Con apenas 14 años, Caridad Suárez Díaz conoció en carne propia de amores y sufrimientos. Autor: Abel Rojas Barallobre Publicado: 22/11/2018 | 07:14 pm
Sábado 22 de noviembre de 1958.— Ella misma preparó en secreto para este día su propia fuga de la cárcel para mujeres de Guanajay.
Por vez primera en la historia de la lucha revolucionaria contra la dictadura de Batista, una luchadora clandestina lo organizó todo, paso a paso, para escapar de su encierro como presa política de la prisión en que la habían enclaustrado.
Todo se ejecutó tal como la joven revolucionaria lo había concebido para su rescate, sin que se pasara por alto ningún detalle.
Esa prisión no fue la única que tuvo que sufrir la veinteañera Caridad Díaz Suárez, nacida en Colón, Matanzas, cuyos nombres de guerra eran Nenita y Chilica, dirigente del Movimiento 26 de Julio en tierras villareñas y matanceras. Antes fue encerrada en otras tres cárceles de la dictadura.
Hoy Chilica reside en la barriada habanera de Lawton, y es la protagonista principal de esta historia, ocurrida hace exactamente 60 años.
La hora escogida aquel día para sacarla de su encierro en el Reclusorio Nacional de Mujeres de Guanajay, en La Habana, fue las 11 de la mañana. «Me levanté tempranito. Desayuné a medias y estuve arreglada antes de que vinieran a buscarme. Realmente no era día de visitas, por eso seleccionamos esa fecha. Y me quedé en la celda para evitar sospechas. Me puse una saya anchísima, con bolsillos, en la que escondí una pistola y el revólver que yo utilizaría.
«Leonora, otra clandestina, me las llevó al penal, ocultas bajo su ropa. Así esperé la llamada que me harían para mi visita especial, autorizada por la jefatura del presidio. A la hora prevista, me llamó el capitán. Lo saludé y caminamos juntos hacia la dirección del reclusorio».
Cuenta la entrevistada que aunque ella estaba tensa, aparentaba una total serenidad. «Apenas me sentía las armas que golpeaban mis muslos al caminar. En la oficina principal del penal estarían mis compañeros con la directora, Carmelina Guanche, quien cuando cayó la tiranía de Gerardo Machado era la jefa del presidio de Guanabacoa, también en La Habana, y pasó a tener ese mismo cargo en la cárcel para mujeres de Guanajay.
«Un pequeño grupo de clandestinos del Movimiento, corajudos y audaces, iban a librarme del duro y angustioso encierro. Al entrar a la dirección me encontré con Manolito Suzarte y Bernardo Corrales Camejo, este con su bata de galeno y el estetóscopo sobre el cuello. Según el plan, participarían tres carros en la acción. El primero en llegar lo manejaba Manolito en el papel de primo mío, y Bernardo, en rol del médico de nuestra familia, debía “reconocerme” antes de llegar el segundo auto.
«La directora vio a Bernardo, se extrañó y dijo: “¿Médico tan joven?”, aunque aquello no tuvo mayores consecuencias. Todo estaba cronometrado, pero teníamos que actuar sin demora. Rápidamente, con asombro de la directora, me levanto la saya, saco la pistola, se la doy a Manolito; le apunto a ella con mi revólver 38 cañón corto y le digo: “Ya nos vamos, Carmelina. ¡Me están rescatando!”.
«Ella se puso de pie, completamente lívida. Sus ojos estaban desorbitados. Pero nos dijo: “Entonces no se preocupen, no habrá sangre aquí. ¡Estoy curada de espanto! Vi caer a Machado y pronto caerá Batista! La guarnición se rendirá sin disparar un tiro en cuanto lleguen los rebeldes de Fidel Castro”.
«El disfrazado de “médico” salió a buscar un arma, y en ese instante entró a la oficina la subdirectora del reclusorio sin ver ni la pistola ni el revólver que teníamos. Se dirigió a Carmelina y señaló la ventana: “Te lo dije, caramba, ¡ahí están los rebeldes!”. Y la Guanche le exhortó: “Tranquila, muchacha, yo lo preví todo y la guarnición tiene orden de entregarse”. Manolito me ordenó desconectar los teléfonos», sentenció nuestra entrevistada.
«Tomé el manófono, di un tremendo golpe contra la mesa, este se hizo pedazos, y en eso se abrió la puerta y entró uno de mis compañeros, me apuntó con su pistola, y al verme, exclamó: “¡Por poco te mato; creí que era un disparo!”. Todo fue cuestión de minutos.
«El segundo carro había llegado con Luis Martínez Bello y Víctor Sorí, “Cara pálida”. Los dos ya habían visto a Manolito a la entrada de la carretera que conduce al penal. Los dos debían controlar la parte exterior del reclusorio, y nosotros la interna. Luisito detuvo a uno de los policías».
Ya triunfamos
No olvida Chilica que una de las presas comunes le dice a Luis dónde estaba el capitán de la cárcel. Y los custodios de la prisión no se habían dado cuenta de nada.
«No podíamos hacer ni un solo disparo por la cercanía de un cuartel del ejército, a un kilómetro. El oficial, al vernos a través del cristal de su oficina, salió y dio unos gritos: “Oiga, yo tengo seis hijos, por su madre, no me mate, yo nunca le he dado un golpe a nadie, pregúnteles a las presas”. Y se dejó desarmar, mansito, alzando los brazos.
«El teniente jefe de la guarnición ofreció resistencia y nos colocó en situación de peligro. Nosotros andábamos capturando policías. Los llevamos a la misma celda donde ya estaban la directora y la subdirectora. Uno de ellos se puso tan nervioso que pedía que le devolvieran el revólver. Y entonces Luisito miró para los montes que rodeaban el reclusorio y dio órdenes a un supuesto grupo de rebeldes: “¡Manténganse en sus posiciones, que esto está controlado y ya nos vamos! Al primero que saque la cabeza, dispárenle. Pongan la ametralladora 50 en la puerta!”, para hacer ver que éramos una tropa numerosa, un gracioso aporte de Luisito a mi plan de rescate».
Ellos eran solo cinco asaltantes, contra una guarnición de unos 15 policías. El tercer carro llegó al poco rato, con Arsenio «Cara de bache» y La Sobrina. La misión de ellos era parquearse a 300 metros del presidio para que Chilica pasara a ese auto, más moderno y rápido. Ya todos se habían ido, y ella esperó un tiempo prudencial y se marchó, sospechando nuestra partida.
«Tras capturar tres fusiles Sprinfield y unas 12 armas cortas, salí del penal en el carro de Luisito. Y las reclusas, desde los pisos altos de los pabellones, como habían visto toda la operación comando, gritaban: “¡Llegaron los rebeldes, llegaron los rebeldes!”.
«Mientras se recogían las armas, Manolito se había encargado de desconectar todos los teléfonos de la prisión.
«Y todo a la carrera. Nadie de la guarnición se atrevió a moverse. Los carros partieron veloces. Y con aquellas armas se alzaron otros compañeros en las montañas de Pinar del Río. Al teniente jefe de la guarnición los propios militares que después llegaron lo golpearon tremendamente, al creer que era cómplice nuestro. Y a mí me correspondió refugiarme en una casa en La Habana, hasta que volví a mi zona matancera, donde estaba cuando triunfó la Revolución. Muchos años después alguien residente en Guanajay me dijo: “¡Qué bien hicieron en irse rápido, porque enseguida los esbirros de la dictadura peinaron casa por casa el poblado nuestro, ya que estaban seguros de que ustedes no se habían ido de allí !”.
«Ya en La Habana, pasaron carros con muchas personas gritando. Un hombre que iba en un pisicorre gris me vio con cara de asombro, como de confusión y me gritó: “¡Ríete, batistiana, batistiana, ríete, que ya triunfamos!”».
Breve historia de vida
Caridad Díaz Suárez, natural de Colón, era maestra graduada de kindergarten (prescolar). Sus padres fueron miembros del Partido Socialista Popular primero, y del Movimiento 26 de Julio posteriormente.
Empezó en actividades subversivas contra Batista como estudiante de la Escuela Normal para Maestros de kindergarten. Estuvo presa en el cuartel de Cárdenas, en el de Camarioca, en la cárcel del escuadrón 41 y, por último, en la cárcel para mujeres en Guanajay, adonde entró el 5 de agosto de 1958.
Su novio, Armando Huau Secades, expedicionario del Granma enviado a cumplir tareas clandestinas en Matanzas, fue apresado y asesinado.
Fue muy buscada por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) por todos sus trabajos como dirigente del Movimiento 26 de Julio a distintos niveles; en Santa Clara primero, y después en Matanzas fue jefa de una brigada juvenil llamada La Pentarquía, jefa de Propaganda, jefa de Finanzas, jefa de Acción y sabotaje», actividad en la que llegó a ser la segunda jefa en la provincia. También actuó como coordinadora del Movimiento 26 de Julio en Colón, en la ciudad de Matanzas y en todo el territorio yumurino.
Llegó a Matanzas en enero de 1957. Tuvo que disfrazarse, rasurarse las cejas, pintárselas hacia arriba como una china y ponerse una «barriga de embarazada», lo que hizo que el SIM pusiera guardias en todas las salas de maternidad de la provincia. Y como murieron tres de sus abuelos, igualmente colocaron agentes secretos en las funerarias y en el cementerio.
Tras el triunfo revolucionario, Chilica ocupó diferentes responsabilidades en la Ciénaga de Zapata; fue subdirectora de empresas de ganadería; responsable del plan de recría de terneros mayor de Cuba; se desempeñó durante diez años como periodista de la cadena provincial de radio en la capital cubana, y se jubiló como profesora de Marxismo de la Universidad de La Habana.