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El optimismo revolucionario de Fidel

Quizá, sin proponérselo, el más grande legado del Comandante en Jefe en su vida ejemplar fue su legado de confianza, con los pies en la tierra. En esta hora decisiva que vive nuestra Patria, contagiémonos con él y soñemos, como quijotes fidelistas, con vencer los más complejos obstáculos, transformar el presente y legar a las futuras generaciones una vida plena y solidaria

Autor:

René González Barrios*

 

Para emprender cualquier proyecto transformador se necesita una dosis elevada de optimismo, de seguridad personal y fe en el futuro, de espíritu permanente de victoria y confianza en sí mismo y en quienes te rodean. Se necesita, además, una dosis del optimismo quijotesco de luchar contra imposibles con la seguridad de vencer. Todo ello se multiplica cuando se trata de hacer revoluciones.

Fue optimismo el de Carlos Manuel de Céspedes, derrotado en Yara apenas iniciada la gesta independentista, cuando al quedar con 12 hombres afirmó que bastaban para hacer la independencia de Cuba. También de grandes hombres como Ignacio Agramonte, Calixto García, Máximo Gómez y Antonio Maceo, para quienes no existía la palabra derrota. José Martí, sin titubeos, echó sobre sus hombros la responsabilidad de arrastrar a un pueblo a una guerra justa y cruenta, en la que debió enfrentar al mayor ejército colonial que jamás pisó suelo americano.

Eso demuestra que los revolucionarios son por naturaleza optimistas y soñadores, o no son revolucionarios. Para ellos no hay obstáculos insalvables, el pensamiento es siempre contagiosamente positivo, pensando siempre en la victoria. Los retos son estímulos y no hay muro que los contenga ni gigante al que se le tema. Esa fue, durante toda su vida, una premisa del líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, y una de sus mayores virtudes.

De la experiencia negativa de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 26 de julio de 1953, nació un proyecto más sólido de Revolución. La prisión se convirtió en fecunda escuela transformadora, y el posterior exilio, en oportunidad de lujo para organizar, disciplinar y preparar a los jóvenes que lo secundarían en la aventura del Granma para desafiar a un poderoso ejército entrenado, pertrechado y asesorado por militares estadounidenses.

Tras el desembarco vino el revés de Alegría de Pío. Oculto bajo cañas secas tras el combate, acompañado de Faustino Pérez y de Universo Sánchez, rodeado de fuerzas del Ejército de la dictadura, Fidel comentaba en voz baja a sus compañeros que escuchaban atónitos e incrédulos cómo sería la guerra y cuáles los pasos a seguir para cumplir el programa del Moncada.

Pocos días después se rencontró con su hermano Raúl en Cinco Palmas, y con optimismo cespedista expresó aquel 18 de diciembre de 1956 en medio de contagiosa alegría:

—¿Cuántos fusiles traes? —preguntó Fidel a Raúl.

—Cinco.

—¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!

Veinticuatro meses después, el vaticinio se hacía realidad. Para ello hubo de enfrentar y vencer la ofensiva de más de 10 000 hombres de la tiranía apoyados de aviación, blindados, artillería y Marina, contra los apenas cien guerrilleros que lo acompañaban. Para Fidel estaba claro que lo que más valía eran las ideas de quienes empuñaban las armas, y los cien vencieron a los 10 000.

Y llegó el triunfo

Tras el triunfo de la Revolución comenzaba la epopeya más compleja y difícil; la obra transformadora que daría la independencia plena a una nación que se despojaría de la tutela neocolonial del imperialismo yanqui. En esa nueva batalla eran permanentes en el discurso y la prédica revolucionaria de Fidel palabras como optimismo, confianza, fe, alegría, seguridad, júbilo, esperanza, solidaridad, fuerza, entusiasmo, porvenir, futuro, victoria.

En el lenguaje de los líderes de la Revolución la palabra derrota no existía, y si se refería era para convertirla en estímulo de trabajo y más Revolución. Ante cada dificultad, una respuesta creativa y movilizativa, contando siempre con el pueblo como principal actor de la obra gigantesca de la Revolución.

El 23 de agosto de 1960, durante el discurso en el acto de fusión de las organizaciones femeninas revolucionarias
—donde nació nuestra Federación de Mujeres Cubanas—, Fidel, inyectando optimismo, expresaba: «…Pocas veces se ha respirado aquí un aire de tanto optimismo, de tanta alegría, de tanto espíritu combativo…».

Un año después, el 8 de diciembre de 1961, en acto de graduación de 800 maestros de Secundaria Básica, manifestó: «…Gran entusiasmo reina hoy en este teatro, entusiasmo que tiene su razón de ser, para todos ustedes y para todos nosotros, en la satisfacción y el optimismo que despierta la obra de la Revolución y la cosecha de los primeros frutos de la Revolución…».

Esa inyección de optimismo fue una constante en el discurso político de Fidel ante cada adversidad. A las acusaciones de fusilamientos indiscriminados de representantes del viejo régimen y sus órganos represivos, la Operación Verdad y una revolución comunicacional; ante la guerra impuesta por el imperialismo con la inserción de bandas contrarrevolucionarias, invasiones y amenazas de invasiones, las armas al pueblo, la movilización popular, los Comité de Defensa de la Revolución y la firme convicción de victoria, la misma que caracterizó los días de Girón y de la Crisis de Octubre.

Su optimismo iba acompañado de la fe y confianza en el pueblo. En el acto por el aniversario 12 del asalto al cuartel Moncada, realizado en la ciudad de Santa Clara el 26 de julio de 1965, patentizó que «…la conciencia revolucionaria de nuestro pueblo, su generosidad extraordinaria, su magnífica condición humana, su entusiasmo, su optimismo, su carácter, que es el cimiento de su fuerza, eso no podrá destruirlo nada ni nadie».

No alcanzar la meta de los diez millones de toneladas de azúcar en la zafra de 1970 se convirtió en un estímulo de continuar trabajando, bajo el lema de convertir el revés en victoria. A los desafíos de la guerra biológica, una revolución científica. A la derrota militar angolana-soviética en Cuito Cuanavale, una agrupación de más de 50 000 efectivos a Angola para lograr una victoria militar disuasiva, y ante las amenazas de invasión estadounidense, la doctrina de la guerra de todo el pueblo, también disuasiva.

Ni el derrumbe del campo socialista mermó el espíritu emprendedor, solidario y optimista de Fidel. El período especial generó el desarrollo de la Biotecnología, los parlamentos obreros, la Batalla de Ideas, la Revolución Energética y, sobre todo, la certeza y confianza en la victoria y la justeza de la Revolución.

Vendrían después el ALBA como respuesta al ALCA, el apoyo a los programas sociales en Venezuela, y una de las más bellas y altruista acciones humanitarias de la Revolución; el ejército de batas blancas que, encabezado por la brigada Henry Reeve, salva vidas en todos los rincones del mundo. Para Fidel, defensor de las más nobles causas, un mundo mejor es posible y así lo expresó en los foros internacionales en los que participó.

Como era su convicción, un revolucionario nunca se retira, y tras su enfermedad y traspaso de sus cargos y responsabilidades públicas a otro optimista raigal, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, continuó derrochando optimismo a través de sus Reflexiones y en los planes de desarrollo de las plantas proteicas para la mejorar la alimentación de los pobres de este mundo.

Quizá, sin proponérselo, el más grande legado de Fidel en su vida ejemplar fue su legado de optimismo, con los pies en la tierra, para la transformación del planeta en un mundo más justo y solidario. Contagiémonos con él y soñemos, como quijotes fidelistas, con vencer los más complejos obstáculos, transformar el presente y legar a las futuras generaciones una vida plena y solidaria.

(Fragmentos del artículo publicado en el sitio web del Centro Fidel Castro Ruz)

*Director del Centro Fidel Castro Ruz

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