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Encontrarán una carga al machete

Los vecinos de Aguiar 305 no necesitaron de muchas explicaciones para entender que los supuestos derechos que otorga la Ley Helms-Burton no pasan de ser «un sueño de serpientes»

 

Autor:

Margarita Barrios

En la calle Aguiar 305 entre Obispo y O’ReIlly, en La Habana Vieja, se alza un vetusto edificio, similar a muchos de los construidos el siglo pasado en la parte más antigua de la ciudad. Antes del triunfo de la Revolución allí radicaba el Banco Hispánico Cubano.

Según varias fuentes, este banco llegó a tener un capital ascendente a 600 000 pesos, propiedad conjunta de José López Vilaboy y Martha Fernández Miranda, esposa de Fulgencio Batista, quienes controlaban a partes iguales el 80 por ciento de las acciones a través de testaferros. Se señala que estaba al servicio de 23 afiliadas representadas por Vilaboy, de las que algunas pertenecían en secreto a Batista.

López Vilaboy, quien abandonó Cuba luego del triunfo revolucionario, también se ufanaba de ser el dueño del aeropuerto de La Habana. Ahora, José Ramón López Regueiro, quien dice ser hijo de este hombre, ha expresado públicamente su deseo de reclamar aquellas propiedades.  

En la calle Aguiar 305 entre Obispo y O’ReIlly, en La Habana Vieja, se alza un vetusto edificio.

En lo que era el Banco Hispánico Cubano residen hoy ocho familias cubanas, la mayoría labora en diferentes entidades de la Oficina del Historiador o son trabajadores por cuenta propia, pues el turismo es la principal fuente económica de esa zona de la capital. Y aunque la aplicación del Título III de la Helms-Burton no afecta directamente a las viviendas, en el cuerpo de la ley, específicamente en el Título II, queda explícito que el bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos contra Cuba solo se podría levantar una vez devueltas las propiedades a antiguos dueños o indemnizados estos. Para la aplicación de este Título tendrían que destruir primero la Revolución Cubana. 

«Este es un edificio tranquilo. Los vecinos salen temprano y regresan en la noche», refiere Yolanda, quien se desempeña como profesora de softbol en el Combinado Deportivo ubicado en el municipio de Cerro. Como buena cubana y sin apego a timbres o aldabas, llama a viva voz a su vecina Bárbara, a quien hoy le toca descansar.

Yolanda comienza a explicarle el asunto de la Helms-Burton y no hacen falta muchas palabras, «si se fue perdió, ahora que venga a buscar lo que dice que es suyo que verá lo que se va a encontrar. Aquí nadie se va a dejar quitar nada.

Otra vecina, Yolanda Álvarez, nos recibe en medio del ajetreo de reparar su apartamento. Escoba en mano y «algo empolvada», asegura que la Helms-Burton «no tiene valor aquí. No es más que un sueño de serpientes. Haremos una carga al machete, en La Habana Vieja. Aquí no hay miedo.

Nelson es ingeniero, se formó en la antigua Unión Soviética y a su regreso a Cuba lo ubicaron en la Junta Central de Planificación (Juceplan).

Bárbara Matos vive con su hijo Henier de Jesús García, de 28 años, «él está para el trabajo, es carretillero de la Oficina del Historiador y yo trabajo en una cafetería. Aquí todos vivimos en paz y no vamos a perder esa serenidad por nada», destacó.

Tanto Bárbara como Yolanda refieren que son relativamente nuevas en el edificio, pero que Nelson Ferrera —el vecino de los bajos— y su esposa, Deysi Leiva, llevan mucho tiempo allí, y podrán hacer mejor la historia del lugar. Por las empinadas escaleras llegamos hasta su casa.

Nelson es ingeniero, se formó en la antigua Unión Soviética y a su regreso a Cuba lo ubicaron en la Junta Central de Planificación (Juceplan), organismo de la Administración Central del Estado que dejó de existir en 1994 para convertirse en el Ministerio de Economía y Planificación.

«En el año 60 y junto a otros tres ingenieros nos dieron este lugar para vivir, porque éramos de otras provincias», recuerda. «Esto no era como ahora, era un solo local. Había sido un banco, es cierto, tenía todavía la caja fuerte y muchos papeles, pero estaba abandonado. Todo eso lo desmantelaron y colocaron en los bajos una imprenta, y la parte de arriba servía para albergue de trabajadores.

«Con el paso del tiempo a Juceplan dejó de interesarle el edificio, y nos fue entregado para que se convirtiera en  casas. Por supuesto, esto que ves ahora es el esfuerzo de cada uno de los vecinos. Aquí me casé, tuve mis dos hijos, y ya me jubilé, vivo tranquilo en mi espacio que nadie puede venir a quitarme.

«Estoy al tanto de las noticias. He visto algunas sobre ese tema. Creo que estoy en mi derecho de vivir aquí y no tengo ninguna preocupación. Si creen que tienen algún derecho esos que un día se fueron están equivocados».

En lo que era el Banco Hispánico Cubano residen ocho familias. Foto: Ricardo Tamayo

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