Bayamo encanta por sus edificaciones. Autor: Armando Yero Publicado: 04/11/2021 | 10:32 pm
Hay ciudades en las que cabe una nación. Ciudades que te erizan cuando las tocas en las profundidades, cuando repasas sus glorias, capaces de provocar resonancias.
Hay ciudades, como Bayamo —de cumpleaños hoy—, que hacen falta a la hora del recuento y del desafío, porque te reafirman que la historia no es panfleto, sino torbellino de hechos, de conexiones, de flechas (más que fechas), llegando a los sentidos.
Fue primera tantas veces que algunos se han preguntado, con razón, cómo en una región tan pequeña, lejos de la capital, pudieron emerger incontables hechos, heroínas y héroes. Y otros han reiterado que, como Santiago, merecía un título honorífico, pero aun sin él, Bayamo vive el orgullo de saberse cuna, canto y referente.
Sentir sus calles es como si las leyendas de libertadores a lomo de caballo o las de una obra que habla de espejos y sublevaciones, se hicieran ciertas doblemente.
Desde aquel 5 de noviembre de 1513 este pedazo sagrado del país —no solo el poblado sino toda su área de influencia— se convirtió en matriz. De aquí emergió el primer mártir, Hatuey, el que no ha dejado de proyectar luces en su rebeldía desde Yara, donde primero se asentó, presuntamente, la villa.
En esta zona nació la primera rebelión aborigen, la misma que apedreó al conquistador Pánfilo de Narváez. Y, como si fuera poco, de las manos de un bayamés, Joaquín Infante, salió el primer proyecto cubano de Constitución.
Ahora mismo a algunos nos parece estar viendo los muchísimos fuegos de Bayamo; no solo los de la quema asombrosa que la redujo a vigas llameantes y llevó a decir a los españoles: «¡están locos!», también los de la primera canción romántica, los del primer Himno, los del primer Gobierno Revolucionaro, los de la primera Plaza de la Revolución, los de la primera ciudad libre...
Este 5 de noviembre volvemos a los poemas de Zenea, fusilado y nunca bien estudiado; o a los versos de José Joaquín Palma, reclutador de Máximo Gómez en El Dátil y luego autor del Himno Nacional de Guatemala. Vemos quemado el piano de Perucho y entonces repetimos: ¡Qué grandeza la de aquella generación, que de los espacios señoriales se fue a vivir debajo de las palmas, entre sonidos de grillos por aspirar a la libertad!
Miramos este día fundacional a los que aquí tienen pocas estatuas y nunca deberían ser estatuas sino seres vivos: Maceo Osorio, Aguilera, Rosa La Bayamesa, Adriana del Castillo, Canducha Figueredo, Luz Vázquez… el mismísimo Carlos Manuel, padre, patricio y primogénito.
Cada noviembre nos debería servir para entender, también, que la ciudad no solo es pasado; es campanada para no quedarse en la almohada; es imperfección de calles en Manopla, o «Cajiga», que acentúa lo mucho que le falta por crecer; es el paseo de General García abarrotado o en calma, y la cera hecha personaje en un museo único.
Es el ajedrez en los portales, los coches superados ahora por las «cativanas», el recordatorio de que Cuba requerirá siempre la actitud de lugares como este. Es la espada levantada, la vena inflamada y el llamado solemne a que la patria nos contemple orgullosa.