Foto: Marcelino Vázquez Muñoz (AIN) GRANMA.— «Yo voy a hacer a Polo Montañez». Asustado no, pero Rafael Barrios Madrigal miró con asombro a su hijo menor, Leander Barrios Milán. «¿Cómo es eso?» le preguntó, y el muchacho le repitió: «Sí, papá, yo voy a hacer a Polo».
Era el 2002 y Cuba estaba consternada por la muerte del cantante. Barrios Madrigal conocía del fervor con que Leander y su hermano Rafael habían seguido las canciones de Montañez, pero nunca imaginó que escucharía aquella idea: hacer una estatua de cera y a tamaño natural del artista.
Foto: Marcelino Vázquez Muñoz (AIN) «Primero se hizo un busto», cuenta el padre, profesor de Dibujo Técnico y Educación Laboral. «Luego comenzamos a recoger información sobre el físico de Polo. Mis dos muchachos lo habían visto en un concierto, y en la biblioteca nos prestaron una revista con sus fotos. Su tamaño era de 1,65 centímetros y pesaba unas 160 libras. Era bajito, pero fuerte».
A la vuelta de seis meses, Polo Montañez estaba en la casa. Aunque no contaron con algo: La noticia se regó por Granma. A cada rato tocaban a la puerta y alguien pedía: «Queremos ver a Polo». El río de personas llegó a alcanzar tales proporciones, que la familia colocó un aviso en la puerta: «Polo, de 12:00 m a 5:00 p.m.». O «Polo, hoy no; mañana».
Un día llegó un grupo de oficiales de las FAR, destacados en Holguín pero oriundos de Pinar del Río. Entraron a la sala, le dieron la vuelta a la figura, la observaron en silencio, hasta que uno de ellos se quitó la gorra y rascándose la cabeza, con los ojos muy abiertos, murmuró: «Caramba, es verdad; pero si es igualito».
EL COLOR DEL BENNYFoto: Marcelino Vázquez Muñoz (AIN) La fama era tan grande, que los integrantes de la dirección del Partido en Granma llegaron a la casa de los Barrios Milán, vieron la estatua y allí surgió el proyecto de ubicarla en una galería, en la que se instalarían otras figuras de cera.
Hoy en Cerarte, el único recinto del país dedicado a mostrar figuras de cera, Polo Montañez está en compañía de Benny Moré, Carlos Puebla, Compay Segundo, el joven italiano Fabio Di Celmo, asesinado en un atentado terrorista, y dentro de poco, dos personajes célebres de Bayamo, Diócelis Jerez (Paco Pila) y Rita La Caimana, serán presentados en el salón.
Sin embargo, aquella estatua les cambió la vida. Antes, a finales de la década de 1980, Rafael y sus hijos se habían dedicado a crear aves en cera. Cuenta el padre que él ya trabajaba las esculturas de forma autodidacta desde que era niño, mientras que sus hijos recibieron clases, que en la Casa de la Cultura de Guisa impartía Enrique Bastarrechea, un artesano que trabajaba las esculturas en cera.
«Pero dedicarse a elaborar figuras humanas, de personajes conocidos por todos, eso nunca lo habíamos imaginado», dice Rafael, quien reconoce que la cera que ellos utilizan, la de panal, es un material noble, que a través del calor permite la aproximación a la realidad, aunque ella tiene sus misterios.
«A una figura le das su color y a los cinco días cambió, al punto de tener un tono que no es el de los seres humanos», advierte. «La cera oscura, cuando se calienta, en ocasiones se oscurece y en otras se aclara. La estatua de Benny Moré tuvimos que desbaratarla cinco veces. Él era un mulato de piel quemada. Tuvimos que trabajar con mucho cuidado. No sabíamos cuándo podríamos fallar. Hasta que un día obtuvimos un color, dejamos que pasara el tiempo y… respiramos. No había cambiado: Ahí estaba el Benny con su piel tostada».
EL CABELLO DE CARLOS PUEBLA ES DE UNA ANCIANAPadres e hijos insisten en que para lograr las figuras hay que ser un buen fisonomista. Pero es ahí, precisamente, cuando aparece la primera dificultad. Mientras que el Museo de la Cera en Londres exige 34 fotos y 150 medidas, ellos tienen que trabajar con unas pocas imágenes y las informaciones que brindan los que conocieron al personaje.
Por lo tanto, los tres se han convertido en unos cazadores del detalle. Con Polo Montañez se dieron cuenta de que sin las ojeras nunca tendrían el parecido del cantante. Compay Segundo, por la edad, no tenía un color uniforme de la piel. Para el Benny, Rafael se paró en una esquina de La Habana junto con un amigo que había conocido al cantante. Observaron a varias personas hasta que el hombre vio pasar a un mulato de piel quemada y gritó: «¡Ese era el color!».
Con Carlos Puebla, la mayor dificultad fue lo que parecía más simple: el pelo. Leander encontró a una anciana que tenía el mismo cabello del trovador: de un color de cenizas y ondulado. Vivía en un lomerío y las veces que llegó, la señora no estaba. «La última vez que fui, estaba a punto de desmayarme», dice. «Para colmo, empezó a poner peros y yo sin aliento. Hasta que el hijo rogó: “Vamos, madre, siéntese ahí y ponga la cabeza”. Yo saqué el peine y la tijera del bolsillo. La dejé bien bajita, como si fuera un guardia».
LOS OJOS Y LA BOCAConcluir una estatua en cera lleva seis meses y entre cien y 120 libras de material. Ahora Rafael y sus dos hijos investigan para el próximo encargo: la imagen de Perucho Figueredo, montado a caballo y escribiendo las notas del Himno Nacional. «Sabemos, por los compañeros de Patrimonio, que medía 1,80 centímetros, tenía un rostro aguileño, era muy blanco y esbelto», explican.
A diferencia de otros escultores, la familia Barrios Milán no usa prótesis. Los dientes, las uñas y los ojos de los personajes son de cera. Interrogados por las venas que se ven en las manos de Paco Pila, el padre apunta a su hijo Rafael y dice: «Él es el especialista en eso».
Pero los tres reconocen que lo más difícil es captar el gesto que identifica a cada persona. El de Compay Segundo era una picardía que, además de en el brillo de los ojos, estaba en la forma de sonreír. El de Polo era de nobleza en un rostro bonachón. Carlos Puebla estaba marcado por el aura de los abuelos, que aún siguen mirando al mundo con asombro. El de Fabio era una jovialidad serena.
Y es aquí donde salta el misterio de las estatuas. Vistas desde lejos y a primera vista, pueden parecer unos maniquíes sofisticados. Sin embargo, al acercarse y mirarlas fijo, las figuras hacen sentir su hálito y uno llega a pensar que de pronto cobrarán vida. Los ojos parecen tenerla, la piel ya no es tan mortecina y el cuerpo parece más lleno.
Le preguntamos a Rafael Barrios Madrigal cuál es el misterio. Y él sonríe, mirando las estatuas de Paco Pila y Rita La Caimana: «Es por la combinación entre la vista del personaje y sus labios. Si no hay relación, entonces todo falla». Y hace la revelación final, mirándonos por encima de los espejuelos: «No lo olvide nunca: Entre la boca y los ojos... ahí está el alma de las personas».