Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Con la Revolución en el espíritu más alto de su juventud

Desafiar caminos difíciles y agrestes, sobreponerse a las frías temperaturas de estos días, despertar a cielo abierto en las hermosas montañas de la Sierra Maestra, compartir con los campesinos de la zona, andar con paso firme y apretado para llegar a la cima más alta de Cuba, fueron una magistral clase de historia, viva e inolvidable para los jóvenes que tuvimos el privilegio de rencontrarnos con Fidel y honrar a Mella y a Martí

Autor:

Yuniel Labacena Romero

BARTOLOMÉ MASÓ, Granma.— El camión nos dejó en el Alto del Naranjo a las 7:20 de la mañana. Fue el martes último. Teníamos en el horizonte de nuestros corazones unas ganas inmensas de entrarle al Pico Turquino, como si fuésemos a «comernos» el mundo y no tuviéramos por delante el desafío de entrarle a la naturaleza en su expresión casi virgen, desandar trillos, caminos agrestes y empinados, resbalar, tropezar, quizá, caernos, pero levantarnos de una sola vez, para vencer 1 974 metros sobre el nivel del mar, para llegar a la cima de Cuba…, para llegar a ese sitio especialísimo a rencontrarnos con Martí y con Fidel.

En el grupo reinaba una contagiosa mezcla de alegría, entusiasmo, pasión, compromiso… Solo pensábamos en cómo hacer la travesía sin contratiempos hacia las alturas. Téngase en cuenta que un día antes habíamos caminado casi por esos mismos parajes cuando, con pasos firmes, llegamos hasta la Comandancia General de La Plata, donde nos trasladamos en el tiempo a las luchas del Comandante en Jefe y su ejército de rebeldes.

Y era posible y humano que sintiéramos cansancio o hasta cierta pereza por volver a levantarnos muy temprano otra vez. Pero no, no hubo lamento ni queja. Nos sentíamos en plenitud. Porque los protagonistas de esta historia que hoy tengo el privilegio de contarles, traíamos las pilas cargadas desde que salimos de La Habana, y esas energías se fueron renovando y multiplicando por el camino.

Éramos 65 jóvenes de todos los sectores que, en nombre de la juventud cubana, escalaríamos el Turquino, tras haber comenzado la ruta histórica Con Fidel en las alturas, justo en el Parque Nacional La Demajagua; y haber ascendido —y conversar hondamente— con el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en el corazón de la Sierra Maestra, allí en la Comandancia General de La Plata.

Íbamos con el orgullo de sentirnos cubanos por los cielos, inspirados en Fidel y con el aliento del Presidente Díaz-Canel.Dos buenas razones para que este rencuentro con la historia Patria fuese único e inolvidable para cada uno de nosotros. Por eso, cuando emprendimos el trayecto no hubo quien nos detuviera hasta llegar al pico y al busto en bronce que, en medio de estas serranías, honra a un paradigma de la juventud: a Julio Antonio Mella. Su espíritu también nos acompañó, pues «la hora es de lucha, de lucha ardorosa».

Y comenzó la marcha de la tropa hacia el destino final, el desafío inaugural de la escalada, que no el único: los ocho kilómetros que nos separaban de la Aguada de Joaquín, el sitio donde habría que acampar antes de llegar a arropar al Apóstol. Para ese entonces, fueron muy valiosos los consejos que dieron los guías: «esta no es una carrera contrarreloj, es una excursión», «lo más importante es seguir cada uno su paso, tener resistencia», «camine por los senderos como si fuese un paseo, observando sus bellezas y no preguntando cuánto falta para llegar», y el más importante de todos: «en esta aventura somos un colectivo, todos dependemos unos de otros, somos hermanos, nos ayudamos mutuamente».

De esos motivos para ser también mejores seres humanos, nos hablaba a cada rato la joven Katherine Fonseca Garcés, educadora de círculos infantiles en la provincia de Granma, para quien, experiencias como estas, hay que alimentarlas desde edades muy tempranas porque «te enseñan a enfrentarte a la vida, a amar a la Patria desde el apego a la naturaleza y la historia, no desde la consigna».

A veces a su lado, el mayor Dany Rivera Marrero, jefe de la sección UJC de la Dirección Política de las FAR, daba ánimos a quienes parecían quedarse con una expresión que ya es historia: «Si avanzo, sígueme; si me detengo, empújame. Si retrocedo, mátame. ¿Por quién? Por Cuba, con Fidel en las alturas. Preparen, apunten. Fuego, fuego…

«¡Compañeros soldados, lo están haciendo muy bien!», nos decía, y fue como una inyección en vena. Tanto fue la reacción del «medicamento», que a las 12:15 del mediodía ya estaban los primeros en la Aguada de Joaquín, y poco después los otros, luego de haber dominado elevaciones tan desafiantes como el Rascacielos y la Loma del León.

Si no era récord, era un buen average, confesó Leonardo Manso Cedeño, uno de los guías de la expedición, quien elogió del grupo su entusiasmo, su buen paso, su fuerza… «Ustedes tienen que irse orgullosos de haber estado en el Turquino». Así, hubo tiempo para ubicarse en los pequeños espacios del campamento y asegurar un puesto para dormir, para ayudar a preparar y hasta servir los alimentos que campesinos del lugar habían elaborado con toda la humildad que habita en sus almas, los mismos que remendaron las botas de quienes llegaron con ellas ya destrozadas, como las del investigador granmense Harol Gonzalez Jiménez.

Al final de la tarde logramos divisar el grupo montañoso, desde el cual se erigía imponente el Pico Real del Turquino. La vista era preciosa. Nubes se entrelazaban unas con otras y daban al paisaje un toque mágico. Y cuando oscureció, les confieso, ninguno de nosotros pudiera decir en realidad qué temperatura habitaba en las montañas, el frío era el peor enemigo. De nuestra boca salía ese humo que en condiciones frías se llama vaho.

Pero, como nos enseñó el Comandante Juan Almeida Bosque, allí no se rindió nadie. Y nos salvó la cultura: una guitarra nos convidó a juntarnos al calor de la fogata; luego, los chistes, la alegría, el nuevo amor conquistado, escuchar al trovador granmense Yanko León Arias con su melodía que hablaba de nuestros héroes y mártires, de la Cuba que queremos, de los desafíos de los jóvenes… En medio de esa noche de muy bajas temperaturas, encontramos una suerte de apoyo físico y espiritual al oírlo confesar que estar cada año en el Turquino «es algo religioso, espiritual, que te llena de todas las maneras posibles, porque cada vez que vienes aquí ves algo diferente».

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Y cuando la noche se había hecho vieja, todos nos fuimos a descansar y recuperar fuerzas, porque los «veteranos» en estas lides, como Oylet Álvarez —el mejor guía de pioneros del universo y una mano segura que te conducirá hasta la cima más alta de Cuba—, ya había «regado» que era muy desafiante el primero de los cinco kilometros restantes para abrazar a Martí; pero eso sí: «no son imposibles de vencer con una tropa como ustedes», nos dijo.

En la cima de Cuba

A las 5:00 a.m. del 8 de enero, en un día entrañable para la Patria, cuando Fidel y sus barbudos entraron a La Habana en caravana libertaria, nuestros desbordados corazones nos dieron la fuerza suficiente para hacer camino al andar en las montañas. Oí a pocos quejarse del dolor en las piernas por el trayecto ya recorrido, así que supuse que todos estábamos listos para partir. Linterna en mano o con la luz de los móviles, con las mochilas llenas de esperanza, y con la seguridad de que triunfaríamos, nos dimos a la travesía, aunque nos aguardaba el tramo más prometedor del trayecto.

Fue dura, muy dura, la subida de los 800 metros del
propio Pico del Joaquín, lo confiesa este reportero y también lo puede asegurar Mirthia Julia Brossard, jefa del Departamento de Relaciones Internacionales del Comité Nacional de la UJC, a quien agradecemos sus descansos para tomar fuerzas, porque en ese tramo la respiración se hizo cada vez más agitada hasta dejarnos sin aliento. Cada bocanada de aire parecía ser insuficiente, pero era hermosa la hilera de «guerrilleros» avanzando en busca de un sueño, por un terreno que, a veces, estuvo matizado de una vegetación muy verde y «aplanada», que permitía cierta tregua.

El sendero continuó con pocas variaciones, aunque se fueron sumando algunas escaleras formadas con troncos de árboles que hicieron que el camino fuera más llevadero, pero en otros momentos hubo quienes casi se arrastraban… y el mayor regocijo fue escuchar que estábamos cerca de la base del Pico, pues habíamos tropezado con una piedra gigante que interrumpía la ruta. Y sí, efectivamente, estábamos ascendiendo por una ladera al firme del Pico Turquino y poco después llegaron los primeros, encabezados siempre por Meyvis Estévez Echevarría, primera secretaria del Comité Nacional de la UJC. Eran las 7:50 de la mañana.

En ese grupo estaban Yosvany Ariel Guerrero Solano, quien, con nueve ascensos a esta elevación, lo sigue haciendo porque «es un rencuentro con la historia, es una experiencia diferente, son amigos nuevos que quedan y vivencias que jamás se olvidarán»; también Abel Reynaldo González Mustelier, representante del Minint, quien contagió con sus energías, y fue una de esas manos amigas que se extendió para ayudar a subir.

Igualmente, Leonardo Rodríguez González y Dariel Guerra Argote, del Comité Nacional de la organización juvenil, el profesor de la Universidad de Oriente Dariel Reyna Parga con 12 veces ya en esta cima… Y por supuesto, Lázaro Bryan Franco Gallo, el hombre que, cámara en mano y apodado por la tropa como «el tanque», supo dar regalos audiovisuales únicos e irrepetibles y vivió «un torbellino de pasiones», como él dijo. Todos lo vimos escalar hacia las nubes atravesando raíces y superando montañas. Fue incansable hasta el final, como también su compañero, el periodista José Luis Álvarez Suárez o el fotorreportero Dayám González.

Siguiéndole sus huellas apareció el resto del grupo, y cerca de las 9:00 a.m., todos habíamos alcanzado la cima del punto más alto de nuestro país. Entonces, el alivio y la satisfacción se apoderaron de nosotros. No podía faltar el beso al imponente busto de Martí que esculpiera Jilma Madera Valiente —y que Celia Sánchez Manduley logró que se colocara en lo más alto—, ni la lectura de esa frase emblemática que dicta que «escasos como los montes son los hombres que saben mirar desde ellos y sienten con entrañas de nación o de humanidad».

Llovieron las fotos. Cada uno quería la suya individual o estar presente en todas las imágenes colectivas, con la bandera cubana y la del Che, de la organización, o el centro de trabajo que representan, con el mejor amigo… Cerca de las nubes hubo canciones, versos, abrazos, compromiso… Una vez más Yanko pulsó las cuerdas de su guitarra para decir, amplificado por las alturas, cuánto Martí aún inspira a las nuevas generaciones; y la Primera Secretaria del Comité Nacional de la UJC habló de cuánto encierra una experiencia como esta y del compromiso que asumen como organización para estar más cerca de sus niños, adolescentes y jóvenes.

«Estamos aquí porque en lo más alto del espíritu cubano, de su historia, de su geografía, está Martí, está Fidel, está la Generación Histórica, están quienes hacemos todos los días la Revolución; estamos aquí porque no por casualidad, en los primeros años de la Revolución, los maestros, los milicianos, los jóvenes retadores de sueños, eran “cinco picos”; todo eso tiene que conducirnos a ser mejores revolucionarios, a vencer obstáculos, a sentir que podemos alcanzar la cima, que la UJC es la fuerza motriz que impulsa el futuro de nuestra Patria, siempre joven y revolucionaria», afirmó.

Abrazando a Santiago

Y como aún quedaba un largo trecho por recorrer, a las 9:25 de la mañana la líder de la tropa, con los guías que habían venido de Santiago para afianzarnos un trayecto también muy seguro, dio la voz de arrancada, pues «había que evitar que nos cogiera la noche en el camino». Nos aguardaban los más de 11 kilómetros cuesta abajo y en zigzag, que implica el descenso hasta la costa del municipio santiaguero de Guamá; sin embargo, la sensación de triunfo nos daba un ímpetu adicional para terminar el viaje.

Para muchos de quienes se alistaron en esta aventura, la bajada por la siempre heroica, rebelde y hospitalaria ciudad pasando el Pico Cuba —donde se encuentra el busto de Frank País, «símbolo de toda la generación que se sacrificó»— contaba como la primera experiencia. Nadie a esta altura ha podido olvidar el reto que implica descender por esa pendiente que da la sensación de que te lanzará rodando hasta que te reciba el mar, y porque se teme que el inmenso azul te trague así como andas: con las rodillas maltratadas, el fango pegado a los bajos del pantalón, con las ansias de agua fresca y el sudor que te baña el cuerpo.

Por eso, llamó la atención descubrir un peligroso y único lugar conocido como el Paso del cadete, donde un cartel atestigua que «su nombre se debe a la caída de un joven militar que cruzaba por aquí y después de varios días apareció vivo para asombro de todos», y pide a los aventureros extremar precauciones, porque «cosas como estas no pasan dos veces». En ese trayecto, igualmente fueron reveladores los hermosos helechos, tan resistentes, eficaces y de varias especies, que detienen al visitante; o descubrir una de las zonas más secas de Cuba.

Muchos apuraron el paso ya de regreso, como Daniel Silva Junco, del Grupo Empresarial Azcuba, quien al cruzarme en el camino confesó que tenía a su favor el haber corrido media maratón en varias ocasiones, practicar atletismo, y la verdad que se sentía de maravillas. También recuerdo a la jueza Wendy Prieto Homen y al trovador Yonalquis Calzada Gómez, ambos de Cienfuegos, la única pareja que subió al Turquino, y nos demostró que vivir una experiencia como esta en pareja «es una bendición, un apoyo, una suerte».

Aún dolían los huesos, y hasta la sonrisa, cuando por fin nos acarició la espuma y llegamos al sitio conocido como Las Cuevas, donde también hubo abrazos y se confirmó que «lo que se propongan los jóvenes se logra, que la historia de Cuba se vive y se cuenta», como dijo Yosdeni Hernández Cid, campesino de la cooperativa Emiliano Montes de Oca, en La Habana, a quien ni el fallo de una de sus rodillas impidió librar esta travesía, porque su alma, como la de sus compañeros, estaba henchida de vida.

A quienes los esperaban contaron cómo en el viaje compartieron sudores, olores, agua, fuerzas, risas, llanto, suspiros de cansancio y satisfacción. Dijeron, como la joven periodista camagüeyana Laura Mariam Bacallao Padrón, que «cada kilómetro vencido era una meta cumplida, por lo desafiante que se mostraban esos parajes». Entonces, finalmente, a pesar de las difíciles condiciones del camino, fueron llegando de uno en uno del pedregoso terraplén, sobre todo, en los últimos tres kilómetros, pero en sus rostros se vislumbraba que no perdieron la ternura ni tampoco la magia de lo vivido.

¿Cuántas bajas tuvo esta tropa?, preguntó alguien y la respuesta fue casi unánime: ninguna, porque «quienes no pudieron llegar iban en nuestro corazón, nuestra fuerza era su fuerza». Eso está entre los muchos recuerdos de un viaje como este, como también el espíritu incansable de aquellos muchachos que se unieron en un grupo que llamaron preescolar B, porque como nos dijo Arianna de la Caridad Salazar Soler, investigadora del Centro de Estudios Sobre la Juventud, y su coordinadora, «compartimos intereses comunes, la alegría, la jovialidad, los amores, las ganas de hacer, de seducir, de ganar…, como los niños de esas edades, pero con mayor madurez».

Y el viaje a la cima de Cuba fue un acto de fe y hermandad, para ver que todavía existen la bondad, la camaradería, la sonrisa pura, las fuerzas rebeldes, el amor a flor de piel…, esos gestos que te curan todo lo feo de un golpe y te inmunizan por siempre. Fue como dijo el más «pequeño» de la tropa, Cristian Menéndez Abierno, campeón mundial júnior de ráquetbol, «una experiencia muy bonita, única, que disfruté como el que gana una medalla olímpica».

Al igual que al mayor Dany, quienes protagonizamos esta ruta vivimos orgullosos de nuestra generación, «y nada, absolutamente nada, podrá detener la marcha de los que defendemos la Patria con el corazón», porque «compartir alegrías revolucionarias es una de las formas más dignas de convocar a patriotas en defensa de su historia». Esa es la mayor certeza que dejó esta nueva subida al Pico Turquino, también en tiempos de Revolución, como hicieron, hace 65 años, Fidel y una tropa de estudiantes universitarios.

Fotos: Dayám González

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