Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La «Bucatlón»

Autor:

JAPE

Como cada verano, mis amigos foráneos anunciaron su visita a Cuba. Al igual que en otras ocasiones, me deshice pensando cuál sería la mejor opción para que ellos disfrutaran a plenitud su estancia en nuestra Isla.

Decidí, ahora que cobraría unos pesitos más con el aumento de salario, que mi presupuesto alcanzaría para un par de libras de barrigada de cerdo y unas Bucaneros sin multar. El resto lo pondría Tele Rebelde, el canal Panamericano. O sea, chicharrones, cervezas y deporte: un «todo incluido» en mi casa y de esta manera sería relativamente recíproco con la acogida que ellos me dan cuando esporádicamente los visito.

Me levanté bien temprano y aseguré la base material del comestible, pasando por un momento difícil entre ofertas y demandas y el marcado interés en «tumbarme» que tenía el carnicero. Sin perder un minuto salí presto hacia el Complejo Morro-Cabaña, donde me señaló un puerco en la cola, digo, me señalaron en la cola del puerco, que el día anterior había Bucanero «a caña». Un CUC, para aquellos que no dominan la «poliglotía».

Mi primer error fue que no me percaté que estamos en pleno verano, y esa ruta hacia el este de la capital significa multitud en dirección a las playas. Entre los tramos caminados y toda la carrera desatada tras los ruteros, que fue la mayor parte de la distancia, completé la media maratón (unos 22 kilómetros) con un tiempo para nada despreciable, según cronómetro pulsera en mi antebrazo izquierdo.

No había soltado el último resuello y ya era de mi conocimiento que la Bucanero que ayer existió, hoy no existía, y que el último parte informativo popular la ubicaba en la tienda La Puntilla, al otro lado de la bahía. Con la rapidez de un lince visualicé el plano de La Habana en mi mente y determiné el recorrido más lógico, rápido y expedito.

Ante el asombro de muchos (cubanos y extranjeros) me lancé desde lo alto del simbólico faro (sin plataforma Red Bull), en una caída libre hacia el mar, con el propósito de atravesar a nado la franja marítima que bordea el litoral entre el Morro y La Puntilla. Pensar que un escualo pudiera estar de paso por el imaginario carril de al lado aceleró mis brazadas, y en pocos minutos desembarqué en un costado del Restaurante 1830 con récord personal para la distancia.

A paso doble llegué a la mencionada tienda y, sin apenas secarme me informaron que ya se había esfumado, desaparecido, evaporado, el contenedor de cajas de dicho producto en unas pocas horas, por  unos pocos clientes. El dependiente, con marcada amabilidad, me dijo que en la tienda del Náutico, también habían sacado una considerable cantidad del buscado lúpulo nacional.

Una bicicleta parqueada a unos pocos metros sirvió para mi primer hurto al descuido, para dirigir mis pasos, mejor dicho, mis pedales, hacia el municipio de Playa, atravesando todo Miramar. La 5ta. Avenida fue la vía recurrente en la que tuve la oportunidad de adelantar varios autos modernos, incluyendo algunos lujosos transportes con chapa de Embajada. Varios transeúntes y algunos policías me hicieron notables señas que yo traduje en calurosos y afectuosos saludos de apoyo y solidaridad. Luego supe que no era así.

Llegué a la tienda del Náutico con marca envidiable para algunos campeones de la Tour de France. Con una rara mezcla de tristeza y satisfacción pude ver que en un camioncito particular, se llevaban las últimas 25 cajas de Bucanero. Pensar que yo solo quería cinco…, cinco cervezas. No me daba para más. Inmediatamente después me alcanzó la policía.

Detenido en la unidad más cercana, asumo la autoría de más de diez contravenciones del tránsito, algunos delitos menores, que incluyen bañarme sin trusa en zona restringida. También acabo de recibir un mensaje de mis amigos foráneos: me comunican que finalmente decidieron, este verano, viajar a Lima, hermosa capital donde suceden los Juegos Panamericanos de 2019.

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