Padre e hijo. Autor: Falco Publicado: 08/12/2022 | 10:58 pm
Cuba es una nación que ama y cuida la infancia como un tesoro, pero aún no cambiamos de paradigma en cuanto a la comprensión de verlos como sujeto de derechos. De ahí que los encargos sociales para proteger a niños, niñas y adolescentes se conceptualizan desde la mirada adulta y quedan contradictoriamente elaborados más allá de lo que debería ser el compromiso esencial con su bienestar.
Tal afirmación la compartió la Doctora en Ciencias Sicológicas Roxanne Castellanos Cabrera, profesora titular de la Facultad de Sicología de la Universidad de La Habana, en el evento académico Creciendo al futuro, organizado por el Centro de Estudios sobre Juventud, quien apuntó que poner el bienestar en el centro de atención no significa en modo alguno que la familia deje de educar en normas, límites y entrenamiento de la voluntad, o que deje al niño hacer lo que quiera sin control alguno. No equivale a que los docentes dejen de enseñar ni dejar sin inyectar al pequeño porque los pinchazos le duelen. No es dejar de buscar la verdad porque la infancia no debe involucrarse en el ambiente hostil del sistema judicial.
«No se trata de eso. Y sabemos que se hacen muchas lecturas incorrectas como parte de la resistencia a cambiar la mentalidad y a las exigencias de transformarnos ya», afirmó Castellanos Cabrera. «Y si alguien creyera que se trata de una moda sin sustento todo este movimiento pujante a favor de la infancia (por cierto, no es solo cubano), existen evidencias científicas acerca de la importancia del bienestar sicológico infantil en la salud mental humana».
—¿Cuáles son esas evidencias irrefutables?
—La relación de apego del primer año de vida entre un bebé y sus cuidadores primarios es estructurante de la subjetividad humana, de la capacidad que tendremos luego para establecer vínculos de calidad con los demás seres humanos, para experimentar seguridad y autoconfianza durante toda nuestra existencia. Esto fue explicado por John Bowlby en la década de los 60 del pasado siglo, un legado científico de importancia trascendental para entender la magnitud del bienestar en la vida humana.
«En las últimas décadas se han generado significativos estudios sobre la importancia de los primeros mil días (partiendo de la gestación) como período crítico para el desarrollo que alcanzará cada ser humano; se ha demostrado ampliamente la oportunidad única que representa esa etapa para que los niños obtengan los beneficios nutricionales e inmunológicos que van a necesitar el resto de sus vidas.
«Lo interesante es que al hablar de nutrición no solo se hace referencia a la alimentación, sino también a los nutrimentos sociales y sicológicos. Fenómenos tan representativos de la desestructuración del sentido de la existencia y del deterioro de la especie humana como las adicciones, el suicidio y la delincuencia, están ampliamente ligados al déficit de bienestar desde la niñez.
«La infancia define la calidad de vida de los adultos mucho más de lo que somos capaces de admitir. Todo ello está demostrado científicamente y es lo que fundamenta la protección que el Código de las Familias defiende, aunque hay quien trata de presentarlo como un capricho político».
—Comprender esas realidades también pasa por el cambio de mentalidad en las instituciones…
—Las secuelas de siglos de desvalorización de la infancia perduran, tanto en los modos en los que se concreta la vida como en los imaginarios sociales, que siguen aportando el sostén para ello. Sin duda, las instituciones necesitan más exigencias en cuanto a mandatos, regulaciones, políticas que impongan el cambio de mentalidad para los cuidados del bienestar de la infancia; y esas familias que se rehúsan con vehemencia a dejar de maltratar por aquello de “son mis hijos y yo los crío como quiera”, deben sentir la firme actuación de la ley.
—Seguro usted ha tenido vivencias sobre este fenómeno…
—Hace unos días estaba en mi consulta de atención sicológica a niños y adolescentes, y desde una ventana que se encuentra a menos de un metro de la mía llegaba el sonido de los golpes sobre el cuerpo de una niña y sus gritos de dolor físico y espiritual. No podía concentrarme en mi labor y no dejaba de pensar en lo que aún nos falta en una sociedad como la nuestra. Si tan solo yo pudiera marcar un teléfono para ponerle freno al abuso sórdido que, en paralelo a mi trabajo de ayuda a la infancia, se daba a unos pasos de mí… En todo eso nos toca trabajar y avanzar.
«Y también en la prevención, cuya labor hoy se desdibuja y necesita fortalecerse, porque mucho antes de que un menor deba ser asistido por una significativa violación de sus derechos, ha vivido vulneraciones sistemáticas que lo marcan para toda la vida y perpetúan el fenómeno del abuso, porque también él seguirá reproduciéndolo.
«Esas vulneraciones sistemáticas son muy comunes, y en su mayor parte no se hacen notar para la sociedad. Por fortuna, cada ser humano lleva en sí mismo escrita la bibliografía sobre este tema: difícilmente exista una materia tan íntima y humana como esta. Más allá de manidas frases como “En mis tiempos no se hablaba tanto, todo se resolvía más rápido” o “Mi sicóloga fue la chancleta, y mira que bueno salí”, cuando profundizamos en las vivencias asociadas al maltrato cambian los rostros y afloran las historias de sufrimiento y daño, sin que aun quien lo cuenta sepa bien cuánto de eso le sigue reportando infelicidad en el aquí y ahora».
—Son tiempos de hablarle a toda la sociedad…
—La mayoría de los padres están haciendo lo mejor que pueden por sus hijos; ellos son también el resultado de lo que como sociedad hemos logrado, y son, como en todas las relaciones de violencia, víctimas de maltrato que repiten acríticamente el patrón.
«Sobre todo esto hay que hablarle a la sociedad, en particular a los que de una u otra manera tienen que ver con los cuidados de la infancia, porque el cambio auténtico debe partir del convencimiento natural e individual.
«Sobre ese principio se edifica el proyecto Crianza Respetuosa, para el acompañamiento a las familias. Confío en su poder irradiante, no solo hacia otras familias que se sumen a una comunidad de amor y respeto hacia la niñez, sino también por los aportes que desde sus profesiones y oficios pueden desarrollar esos cuidadores en la sociedad, porque cuando la relación entre madres, padres u otros cuidadores primarios con sus niños llega a ser de profunda conexión emocional, se tiene mucha más capacidad para entender a la infancia en general.
«Se necesita comprender, por ejemplo, el valor de una maestra para el bienestar de sus alumnos. Puede tener 19 años y faltarle un mundo de pedagogía por aprender, pero si conecta con sus alumnos será la Carmela de sus Chalas, un factor de protección tangible para todos ellos. Igual es el valor de un médico que conecta con sus pacientes, esos que aún pequeñitos y en pleno llanto logran controlar los sollozos cuando el especialista les sabe “hablar”. O el del operador del Derecho o del sistema policial que es capaz de entender los matices de desnaturalización de esos procesos para los niños y las cargas negativas que representan sobre sus existencias concretas».
—¿Qué otras cuestiones distinguen el bienestar como pilar de la estabilidad sicológica?
—Por si todo lo dicho hasta aquí fuera poco, debo añadir que repercute en la capacidad de entablar relaciones colaborativas y empáticas. Todo se hace más fácil y disfrutable por ambas partes: crecer en familia y verlos crecer; ir a la escuela y enseñarles; inyectarse y escribir el método con la dosis del medicamento requerido; contar cómo fue que aquel vecino quiso “tocarme” y ocuparme de que nunca más lo pueda intentar… Eso lo saben bien los buenos padres, los buenos maestros, los buenos médicos, los buenos juristas. Y sé que me entienden cuando digo “buenos”.
«Termino con dos frases que me gustan mucho por su poder ilustrativo: “Si desde el inicio nos contaran que en la infancia se define la salud mental de un adulto, entonces trataríamos con más amor el alma de los niños”, y “En cada niño se debería poner un cartel que dijera: tratar con cuidado, contiene sueños”».