Educar construyendo un país Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 05/10/2019 | 10:28 pm
El muchacho había llegado al preuniversitario Celia Sánchez Manduley, de la Isla de la Juventud, con casi todas las asignaturas suspensas y una circunstancia que marcaba su incipiente juventud: había fallecido su papá.
La madre asumía entonces toda la responsabilidad de su educación; pero el trabajo, la carga habitual del hogar, más el estado emocional del joven la ponían ante una situación compleja. Estaba en riesgo el futuro de su hijo.
Por suerte, empezó en el grupo de la profesora Amada Rodríguez Domínguez, quien ha dedicado sus 38 años en el sector a formar y a «enderezar» rumbos.
«Nada más que llegó al aula, nos ocupamos. Visitamos a la mamá, trazamos juntas la estrategia, le dimos seguimiento dentro y fuera de la escuela y ya se graduó de bachiller. La familia está muy agradecida y nosotros, satisfechos, porque logramos conducirlo por el buen camino», cuenta la experimentada profesora.
La anécdota pone de relieve algunos de los objetivos esenciales de la educación cubana: desarrollar hábitos, conocimientos y habilidades, formar valores dentro y fuera de las instituciones escolares y contribuir al desarrollo integral de las futuras generaciones de acuerdo con nuestro sistema social.
No obstante los logros y resultados históricos del sector, la familia ha planteado diversos cuestionamientos sobre la enseñanza en el país. Como contraparte, los educadores esgrimen a su favor que la sociedad no siempre ha sabido saldar las deudas que posee con esa profesión determinante para la nación.
A raíz del incremento salarial en el sector presupuestado y el retorno de más de 9 000 maestros a las aulas, el debate ha vuelto a resurgir no solo en las calles sino también en internet. Juventud Rebelde se acercó a algunas instituciones escolares de cuatro territorios del país en busca de experiencias y criterios que contribuyan a la reflexión en torno al tema.
Incremento salarial: ¿Garantía de calidad?
Alberto Betancourt, un tunero que acompaña a su hijo adolescente en su debut en el 9no. grado, cree que el incremento salarial a los educadores debe ser un incentivo para que ahora impartan mejores clases y potencien su superación: «Josué tuvo un maestro con errores de contenido y faltas ortográficas. Confío en que eso quede resuelto con el retorno de los que se alejaron del aula», opina.
Sin embargo, la habanera Lisley Artiga, del municipio de Diez de Octubre, piensa todo lo contrario. «El que es bueno, siempre lo ha sido; y el que no lo fue antes, no lo será ahora porque le paguen unos cuantos pesos más», piensa esta madre de una niña que comenzó el 6to. grado.
La matancera Maribel Fuentes, una profesora jubilada que se trasladó para la capital hace un par de años y ahora repasa niños de primaria en su casa, advierte que no le parece justo que hayan aumentado los salarios a todos los maestros por igual.
«Cobra lo mismo el mediocre y el desentendido, que el que se acuesta tarde “inventando” una buena motivación para la clase o pensando cómo darles solución a las diferencias individuales. Aquí vienen niños que pasan de un curso a otro sin vencer las habilidades. ¿Alguien les descuenta a esos profesores?», pregunta.
Esta educadora se atreve a afirmar que «el problema del sector no es solo económico. Pasa también por métodos y estilos de trabajo que a veces priorizan lo burocrático por encima del resultado real y la satisfacción del maestro».
Por su parte, Alfredo García Reyes, abuelo de dos adolescentes residentes en el Cerro, se muestra preocupado por los «desórdenes» que ha percibido en la actitud de estudiantes y profesores de la secundaria básica a donde asisten los muchachos: «Hay que velar por la asistencia al aula de los profesores, por las tareas que les dejan a los estudiantes, y enfrentar los fraudes», dice.
Señala uno de los asuntos primordiales que ha sido puesto en tela de juicio cada vez que se analizan problemas asociados al sector educacional: la vocación. «Esa es una deuda que nos queda pendiente. Todavía hay quien se enfrenta a un aula sin ganas de trabajar ni de enseñar», expresa García Reyes.
El maestro debe nacer de la vocación. Foto: Abel Rojas Barallobre
Maestro, ¿Se nace o se hace?
La profesora pinera Amada Rodríguez Domínguez es de las que piensan que el maestro debe nacer de la vocación. «De lo contrario, abandonaría ante el primer inconveniente; aunque con el incremento salarial, muy necesario y bien recibido, mejora la situación y estamos más motivados», dice.
Pero su coterránea Yainelys Breña Hernández, quien imparte Fundamentos de Sicología y Pedagogía en la escuela pedagógica Martha Machado, asegura que «la vocación se lleva dentro y la descubrimos en la medida en que nos involucramos en el magisterio. Muchas veces hemos lidiado con estudiantes que matriculan porque no tenían otra opción y aquí los formamos con trabajo y dedicación. Muchos de esos muchachos son maestros excelentes».
También acepta que «todavía llegan estudiantes con bajo nivel y pocos hábitos de estudio, que no utilizan eficientemente el tiempo. Eso ralentiza el avance desde el punto de vista formativo, pues en ocasiones tenemos casi que empezar de cero», argumenta.
Elvis Rodríguez Cernada, quien cursa el cuarto año para graduarse como maestro de Educación Especial, es un ejemplo de los que sienten amor por el magisterio desde la cuna. «Me gusta mucho mi futura profesión porque se trata de una especialidad de sublime amor.
«Esta fue mi primera opción cuando concluí 9no. grado y mi familia me respaldó. Para mí sería de gran satisfacción ayudar al desarrollo del lenguaje de niños con problemas fisiológicos o miedo escénico. En eso me empeñaré siempre, para hacerlo con calidad y mucho amor», expresa el joven pinero.
Algo similar sucede con la matancera Nurian Suárez Polledo, licenciada en Derecho y consultora jurídica en Playa Larga, Ciénaga de Zapata. Ella siente satisfacción porque su hija Elianny Acanda Suárez desde pequeña quería ser maestra.
La joven Elianny, de 19 años de edad, cuenta sobre su experiencia: «Estuve cuatro meses de prácticas en la primaria Dulce María Martín, en Caletón, y me fue bien, aunque las familias me subestimaron al principio. Creo que eso es normal. Lo más difícil siempre es enfrentarse a un aula y a los padres, porque es complicado lograr la disciplina de los niños. El magisterio lleva mucha dedicación y paciencia, toda la del mundo, y las familias muchas veces no ayudan».
Desde otra línea de pensamiento, Bienvenida Brito Díaz, maestra de 5to. y 6to. grados de la escuela primaria matancera Eliseo Noel Caamaño, sostiene que el respeto comienza en la propia comunidad donde está la escuela: «El maestro no está solo para dar clases, sino también para comunicarse, para acercarse a ese alumno con ciertos problemas y a esa familia disfuncional».
Realidades y anhelos
Si bien es cierto que la familia lleva razón cuando apunta hacia el desinterés, la falta de profundización en algunas materias, la calidad de las clases y la exigencia, también es cierto que a los educadores hay que prestarles mayor atención tanto material como espiritual para reconocer una labor abnegada como pocas en el país.
El docente tunero Mario Rivas, con más de 30 años de experiencia, asegura que «esta profesión es como un sacerdocio, porque exige mucha dedicación. Uno trata en cada clase de que los alumnos no solamente asimilen bien la asignatura, sino que adquieran hábitos como el buen hablar. Sin embargo, no siempre se consigue».
Mientras, el matancero Abel Duniesky Valenzuela Vizcaíno, profesor de Historia de la secundaria Generación del Centenario, refiere que «hay que reconocer la labor del maestro, atender a los que viven en las residencias para albergados».
En este sentido, vale destacar que Ena Elsa Velázquez Cobiella, ministra de Educación, durante las reuniones preparatorias previas al comienzo del presente curso escolar, indicó fortalecer el Programa de Atención Integral al Maestro, para lo cual se debe contar, necesariamente, con el apoyo de las autoridades locales.
Por otro lado, una irregularidad a la que aluden no pocos educadores y que exige urgente y definitiva solución en las escuelas es el uso de teléfonos celulares por parte de los estudiantes, más allá de los fines académicos. Aunque no encontramos consenso respecto a si se debe prohibir su uso o aprovechar sus bondades, en lo que sí coincidió la mayoría fue en que desvían la atención a la clase y desvirtúan el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Desde Matanzas, una idea de la máster Madtulín Villalobos Candal, directora de la escuela primaria Eliseo Noel Caamaño, viene a aportar otra luz acerca de las realidades de los educadores en la Cuba de hoy: «Existen maestros que hacen cosas que no están dentro del reglamento de la escuela y por eso a veces incurren en la falta de respeto hacia la familia. Por mi carácter no he tenido ningún tipo de problema. Trato de resolverlo todo de la mejor manera, pasivamente. Hay que decirles a los padres cuando el niño no tiene la razón».
Familia-Escuela: Dueto decisivo
En el empeño de lograr una generación mejor preparada tanto en lo académico como en el civismo, tan necesario hoy en Cuba, no es justo apuntar hacia un solo lado, aun cuando se reconozca que la escuela ha dejado brechas por donde se han colado la indulgencia, la irresponsabilidad y el desacato. Pero esos mismos males también han permeado la parte que corresponde a la educación desde el hogar.
La máster Magaly Portillo Pestano, responsable de las prácticas preprofesionales en la escuela pedagógica René Fraga Moreno, en Matanzas, introduce uno de los puntos neurálgicos que, según ella, afectan a su profesión: «La familia no le ha dado la importancia que el maestro tiene en la sociedad. Antes decir “maestro” era como mencionar a un dios en cualquier comunidad. Sin ser absoluta, puedo afirmar que la familia cubana le ha perdido un poco el respeto a la educación».
Otro aspecto lo aporta Abel Duniesky Valenzuela Vizcaíno, quien afirma que la familia sí valora positivamente el papel del maestro, pero añade que es un tema con varias aristas: «La parte positiva es que la mayoría de las personas coinciden en que es una conquista del proceso revolucionario. No pocos quieren que sus hijos tengan al mejor maestro, al más preparado, al ejemplar; pero a veces vemos incomprensiones porque el maestro es joven. No entienden que los jóvenes también están encaminados en esta tarea de educar», advierte.
Desde la Isla de la Juventud, Amada Rodríguez Domínguez opina que la familia y la escuela deben funcionar como un solo equipo y apoyarse. «El maestro es quien debe impulsar y modelar esa relación, pero muchas veces los padres no se acercan a la escuela y entonces somos nosotros los que debemos propiciar la comunicación, pues el estudiante es también nuestra responsabilidad».
Su colega Yainelys Breña considera que la familia cubana ha cambiado mucho y en ocasiones juzga al maestro sin tener en cuenta su criterio sobre cómo ejercer su trabajo. «Nosotros somos los capacitados para lograr una influencia educativa positiva y, por tanto, ayudar y orientar a la familia para que pueda proceder de la forma correcta.
«Muchas veces los padres no tienen en cuenta los consejos hasta que el niño está suspenso o cuando no queda otro remedio. Tienen que estar atentos y participar más en las escuelas de educación familiar donde abordamos temas tanto del área cognitiva como de la afectiva-motivacional», explica.
En cambio, la matancera Lourdes García Medina, quien imparte clases al primer ciclo de la escuela primaria Leonor Pérez y acumula 37 años de trabajo, manifiesta que nunca ha tenido problemas de comunicación con las familias porque se ha ganado el prestigio con su trabajo.
«Me reúno con los padres, les explico mi forma de ser y aunque tengo fama de mal carácter, logro mis objetivos con los niños. Muchas veces decimos que la familia no apoya a la escuela, pero es el maestro quien tiene que acercarse más a los padres, conocer sus problemas, ver en qué podemos ayudar, quizá no con recursos, pero sí espiritual y sicológicamente. Tal vez dándole cariño a un niño; si no tiene forros para sus libretas, no criticarlo, ayudarlo. Esas pequeñas cosas engrandecen nuestro trabajo», añade.
Y Valenzuela Vizcaíno opina que «los problemas con la familia siempre son por incomprensiones, por algún padre molesto porque no está satisfecho por alguna nota. Eso siempre va a existir porque trabajamos en una sociedad compleja, y en ocasiones los padres creen que sus hijos tienen la razón. Experiencias negativas hemos tenido muchísimas, pero puedo afirmar que son más las positivas y el número de familias matanceras que agradecen la función del maestro».
Nancy Castillo Delgado, presidenta del consejo de escuela de la secundaria básica Camilo Cienfuegos, del municipio capitalino del Cerro, asegura que en esa institución «hay muy buena relación hogar-escuela. Los miembros del consejo visitamos a los alumnos que tienen alguna situación, ausencias por enfermedad u otro motivo y a quienes tienen dificultades académicas. Es nuestro pequeño aporte para que la escuela desarrolle mejor su labor y así se benefician nuestros hijos».
Por su parte, la licenciada en Lengua Inglesa Dianelis Novoa Vento, quien luego de varios años fuera de la docencia regresó hace tres cursos a la secundaria capitalina Camilo Cienfuegos, resume la importancia de la relación escuela-familia para estas edades. «Son adolescentes y a veces les falta responsabilidad, necesitan de mucho apoyo. Por eso hay que trabajar de conjunto con la familia para que haya en la casa continuidad de nuestra labor».
Notas para una evaluación necesaria
Formar hombres y mujeres para el futuro, en una sociedad compleja y cambiante como la contemporánea, no exenta, además, de dificultades económicas, es una tarea ardua que no solo precisa retribución monetaria, sino también responsabilidad y amor al trabajo, incentivo profesional y reconocimiento social.
Es cierto que las necesidades básicas de los educadores, quienes constituyen la base del desarrollo de cualquier país, deberían protegerse y priorizarse, de acuerdo con las posibilidades reales de la nación.
El aumento salarial ha venido a dotar al sector de un empujón necesario para sacarlo de la inercia y la apatía en la que se encontraban algunos de sus profesionales. Pero no hay que confiarse ni conformarse. Tampoco se debe recelar demasiado de quienes intentaron encontrar beneficios económicos de manera lícita en otros sectores. Eso sí, en la reincorporación debe primar siempre la responsabilidad para que continúen regresando frente a las pizarras quienes verdaderamente puedan aportar conocimientos y experiencias.
En el presente curso escolar se incorporaron a las aulas más de un 1 700 000 estudiantes de los centros adscritos al Ministerio de Educación. Si la sociedad toda une esfuerzos para que conocimientos y valores primen en esos ciudadanos en formación, sin duda alguna la inversión valdrá la pena, tanto para la familia, la escuela y la nación en sentido general.
Por eso, hoy más que nunca, se impone la necesaria exigencia en pos de la rigurosidad en la calidad del proceso educativo, y severidad ante los casos de fraude. No es el aumento salarial —que no deja de ser importante—lo que debe motivar estas premisas, sino la necesidad de ir edificando, entre todos y con plena conciencia de lo que hacemos, una Cuba mejor para el futuro.