Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Al fin hemos llegado a Santiago!

Esta pudiera ser la crónica de una batalla anunciada, que no ocurrió… pero es el testimonio del coraje y la entrega de aquellos que, comandados por el genio estratégico de Fidel, llevaron la libertad a la capital de Oriente

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

SANTIAGO DE CUBA.— A medianoche del 2 de enero de 1959, la tradición santiaguera de la Fiesta de la Bandera, esa con la que los lugareños confían los presagios del año que comienza al ondear del estandarte nacional, fue eclipsada por la Fiesta de la Libertad.

Cuentan quienes lo vivieron que el Parque Céspedes fue, como nunca antes, un gigantesco coro de voces: voces claras, voces roncas y un verdadero abrazo. Desde uno de los balcones del Ayuntamiento se alzó erguida la Bandera Cubana, cual el mejor augurio de progreso, independencia, mientras las notas del Himno Nacional eran llamas de oxígeno que surcaban el aire.

Un trueno inundó la madrugada del 2 de enero, cuando el locutor Orestes Valera presentó al Comandante en Jefe, Fidel Castro. Vivía Santiago la apoteosis sentimental del triunfo y era ovación interminable, únicamente interrumpida por los gritos y vivas a la Revolución… Así, hasta que Fidel pudo hablar.

La voz del líder fue ancha, viril, casi mítica: «¡Santiagueros, largo y duro ha sido el camino, pero al fin hemos llegado a Santiago de Cuba!»; entonces lo volvieron a interrumpir los aplausos.

Siete años, siete meses y siete días después de que al frente de un grupo de jóvenes como él, asaltara el cuartel Moncada para iniciar la lucha que cambiaría los destinos de su país, y tras casi dos años de combates y hombradías al frente de unos 3 000 hombres en la Sierra Maestra, sin apenas disparar un tiro, y en medio de la emoción desbordante, entraba el líder a Santiago para consumar la libertad.

Tomar La Capital de Oriente

Una vez liberado Palma Soriano, el 27 de diciembre, estaban creadas las condiciones político-militares para marchar sobre Santiago de Cuba. Las operaciones militares de los frentes habían sido cumplidas según lo previsto por el Comandante en Jefe, Fidel Castro.

Santiago de Cuba, segunda ciudad en importancia del país, se encontraba sitiada por las tropas rebeldes desde hacía semanas y con el resto de la nación solo mantenía comunicación marítima y aérea, pues los centros poblacionales más importantes de la provincia de Oriente —Holguín, Guantánamo, Bayamo y Manzanillo—, aún en poder del ejército, se hallaban aislados entre sí.

Así, las tropas del I, II y III Frentes, bajo el mando directo del Comandante en Jefe,  ultimaban detalles para el ataque y toma de la capital oriental, donde el enemigo contaba con alrededor de 5 000 hombres perfectamente armados, convenientemente situados y con un adecuado sistema de comunicaciones.

Fidel había elaborado un plan de ataque consistente en cercar los batallones localizados en Boniato, El Escandel, el aeropuerto y Quintero, y luchar contra los refuerzos que acudieran en su auxilio.

El propio Comandante en Jefe lo explicó a los vanguardias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de 1973, en intervención publicada en la revista Verde Olivo del 31 de diciembre de 1978:

«(…) Un batallón nada más el primer día, (…) Se iba a producir una fuerte batalla contra los refuerzos que les íbamos a rechazar; los íbamos a rechazar y cercado Boniato. El segundo día, cercábamos Escandel. Segunda batalla contra los refuerzos, otros 200 hombres cuidando el camino del Moncada al Escandel, ya que en vez de una batalla de refuerzos iban a tener dos; tercer día, cercado el aeropuerto, ese era el tercer día.

«Y de nuevo con la misma técnica: cercar y tomar el camino entre Santiago y el aeropuerto. Ya le íbamos a tener tres batallones cercados. El cuarto día le íbamos a cercar el batallón de Quintero y a tomarle los edificios entre el Moncada y Quintero, ese iba a ser el cuarto día. Y el quinto día, cien hombres de Santiago de Cuba, que ya le habíamos pasado las armas por la bahía,  se le levantaban en el interior de la ciudad (…)

«(…) Así que los combates en Santiago habrían durado no más de siete días, no más de siete días (…)».

Ese era el plan, cuidadosamente diseñado. Mas el empuje de las tropas rebeldes era ya indetenible. La derrota sufrida durante el verano de 1958 y los meses subsiguientes dejaban cada vez más claro para el enemigo que la guerra estaba irremediablemente perdida.

Eso, entre otros factores, hizo al mayor general Eulogio Cantillo Porras, jefe del Estado Mayor del ejército batistiano, iniciar gestiones para entrevistarse con el Comandante en Jefe.

Las fuerzas rebeldes estaban listas para la toma de Santiago cuando en la mañana del 28 de diciembre de 1958, en las ruinas del antiguo central Oriente, en las cercanías del recién liberado Palma Soriano, se produce la entrevista entre Cantillo y el líder rebelde.

Los acuerdos fueron claros: el 31 de diciembre, a las tres de la tarde, el General haría el llamamiento para la renuncia del Gobierno, los criminales de guerra serían detenidos y los cuarteles del Oriente se rendirían a los rebeldes. Explícito quedaba además el compromiso de no golpe de Estado y de no dejar escapar al tirano.

En virtud de lo concertado allí, explicaría el propio Comandante en Jefe «(…) hubimos de realizar una serie de cambios, abandonar las operaciones sobre Santiago de Cuba y encaminar nuestras tropas hacia otros sitios (…)».

Sin embargo, cuando todas las decisiones habían sido adoptadas el líder revolucionario recibió una nota del general Cantillo en la que decía que las circunstancias habían variado.

La respuesta de Fidel fue inmediata: «El contenido de la nota (…) me ha hecho perder la confianza en la seriedad de los acuerdos. Quedan rotas las hostilidades a partir de mañana (31 de diciembre) a las 3.00 p.m., que fue la fecha acordada por el movimiento».

Inmediatamente, el líder de la Revolución impartió las órdenes a los frentes para avanzar sobre Santiago. Sin embargo, el ataque no se produjo el 31, por diversas razones, entre ellas, que el jefe militar de la plaza, coronel José M. Rego Rubido, estaba muy interesado en llegar a un acuerdo con el jefe guerrillero.

¡Revolución, sí; golpe militar, no!

Esa era la situación cuando al amanecer del 1ro. de enero de 1959 Fidel Castro conoce de la huida de Batista y del golpe de Estado que se fraguaba. Así lo relataría: «Yo me encontraba en el central América. En esos momentos estaba preparando las tropas para avanzar sobre Santiago de Cuba, cuando me informan de que había dicho Radio Progreso que Batista se había ido. (…) no era totalmente una sorpresa, porque el día antes yo había enviado un ultimátum anunciando que se rompían las hostilidades, y lo había enviado a la plaza de Santiago de Cuba para que se lo comunicaran a Cantillo».

Sin perder tiempo, el líder se traslada a Palma Soriano y se dirige al sitio donde estaba instalada la planta de Radio Rebelde para transmitir instrucciones precisas a los comandantes del Ejército Rebelde y al pueblo: «Cualesquiera que sean las noticias procedentes de la capital, nuestras tropas no deben hacer alto al fuego por ningún concepto. […] La dictadura se ha derrumbado como consecuencia de las aplastantes derrotas sufridas en las últimas semanas, pero eso no quiere decir que sea ya el triunfo de la Revolución. Las operaciones militares proseguirán inalterablemente mientras no se reciba una orden expresa de esta comandancia, la que solo será emitida cuando los elementos militares que se han alzado en la capital se pongan incondicionalmente a las órdenes de la jefatura revolucionaria. ¡Revolución, sí; golpe militar, no!».

Al comandante de la Columna 10, René de los Santos, que desde hacía varios días tenía tropas en las cercanías de la ciudad santiaguera, le ordenó avanzar y tomar el cuartel Moncada. Cuando marchaba a cumplir con su misión, De los Santos fue interceptado por Rego Rubido, quien le pidió que lo llevara ante Fidel y le expresó su deseo de que no prosiguiera su avance hacia el Moncada para evitar nuevos derramamientos de sangre.

De los Santos llevó a Rego hasta el central América, pero ya el jefe del Ejército Rebelde no se encontraba allí; de regreso a la ciudad cumplió con la orden recibida y ocupó la principal fortaleza de Santiago. Años más tarde contaría que a su paso encontró el pueblo jubiloso en las calles.

Balcones abiertos a la libertad

A pesar de los 5 000 efectivos de la tiranía que se mantenían acuartelados en el Moncada,  con el fin de año en balcones y ventanas de la oriental urbe, se desplegaban banderas cubanas y rojinegras.

Solo algunos carros de patrulla, con policías y soldados, deambulaban despacio y conservadoramente por las calles, detallaría tiempo después la memoria intacta del combatiente Miguel Deulofeu.

Fiel a su estirpe guerrillera, la ciudad se preparaba para la anunciada batalla final. Por Martí, San Pedrito y otros sitios ya se mezclaban los rostros barbudos, y la acción del vigoroso movimiento clandestino de la ciudad se agigantaba.

Meses antes, y como otro escalón dentro de la llamada Operación Santiago, el Comandante en Jefe, Fidel Castro, le había dado al combatiente Reynaldo Irzula Brea la misión de armar y preparar hombres dentro de la ciudad.

«La orden de Fidel era tomar la ciudad, relató luego Irzula Brea en entrevista concedida al periodista Orlando Guevara. Me dijo que hiciera de policía. Le pregunté qué hacía la policía y me contestó: Controlar y evitar desórdenes, robos, asaltos, abusos... Me orientó que debían ser tomadas las posiciones enemigas, lo cual fue cumplido, pues ocupamos la Estación de Policía, los cuarteles de los masferreristas, el Vivac, el Gobierno Provincial y Municipal y la Marina. Se tomó la ciudad completa, menos el Moncada. Eso garantizaba que si era necesario combatir contra esa guarnición, no existieran fuerzas que pudieran atacar a los rebeldes por la espalda».

Así, ante el generalizado ¡Se fue, se fue...! de aquel primer día del año, los integrantes de las Milicias Clandestinas 26 de Julio se distribuían por las azoteas de los edificios altos, como el hotel Casa Granda, la Catedral, los colegios Lasalle y Dolores, y recorrían las calles para garantizar el orden y evitar que se repitiera lo ocurrido en agosto del 33...

Cuatro pelotones en los que se abrazaban el coraje de las fuerzas rebeldes y de combatientes clandestinos, y entre los que descolló el valor de hombres como Rafael Domínguez Pagán (Chinaco), Humberto Rodríguez, Fernando Vecino Alegret, José López, Armando García y Rigoberto García, entre muchos otros, extendían la libertad por Marimón, la carretera de la Refinería, Quintero y otros puntos de la urbe.

A las puertas de Santiago

Por otro lado y bajo el mando directo de Fidel avanzaban también hacia la capital de Oriente las columnas 1, 3 y 9. «Nosotros movimos inmediatamente las tropas para Santiago de Cuba. A Santiago había que atacarlo de todas maneras ese día, porque de lo contrario podía consolidarse aquel golpe», explicaría años más tarde el propio Comandante en Jefe.

La proclama redactada por el líder guerrillero norteaba a la opinión pública difundida también por CMQ y por Radio Progreso. A las puertas de Santiago de Cuba, Fidel hace un importante llamamiento a su pueblo:

«Santiagueros: la guarnición de Santiago de Cuba está cercada por nuestras fuerzas. Si a las seis de la tarde del día de hoy no han depuesto las armas, nuestras tropas avanzarán sobre la ciudad y tomarán por asalto las posiciones enemigas(…) Los militares golpistas pretenden que los rebeldes no puedan entrar en Santiago de Cuba. Se prohíbe nuestra entrada en una ciudad que podemos tomar con el valor y el coraje de nuestros combatientes como hemos tomado otras muchas ciudades. Se quiere prohibir la entrada en Santiago de Cuba a los que han liberado a la patria; la historia del 95 no se repetirá, esta vez los mambises entrarán hoy en Santiago de Cuba».

El jefe guerrillero establece su comandancia general en El Escandel. Hasta allí llega en horas de la tarde el jefe de la plaza de Santiago de Cuba, coronel José M. Rego Rubido, para finalmente entrevistarse con él. Fidel le plantea que desea reunirse con todos los oficiales de la plaza y Rego le expresa que este encuentro solo sería posible si un alto representante del mando rebelde se reunía previamente con la oficialidad en Santiago.

El comandante Raúl Castro se ofrece para esa misión y  poco después, solamente acompañado por el capitán Raúl Guerra Bermejo, Maro, entró al cuartel Moncada, donde fue aclamado por los soldados. Ante todos los reunidos en el patio central de la fortaleza les dijo: «Aquí no hay vencedores ni vencidos, la única que ha ganado es Cuba».

La noche se esparcía sobre el lomerío cuando llegó hasta El Escandel un ómnibus con la oficialidad de la plaza santiaguera. Allí acordaron desaprobar el golpe planeado en Columbia y apoyar la Revolución.

A medianoche del primer día de enero de 1959, después de casi dos años de combate y entereza en la Sierra Maestra,  la libertad entró a Santiago con rostro barbudo y su líder al frente.

Lo que pudo ser una de las batallas más cruentas de la última etapa de la guerra de liberación devino jubiloso abrazo, inolvidable fiesta de la libertad, en la que, fiel a la tradición santiaguera, ondeó esbelta la enseña nacional como el mejor símbolo del amanecer de luz y esperanzas que se anunciaba.

El líder de la Revolución compartió con el pueblo luego de pronunciar su discurso.

 

Referencias:

Incursiones. Columna No. 10 Tercer Frente Mario Muñoz, editorial Verde Olivo, 2014.

Fidel Castro Ruz: La contraofensiva estratégica, Oficina de Publicaciones del Consejo de estado, 2010.

Periódico Sierra Maestra, 24 de diciembre de 2008.

Periódico Granma, 21 de diciembre de 2015.

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