Un incendio de grandes proporciones en un tanque de combustible, debido a una descarga eléctrica, sucedió esta tarde en la zona industrial matancera Autor: TV Yumurí Publicado: 05/08/2022 | 08:26 pm
VER esas llamas duele. Ver ese humo negro, que como crespones de luto se adueñan del cielo en una especie de canto fúnebre, duele, y mucho. Oír, hablar, ver o imaginar cualquier noticia sobre Matanzas ahora, en este minuto, duele por más que se intente lo contrario.
Cuba vuelve a estar de luto. Todavía no se ha aliviado el sufrimiento del hotel Saratoga, y justo ahora llega este incendio con una cifra de pérdidas que hace apretar los dientes.
Cuba duele entre tantas vicisitudes. Entre sanciones espurias, pandemias, contracciones económicas, apagones y el día a día heroico de la cotidianidad, ese accidente inédito resuena en la misma raíz de este año duro.
Como suele ocurrir en los momentos de tragedia, los agoreros del odio aprovechan para frotarse las manos con alegría y lanzar los leños de la incertidumbre al fuego del dolor.
Ya ponen las etiquetas de muerte por las redes sociales. Ya incitan a sentir una pena que no perciben. Ya convocan a la muerte, mientras propalan calumnias justo cuando un país entero se sacude el dolor y se apresta a ayudar a sus hermanas y hermanos matanceros.
Al momento de escribir estas líneas, Cubadebate desmentía una información falsa, desde una réplica también falsa del sitio cubano, donde se aseguraba que las autoridades de la Isla rechazaban la ayuda brindada por el Gobierno de Estados Unidos para controlar el siniestro.
Nada en estos casos es gratuito; como nada, con esos alientos de maldad, tiene los aires de la ingenuidad.
Tampoco nada es nuevo. En la historia patria y de nuestra América, sobran los ejemplos de cómo los hechos objetivos se combinaron con los elementos de la naturaleza para aplastar las fuerzas independentistas en una especie de conjuro perverso.
Algo así debieron sentir los hombres que partieron del ingenio Demajagua el 10 de octubre de 1868.
La Revolución apenas había nacido y ya un temporal mojaba las armas y municiones de los hombres guiados por Carlos Manuel de Céspedes camino a su primer objetivo: el poblado de Yara.
Ese factor, la lluvia, junto a la desorganización y la inexperiencia se convirtieron en elementos claves para sufrir una derrota que lanzó por tierra los ímpetus iniciales sentidos por muchos.
Tal vez todo hubiera acabado ahí, de no haber sido por la posición inclaudicable del Padre de la Patria, que con pocas palabras barrió por completo con cualquier vestigio de amilanamiento.
«Aún quedamos 12 hombres. Bastan para hacer la independencia de Cuba», dijo iracundo ante los lamentos, fijando de esa manera y para siempre una especie de eco moral que, a decir de Cintio Vitier, resonaría de nuevo en 1956 en plena Sierra Maestra.
Pocos años después de la gallardía de Carlos
Manuel, las privaciones más inauditas se mostraban en sus tonos más apocalípticos dentro del campo insurrecto de Camagüey.
Mal alimentados y armados, enfermos, con las ropas convertidas en harapos y acosados sin descanso por los españoles, la tropa mambisa descansaba cuando se oyó a un oficial que aseguraba, con voz apagada, que ya todo estaba perdido, y que ya no quedaba más nada por hacer.
Quizá otras voces se le hubiesen unido. Si así era o así ocurrió, ya poco o nada importa; porque entonces otra voz, no menos sufrida pero bien fuerte y limpia, la de Ignacio Agramonte y Loynaz, resonó por todo el campamento para recordar que la vergüenza de los cubanos era el arma principal, la única y verdadera que se tenía para doblegar las adversidades por mayores que estas fueran.
Ante esa firmeza, reiterada a lo largo del tiempo en más de un episodio, todos los conjuros se han retirado una y otra vez en los momentos más agónicos de la nación con una certeza terrible, casi oportunista.
Llevar esa relación sería interminable. Hoy ese aire perverso entre naturaleza y adversidades se encuentra de vuelta ante el corazón del país.
Pero también está el otro conjuro. El de la rebeldía y el desafío. El de la vergüenza de las cubanas y cubanos. Porque mientras las columnas de humo manchan el cielo de Matanzas, cuatro palabras se hallan fijas como en un solo pecho para decir sencilla y claramente al mundo: Cuba no se rinde.