Bolivia, en una guerra que podríamos llamar santa como la de la Sierra Maestra y la de Fidel, ¿por qué no?».