Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La constancia ha sido mi camino (+ fotos y video)

Aunque el dominante gen de la modestia no le permita a ella demasiada alharaca, con el premio que acaba de conferírsele a nuestra querida Marina Menéndez Quintero, bien merece celebrarse el insólito caso en que, por vez primera en la historia de la prensa cubana, un padre y una hija son acreedores ambos del más alto reconocimiento nacional que se otorga por la obra periodística de toda una vida 

Autor:

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

«Ay, por tu madre. ¡Candela! Voy a tener que adelantar el segundo cigarrito», me dice ya perturbada con una carcajada de las suyas, mientras pone sobre la mesa el abultado file de imágenes, la mayoría en blanco y negro.

Entonces deja caer con suavidad, a modo de amorosa reliquia que se ha desempolvado, más de un centenar de credenciales. En muchas de ellas, su foto de carné, y en casi todas se puede leer, como constancia inequívoca de la intensidad reporteril de casi cinco décadas, un eufónico nombre, escuchado en radio y televisión, pero sobre todo estampado con sello propio en texto impreso: Marina Menéndez Quintero.  

 «No logré encontrarlas todas, mi niño. Las saqué para ir acordándome de algunas anécdotas y ubicarme otra vez en los acontecimientos. Te puedes imaginar cómo ando en estos días con tantos saludos y emociones. Yo que todavía les tengo mi respeto a las cámaras y el lunes viene la televisión... De pensarlo nada más me pongo nerviosa. ¿Quieres otro poquito de café?», me pregunta y se responde ella misma al momento con las dos tazas en la mano, y acto seguido unas volutas de humo vuelven a escaparse de a poco por el balcón de su ventilado apartamento del Cerro. «Sigamos conversando», y me invita a su propio bojeo.

«Mira esta, es la foto de mi primera cobertura periodística en el extranjero, en el año 1986 o 1987, en Panamá, a donde fui a un evento juvenil estudiantil. Mira esta otra, con Fidel en uno de los primeros programas de la Mesa Redonda». Y así va llevándome, entre personales reminiscencias, a tantos lugares y momentos que no cabrían en un periódico entero.

En apenas dos horas estuve con ella lo mismo en la sede de la Asamblea General de la ONU, gozando con la única periodista que posiblemente haya fumado en los climatizados pasillos del recinto, y a su vez se haya paseado por tan encumbrados salones con un par de sandalias blancas, rompiendo el monótono protocolo de usar siempre allí en invierno zapatos oscuros y cerrados; que a bordo de un jeep todoterreno por terraplenes polvorientos para encontrarnos en 2001 con Manuel Marulanda, el líder de la extinta guerrilla colombiana.

Y uno se permite semejante aventura imaginaria con la gente que quiere, pero también porque Marina, a quien acaba de conferírsele el Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida, es mucha Marina. Tan madre, tan hija,  tan abuela de sus tres nietos, tan periodista de fila, tan amiga, tan nerviosa y bonachona como profunda y comprometida, tan de voz ronca como generosa, tan del gimnasio como de la casa misma, tan deportiva y amante de las dietas como de andar La Habana toda en bicicleta.

Hay suficiente autenticidad y perseverancia en los múltiples haceres de esta mujer de alma tremendamente buena, como para no compartir con ella las riendas de una entrevista, más suya que mía, y que ha querido vivir en sepia y en cuatricromía a la vez, poniendo el acento en aquellos que la han acompañado anónimamente en su carrera y especialmente en su familia.   

—¿Has imaginado al gran Elio disfrutando ahora mismo de tu premio? 

—¡Ay!, papi estaría contentísimo, alegrándose tanto o más que yo, y diciéndome como a veces solía llamarme tan cariñosamente: «Anda, cachorra, al fin lo lograste».   

—¿Cómo has interiorizado el insólito caso de ustedes, los Menéndez, en que por vez primera, y quizá por única ocasión, en la historia de nuestra prensa, un padre y una hija son acreedores ambos de la más alta distinción que se otorga en el periodismo cubano por la obra de toda una vida?

Era admirable la amorosa relación de Elio y Marina, padre e hija, ambos ya acreedores del Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida. Foto: Cortesía de la entrevistada

—Si supieras que no había reparado en eso hasta que varios colegas lo pusieron en las redes. De este reconocimiento lo que más me reconforta es, justamente, el hecho de que la mayoría de los compañeros del sector que nos conocen han relacionado mi premio con mi papá. Y eso me anima tanto, porque yo se lo dedico completamente a él, no solo por el gran profesional que fue, sino por su estatura inmensa como ser humano y el modo en que nos educó a mis dos hermanos, Miriam y Mauricio, y a mí, y también por la forma tan  dedicada y condescendiente que tuvo con sus nietos.

«Hace pocos días, el pasado 1ro. de marzo, cuando él hubiera cumplido 93 años, los miembros de la familia acortamos distancias y nostalgias a través de WhatsApp y acabamos haciendo un recordatorio de papi en el que se revelaron cuentos e historias que incluso yo no conocía. Creo que de él tengo mucho que aprender todavía».

—De padre periodista; sin embargo, nunca fuiste “una hija de papá”...

—A lo mejor no me crees si te digo que jamás me revisó un trabajo, ni una coma me puso, y no porque no tuviera cosas que enseñarme. Anduvimos siempre por ámbitos diferentes. Lo suyo fue el deporte, que no tiene nada que ver conmigo. Pero a él seguramente tampoco le gustaba eso de influir para que me beneficiaran. No niego que me abrió el camino en los inicios. Él fue mi inspiración.

—Cuéntame de los primeros tiempos en JR. Entraste siendo apenas una adolescente.

—Dieciséis años. Figúrate tú que no tenía edad laboral todavía. El director en aquel entonces era Jorge López y mi papá habló con él para que me dejara acercarme al medio como una especie de aprendiz voluntaria, un oficio que se ha perdido ya con los años, y que fue muy importante en las primeras décadas de la Revolución, cuando no había tantos licenciados ni másteres ni doctores como ahora. Comencé archivando revistas. Guillermo Lagarde y Orestes Cabrera, dos periodistas que me enseñaron tanto en aquellos momentos, comenzaron a darme algunas tareas propias del oficio para ir entrenándome.

«Aquel trabajo en la hemeroteca era muy sencillo, pero me sentí tan bien haciéndolo porque de algún modo satisfizo mi gusto por la lectura, un placer que tenía desde niña y que me había llevado antes a querer ser profesora de Español-Literatura, como parte del destacamento pedagógico Manuel Ascunce Domenech». 

La belleza y vivacidad de Marina en plena juventud. Foto: Cortesía de la entrevistada

—¿Y qué pasó con el magisterio?

—Cosas de la vida. No me adapté a estar becada. Los primeros callos de mis manos me salieron ahí, de tanto limpiar. Y para que tú veas, dar clases me encantaba, pero no podía con aquello de estar lejos. Acabé deprimida, y después de la salida sobrevino un período en que me vi, como digo yo, en la calle y sin llavín. Recuerdo que mi mamá me apuntó a través de la FMC hasta en un curso de corte y costura, yo que con las manos nunca he tenido la menor gracia. Por suerte pude insertarme luego en el periódico porque si no...

—Ya sabemos que estuviste primero una etapa como voluntaria, sin ganar nada. ¿Cuándo fue que recibiste el primer salario?

—A mediados de 1976, con la edad requerida, me emplantillaron. Desde entonces Juventud Rebelde es mi centro laboral, el único que he tenido. Y he sido muy feliz aquí. No imaginas cuánto. Mi vida entera la he echado en el periódico, desde que comencé como auxiliar de la Redacción Nacional y después pasé al mundo de los temas internacionales, organizando en un principio los cables que llegaban de las agencias. 

«Con los ahorros de lo que había guardado en poco tiempo, en enero de 1977 me casé con el padre de mi único hijo, a quien también conocí en JR. Era auxiliar de cajista. En aquel entonces el colectivo tenía un combo y él tocaba la guitarra.

 «Fue una época muy bonita. Tuve tiempo para todo: para seguir aprendiendo en la práctica, para atender y cuidar a mi niño Ariel, que había nacido en 1979, a lo que también me ayudó, toda la familia y con más carga mi hermana; y para cursar la Licenciatura en Periodismo por encuentros. En 1985 me gradué con una tesis histórica que realicé junto a Heriberto Rosabal, lamentablemente ya fallecido, sobre la revista Mella.

En buenos momentos con colegas y amigos de JR. De frente, de izquierda a derecha, Eloisa Gil, Marina Menéndez y Arleen Rodríguez Derivet. Foto: Cortesía de la entrevistada

«En JR, que ha sido siempre una fiesta, he compartido con tanta gente buena que me han ayudado a ser la persona que soy y tuve la dicha de que por muchos años fui compañera de trabajo de mi padre». 

—Más de una vez Elio se definió como un hombre sentimental, dado a animarse con un tango, un apasionado en el más amplio sentido de la palabra. ¿Cómo se define Marina?

—Yo no sabría circunscribirme así con tanta exactitud como lo hizo él. Todos nosotros también somos un poco sentimentales. Yo me considero una persona esforzada, alegre, amante de la música, de los amigos. Me gusta el baile, el teatro, la farándula, aunque también padezco de bastantes momentos de dubitación a la hora de tomar ciertas decisiones, sobre todo profesionales.

—Pero tus análisis, tanto en la radio, la televisión, la prensa impresa y hasta en los espacios digitales, siempre se han suscrito con una seguridad que hay que decirle Usted...

—Desde los inicios en esta profesión aprendí que sin una idea clara de lo que uno va a decir no somos nada. Ya cuando defines la tesis tienes el toro cogido por los cuernos, como digo yo.  

—Siguiendo con tu metáfora, hay quienes dicen que puede ser más fácil atrapar el semental con un tema de la realidad cruda y dura del cubano que con un comentario o un abordaje a un hecho internacional. ¿Realmente eso es así?

—A ver, cada área del periodismo tiene sus características y lleva su especialización. No habría por qué comparar porque considero que en un medio todos los roles son importantes y todos los temas, si se tratan con responsabilidad y se tiene en cuenta el contexto, deben estar.

«Particularmente en nuestras redacciones ha estado siempre mucha obra anónima cuya labor en el día a día resulta invaluable y poco tomada en cuenta. Pienso ahora mismo en todos los profesionales que con su trabajo de mesa cotidiano y sus destrezas para contraponer fuentes y buscar la verdad nutren con información páginas y noticieros radiales y televisivos. Con un orgullo tremendo reconozco que de ahí vengo porque la constancia ha sido mi camino. Por eso con toda esa gente quiero compartir también mi premio.  

Junto al trovador Gerardo Alfonso en una cobertura en el extranjero. Foto: Cortesía de la entrevistada

—Al lado del teletipo, cortando y clasificando despachos  de noticias, diste tus primeros pasos en un quehacer callado, pero luego has sobresalido por ponerle una marca a casi todo lo que has hecho...

—Jamás me he creído la gran pluma, aunque mentiría si oculto  que me motiva no solo decir, sino también decir bien y primero. Y todavía creo en la competencia sana entre los medios. 

En entrevista con el pastor, activista social y defensor de los derechos humanos Lucius Walker (a la izquierda), ya fallecido. Foto: Cortesía de la entrevistada

—¿La cobertura más difícil?

—¡Oh! La más estresante fue la Cumbre Iberoamericana de Panamá del año 2000. Ahí hubo de todo: la presencia de Posada Carriles denunciada por Fidel y su intento de asesinarlo en el Paraninfo de la Universidad; la complicidad de un movimiento derechista que pretendió generar hostilidad hacia Cuba y, sobre todo, el corajudo combate diplomático del Comandante en Jefe que dio más de una lección de dignidad. Fueron tantos sucesos uno detrás del otro que era imposible estar en todos lados. De La Habana me pedían la información completa y yo sentía por momentos que no podía cumplir con la presión del cierre.  

—Por tu amplia experiencia profesional has atestiguado cómo la defensa de las causas de Cuba en la arena internacional muchas veces se torna compleja. ¿De qué modo convergen el periodismo que has realizado y la militancia política?

—No hay límites, la confluencia es total. Ha tenido que ser total.

—¿Y no se corre ningún riesgo?

—El mayor peligro radica en perder la objetividad. Esa no puede faltar de ninguna manera. Me acuerdo, para ponerte un ejemplo, que cuando tuve que dar la noticia de la derrota del sandinismo en las elecciones del 25 de febrero de 1990 en Nicaragua, algo que nadie esperaba y pasó, después que prácticamente todas las encuestas le auguraban el triunfo, estuve horas y horas en una profunda disquisición conmigo misma. Yo había anunciado a los lectores una segura victoria. Presumí que la emoción le había ganado a la racionalidad en los análisis. Y de ese agujero solo salí volviendo al terreno, encontrando las verdaderas razones de la derrota y explicando con mucha honestidad de nuevo. 

—¿La entrevista más complicada?

—No creo que haya tenido entrevistas espinosas, lo complicado a veces ha sido conseguirlas. Sí atesoro con mucho cariño la de Evo Morales, la de Rafael Correa, la de algunos guerrilleros salvadoreños y guatemaltecos; la de Marulanda, por supuesto. Y con un amor especial siempre evoco la que pude realizarle a Fernando Lugo, por la historia de ese clamor popular pidiéndole a él que dejara los hábitos y se postulara como presidente.

—¿La etapa profesional más desafiante?

—El tiempo que estuve en la dirección de JR. A mí nunca me ha gustado dirigir a nadie y lo asumí por el altísimo sentido de pertenencia que he tenido por mi órgano de prensa. Antes había sido subdirectora por casi tres años.  Si bien me costó mucho en lo personal, hoy me satisface el haber contribuido a la formación de varios jóvenes que actualmente ocupan responsabilidades, y de haber celebrado en ese período las cinco décadas del periódico.

—¿El género preferido?

—Pienso que no que hay género chico. Los que más he usado son el comentario y el artículo. Mi fuerte no es la crónica, pero a veces se me da, y en las coberturas acudo mucho a la información con color y sus matices. Unos y otros géneros han nacido en cada experiencia.

«Generalmente miro no solamente el hecho, sino las circunstancias que lo rodean. Por ejemplo, en 1995, junto a los pobladores de Iquique, en Chile; en la Exposición Universal de Sevilla en 1994; en 2006 cuando tuve el privilegio de estar en La Higuera, y también en la cobertura especial de la 54ta. Asamblea General de la ONU, en 1999, adonde fue una delegación representativa de nuestra sociedad civil para asistir a los debates sobre la Resolución cubana contra el bloqueo. 

Marina junto a Fidel, quien acudió a la despedida de la delegación representativa de la sociedad civil cubana que participó, en 1999, en los debates en la ONU sobre la Resolución contra el bloqueo. Foto: Cortesía de la entrevistada

—¿Libros?

—Sí, uno de entrevistas en coautoría con el colega Roger Ricardo Luis, Caracas-La Habana-Caracas. Viajes desde la memoria, que acometimos durante nuestra misión en tierra venezolana entre agosto de 2008 y marzo de 2009.  

—¿El medio que más te impresiona?

—La televisión. Hasta hace poco todavía sentía recogimiento cada vez que iba a la Mesa Redonda, un espacio del que me enorgullece saberme fundadora. No te digo que no disfrute la experiencia, pero el sobresalto nunca ha dejado de estar. 

Marina (a la derecha) y un grupo de profesionales cubanos, en diálogo con Fidel, al término de una Mesa Redonda. Foto: Cortesía de la entrevistada

—¿Y el más cómodo?

—Bueno, no cuento el periódico que es como mi escuela, como mi casa. En la radio colaboro y me he sentido muy bien, tengo grandes deudas de gratitud con Habana Radio y particularmente con Radio Rebelde, quizá porque me gusta el dinamismo y estar permanentemente en activo, al ritmo de la vida. La gente hiperquinética es así. 

—¿Entretenimientos, obsesiones?

—El peso y los ejercicios. Siempre me ha preocupado la dieta. Yo de niña era medio comilona, aunque desde los 13 años ando en la historia de no dejarme caer en la gordura, al punto de que quise bajar las libras que tenía de más cuando me fui a casar y estuve como un mes solo a base de naranja y toronja. El gimnasio lo busco como mi espacio de relajación. Ya ahora casi no puedo ir por los cuidados y el acompañamiento a mami, pero al menos tres veces por semana voy. A la bicicleta sí que no la he abandonado jamás, esa es mi amiga de todos los tiempos.

—¿Y el cigarro?

—Vengo fumando desde los 20 años, mi niño, ahora estoy tratando de dejarlo un poco porque sé que hace daño. Yo no quería encender muchos hoy, pero es que nos hemos extendido un mundo. Por tu madre, no vayas a tratarme de usted cuando escribas la entrevista que me pones más vieja de lo que soy —y me suelta su placentera carcajada y su palabra de desahogo: «De p… película».

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