Pablo le pone melodías a nuestros pensamientos. Foto: Roberto Suárez Ya era muy tarde aquella noche, cuando, en una parada medio vacía, el joven, atraído por el llamativo reproductor de música que traía colgado en el cuello, se acercó aburrido y cansado de esperar la guagua que no llegaba. Después de interesarse por las nuevas tecnologías, quiso saber lo que yo escuchaba. Y entonces se alarmó. ¿Cómo me atrevía a llenar toda la capacidad de un aparato tan avanzado con música de Pablo Milanés? ¿No tenía por casualidad aquel tema que sonaba «no tengo la culpa, ese es tu problema...»? Y pensé que, en verdad, él no tiene la culpa de ser incapaz de apreciar el arte de un cantautor que debería ser un orgullo mayor para todos los cubanos.
De haber tenido noticias de que Milanés insistiría otra vez en reunirse en torno al fin de año con sus coterráneos en el Teatro Nacional, como lo hizo el miércoles y el jueves pasados, hubiera convidado a Tony (así se llama el muchacho) a descubrir a un músico en mayúsculas que, aunque él no lo creyese, tiene tanto que decirle de este mundo, de su mundo. Porque, sin duda, su grandeza se explica, en buena medida, por el hecho de haber concebido canciones cuyos mensajes permanecen intactos a pesar del paso del tiempo, además de ser dueño de una voz inmensa, llena de colores y matices.
A veces pienso que Pablo Milanés tiene un don poco usual en los humanos: el de ponerle melodía a nuestros pensamientos. Es como si desandara nuestros anhelos y preocupaciones, nuestras tristezas y alegrías, nuestras frustraciones y victorias para luego enaltecer todo lo que aparenta simple sencillez. Por eso, aunque su presencia en los medios sea cada vez más esporádica, al punto de que sea casi un extraño para Tony, muchos en esta Isla lo seguimos amando, como quedó demostrado en estos conciertos en que no necesitó más que sus espléndidas interpretaciones para adueñarse de un público que lo aplaudió con devoción.
Su entrada hasta el centro de la escena, donde lo esperaban una silla, un atril y una guitarra, y un auditorio eufórico que lo recibió, fue el preludio de lo que sucedió en la hora y media siguiente a partir de que sus músicos acompañantes lo invitaran a cantar Vengo naciendo. Si alguien llegara a preguntarse por qué Milanés prescinde de escenarios fastuosos y luces «inteligentes», estoy convencido de que enseguida hallará la respuesta en cuanto aparezca sin más adornos ni más afeites que su talento nato para convocar y seducir con temas que salen del alma. Es una complicidad que se establece entre el cantante y cientos de personas que lo veneran, no porque ostente el más que merecido Premio Nacional de Música o porque en la séptima edición de los Grammy Latinos haya sido premiado por Como un campo de maíz (Mejor álbum de cantautor) y por AM/PM Líneas paralelas (Mejor álbum Tropical Tradicional), donde comparte protagonismo con el puertorriqueño Andy Montañez, sino por tener la virtud de hacernos partícipes y protagonistas de un hecho cultural único.
Y es cuando siento pena por Tony y por otros que, como él, se niegan un encuentro con el ayer y el hoy, con lo que fuimos y somos. Porque justamente en eso radica el encanto de estas citas (amén, por supuesto, del placer que significa escuchar una de las voces más extraordinarias de Cuba de todos los tiempos). Y es que, ¿quién no ha sentido incertidumbre con el descubrimiento de la pasión (El primer amor)? o ¿quién no ha preferido compartir antes que perder (El breve espacio que no está)?
Pudiera parecerles a algunos que Pablo se repite, porque vuelve a entonar esas piezas que hace mucho dejaron de pertenecerle para convertirse en nuestras eternas compañeras: No ha sido fácil, Pecado original, De qué callada manera, Yolanda, Para vivir, Yo no te pido..., pero si ellas no estuvieran, no se lo perdonaríamos. Es nuestra oportunidad de corear con él, de defenderlas desde el mismo corazón, como debería suceder con otras que forman parte de los discos quemados de unos pocos donde están menos difundidas como Días de gloria, Nostalgias, Si me faltara alguna vez, En saco roto, que podrían ser también nuestros himnos.
Y no obstante, Pablo siempre es distinto, aunque las letras no varíen, porque no ha dejado nunca de renovarse. Lo denotan los novedosos arreglos, que toman del son, del jazz, del pop..., que ejecutan con virtuosismo Miguelito Núñez (piano), Dagoberto González (violín), Germán Velasco (saxo y flauta), Luis Ángel Sánchez (bajo), Osmanis Sánchez (batería) y Eugenio Arango (percusión cubana); músicos que podrían tener una carrera impresionante como instrumentistas y, sin embargo, han decidido permanecer al lado de quien desde hace mucho forma parte de la historia de la cultura cubana, latinoamericana, universal. Mas, para los inconformes, Pablo también entregó Regalo, El largo camino de Santiago, así como la composición que creó para la película cubana Páginas del diario de Mauricio; nuevas propuestas que como él mismo anunció, integrarán su próximo disco que desde ya estamos esperando.
Supongo que para Tony yo sea un viejo incurable. Él debe haberse marchado con la idea de que me quedé anclado en el tiempo, y quizá tenga razón. Pero prefiero dejar a un lado las canciones vacías, afrodisíacas, aeróbicas, y seguir apostando por aquellas que comprometan mi pensar, que me emocionen, que me ayuden a caminar con la cabeza en alto por lo hecho y por lo amado.