Leidy Marian Salvador (izquierda) y Tanya Herrera Muñoz (derecha) coinciden en que para realizar la inseminación hacen falta conocimientos especiales y también habilidades Autor: Lisandra Gómez Guerra Publicado: 07/03/2020 | 08:34 pm
Guasimal, Sancti Spíritus. —«Mima, pórtate bien, coopera…», la voz de Leidy Marian Salvador Álvarez intenta apaciguar la tensión en uno de los corrales de la familia Cruz Fragoso.
Su mano recorre el lomo de la vaca, ceñida a un tronco, y luego introduce lentamente la varilla, en busca de que germine un nuevo milagro dentro de nueve meses. El animal se estremece. Los cascos traseros, sujetados por un rudo lazo, levantan chispas.
«Se pone tensa: no es lo mismo una mano que cuando la monta el toro», dice, sin dejar de calmar al animal, esta joven de 22 años, una de las seis integrantes del proyecto Mujeres al rescate de la eficiencia ganadera, iniciativa de la cooperativa de crédito y servicios (CCS) Bienvenido Pardillo, de esta localidad.
Aún el sol no calienta. Los perros corren como locos detrás del ganado, que coge tierra adentro. Gallinas, guanajos, chivos y carneros levantan polvo en busca de lo poco oculto en el árido suelo, maltratado por la sequía. Con el fin de sembrar otra vida, Leidy Marian pone en el timón de la bicicleta el termo con nitrógeno en que conserva las pastillas de semen certificado y se pierde por la elevación que lleva hasta la serpentinada carretera que une a Guasimal con Sancti Spíritus.
«La labor de inseminación se hace bien temprano o por la tarde, porque a la vaca no le pueden dar directamente los rayos del sol. Puedes fallar la primera vez, pero la segunda no. Esto sí lleva mucha práctica», asegura una de las responsables de que en estas tierras —casi al borde de la costa sur— se demuestre que es efectivo el temor de la simpática vaquita Pijirigua, cantada por Pedro Luis Ferrer.
Aunque ese colectivo tropieza con alguna que otra talanquera mental para ejercer su labor, desde su debut han logrado una efectividad en la gestación por encima de los índices tradicionales para razas Holstein y Cebú, resultado que se agradece por el apoyo incondicional de la directiva de esta CCS, distinguida a nivel de país durante diez años consecutivos por entregar un millón de litros de leche, aunque aspira, con el empuje de estas muchachas y otras estrategias, a duplicar esa cifra en un futuro no lejano.
«Ya no me rechazan por ser mujer, porque les hemos demostrado que somos capaces, por tener conocimientos y por nuestra entrega al trabajo. Pero sí, algunos campesinos a veces se resisten a que se realice la inseminación de sus vacas porque todavía no concientizan que nuestra labor impulsa la producción de leche y carne. A esos les entramos “por debajo” y ya nos hemos ido colando, pero queremos que confíen mucho más», narra Tanya Herrera Muñoz, de 21 años, quien se enamoró de la idea de esta brigada mientras buscaba en qué ser útil luego de abandonar los estudios.
Génesis
Los recelos que aún pastan por la zona de Guasimal son retoños si se comparan con los de 2016, cuando se supo de esta idea en esta comarca espirituana, e incluso dos años después (precisamente el 8 de marzo), cuando el colectivo femenino recibió el certificado de graduación.
Desconfianza, prejuicio, miradas de reojo… De todo un poco encontró el grupo integrado por jóvenes veterinarias y otras socias de la CCS.
«En el país hacía falta una brigada de inseminadoras, y como nuestra cooperativa fue la primera en cumplir con la entrega de un millón de litros de leche en Cuba y contaba con varias técnicas, perfectamente podíamos encargarnos de romper los viejos estereotipos», cuenta Yolanda Sierra Alonso, de 52 años de edad, experta en el mundo animal.
Necesidad y anhelo tomaron forma con el apoyo del proyecto Agrocadenas, auspiciado por la Unión Europea, el cual tributó experiencia y sobre todo recursos: material de oficina, maletines quirúrgicos, refrigerador para guardar el semen, bicicletas, monturas, bastos, frenos y caballos.
«Tuvieron que dar charlas a los campesinos porque al principio no nos querían. En el pensamiento machista, este es un oficio de hombres. Ya ahora nos invitan a eventos por la equidad de género para que contemos nuestra experiencia.
«A mí me ha ido de maravillas, porque me formé como ser humano y gané en conocimientos», añade Tanya, quien conocía con anterioridad la práctica del mundo ganadero porque llevó las riendas en la finca de su padre.
«Lo primero fue pasar el curso teórico en la Escuela de Capacitación del Ministerio de la Agricultura en Sancti Spíritus, y luego hacer prácticas en el matadero de reses Víctor Ibarra, de la provincia», refiere Yolanda Sierra, con más de tres décadas como técnica integral veterinaria.
Desde entonces la solidaridad es ley entre ellas, aunque no aparezca escrita. Gracias a ese mandamiento natural, la sensación de peligro al desafiar el instinto animal se aligera cuando se visitan los potreros de Melones, Yaguá, Pascasio, Vanguardia, Mayabuna o El Jagual.
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Bien lo sabe Yerisleidy Cruz Fragoso, quien con 24 años ya perdió la cuenta de cuántas veces ha inseminado, ¡y con efectividad!: «Cada una tiene asignado un número de campesinos, según la zona que nos dieron, pero si no puede atenderlos o uno de ellos pide expresamente a otra porque es su vecina o conocida, no hay problemas entre nosotras. Este es un oficio de mucha paciencia: además de ganarte la confianza del dueño, no puedes molestarte con la vaca si se pone majadera, y mucho menos darle golpes si te da uno a ti», explica Yolanda, quien desde que abrió los ojos andaba detrás de su padre, también inseminador.
Como política de la CCS, cuando un campesino identifica que su vaca está en celo da la voz de aviso: «A veces ellos piden de qué raza quieren el semen, en correspondencia con lo que nos llega del Centro de Inseminación Artificial. Vamos y comprobamos si el animal tiene buen estado corporal antes de proceder, porque esa es una de las garantías para que sea efectivo el resultado», insiste Leidy Marian Salvador, quien además recorre varios kilómetros todos los jueves hasta la ciudad del Yayabo para sentarse en un aula universitaria, donde estudia primer año de Medicina Veterinaria.
Fértil vocación
La actual época de sequía, aunque amenaza los índices de gestión del ganado vacuno por la vía natural y artificial, no ha podido ponerle frenos a esta brigada, que en las sabanas de Guasimal contribuye a la implementación de la Estrategia de Género del Sistema de la Agricultura y al cumplimiento del Plan de Acción Nacional de Seguimiento a la 4ta. Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer.
«Cuando no inseminamos, visitamos a nuestros campesinos para conocer cuáles son sus necesidades e intereses e informarlo cada martes a la junta directiva de la CCS. También prestamos otros servicios, como asistir en un parto complicado o inyectar terneros.
«Todo lo que hagamos se cobra: eso aporta a la economía de nuestra cooperativa y a la vez nos beneficia personalmente. Nuestro salario fijo es de 375 pesos, pero hemos podido cobrar hasta mil porque se incrementa según nuestros resultados. Por eso estoy muy contenta y orgullosa con esta labor», acota Tanya, la más comunicativa del grupo, integrado además por Mislaidy Pizarro y Sonia de la Paz.
En ese afán porque la CCS Bienvenido Pardillo sea líder en reproducciones seguras y exhiba mejores vacas y novillas certificadas, a esta brigada de inseminadoras le frunce el ceño otra preocupación: «No contamos con tratamientos hormonales para provocar el celo. Ya planteamos en la reunión pasada de la CCS la necesidad de ir a la Empresa de Managuaco, que tiene otros proveedores, para hacer el contrato y comenzar a utilizar esos recursos aquí», añade Tanya.
Frente a tantas ganas de hacer, dejo escapar una pregunta:
—¿Habrá continuidad en este grupo?
—«Sí, tenemos a varias muchachas interesadas en sumarse. El curso de preparación comienza en marzo o abril», responde como ráfaga la más experimentada, Yolanda Sierra Alonso.
—¿Y no sumarán a hombres?
—«No. Reconocemos que todos son importantes, pero nosotras estamos para dar el ejemplo de cómo las mujeres podemos trabajar en el campo, y sobre todo inseminar», replican.
Yerisleidy Cruz Fragoso (izquierda) y Yolanda Sierra Alonso (derecha) supervisan el estado de salud de los terneros nacidos tras la inseminación artificial. Foto: Lisandra Gómez Guerra