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Mucha vida

Un joven decano cuenta a nuestro diario su experiencia como voluntario en un centro de aislamiento

Autor:

Santiago Jerez Mustelier

ESTAR en un centro de aislamiento para algunos puede ser como pernoctar en un búnker, en el que te invade la sensación de sentirte fuera, desconectado, sabático. Pero hay para quienes allí dentro el día comienza aún con la madrugada, y las horas no alcanzan, porque si algo sobra en estos lugares es trabajo.

Un ajetreo constante no da chance al desánimo, y ello lo sabe el joven decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Oriente (UO), José Raúl Vega Cardona, quien se alistó para servir como voluntario —junto a otros ocho estudiantes y profesores— en el centro de aislamiento ubicado en la residencia de la sede Julio Antonio Mella, de esa misma institución.

En casa quedó su madre, de 63 años, pero él no pudo permanecer quieto ante la convocatoria que hiciera su universidad: alistar a grupos de jóvenes para labores disímiles en un sitio en el que cualquier escondrijo, o descuido, te puede llevar al virus.

«Me sumé con el espíritu de aportar, ayudar… hay tanta gente trabajando duro para que este país derrote a la pandemia, que me sentía en el compromiso de venir. Estando, uno se percata de cuánto hacen falta aquí manos dispuestas. ¿Cómo iba a convocar a otros y no vincularme también?», comenta a Juventud Rebelde a través de audios por WhatsApp, en uno de los breves reposos que ahora tiene el lujo de darse.

Aprovecha en la conversación para rememorar los primeros días: «Difíciles, retadores, anómalos para todos nosotros; aquí estamos sociólogos, abogados, arquitectos, filósofos e ingenieros; hay muchachos de 18 y 19 años de edad, como también otros que sobrepasamos los 23…

«Muy pocos habían tenido que servir comida para tantas personas, o fregar bandejas por montones. Al principio nos enfocamos en lograr sincronía como equipo, aprehender cada dinámica, para así protegernos y no violar ningún protocolo sanitario».

En el miedo, José Raúl encuentra la fuerza para actuar ecuánime y no resquebrajar su salud ante un enemigo que no se ve. Le es imposible desprenderse de su condición de jurista, la que ha salido a flote lo mismo para mediar, aconsejar sobre temas concernientes a herencias, testamentos, familia y vivienda, o hasta para recordarle a algún aislado impaciente sobre el delito de propagación de epidemia.

Entre tanto limpiar, «sacar brillo» a cada superficie, llevar comida, administrar el centro, lavar y tender la ropa del personal médico a su cuidado —con el debido rigor, pues los que ahora son sus pacientes antes estuvieron en vela de enfermos con la COVID-19—, José Raúl y sus colegas voluntarios sacan tiempo para contestar un chat, tomarse una selfie grupal, hacer bromas, poner un poco de música, escribirles a las parejas, leer un libro que alguien llevó y lo presta, y hasta intentar un vídeo de Tik Tok… todo lo que implique no estar ni tristes ni preocupados.

«Alguien me confesó una noche que antes de entrar pensaba encontrarse con un sitio angustioso, desolado, pero con el paso de los días reparó en que un centro de aislamiento puede ser un lugar de mucha vida».

Fuera de las cuatro paredes la existencia no se detiene, y son la familia y los amigos sostenes de esa otra realidad que ahora les parece tan distante a quienes se han envainando de voluntad y altruismo.

Aunque José Raúl sigue pensando en la tesis que le queda por revisar, en el artículo científico que dejó a medias y en las clases que pronto impartirá, en momentos como estos valora un «Sé precavido», un «Estoy orgulloso de ti»… y siente cercana toda palabra tibia de afecto y apoyo.

Y hasta se emociona cuando lee un post en Facebook que le dedicó la poetisa Teresa Melo, quien desde su humanidad encendida lo insta a no confiarse, y al autocuidado extremo.

De «Raulito», como lo conocen los más próximos, se puede hablar mucho: del activismo como dirigente estudiantil en la UO, la labor como profesor y decano en su Facultad, la categoría de Doctor en Ciencias, su premio al Jurista de 2018, sus libros y publicaciones; pero ahora mismo todo eso se vuelve minúsculo frente a la satisfacción de contribuir a que otros ganen la pelea por la vida.

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