El doctor Maikel Navarrete Ramírez atiende un estimado de 30 pacientes cada día. Autor: Cortesía de los entrevistados Publicado: 16/11/2018 | 08:26 pm
Imagino cuán tristes están los casi 3 000 habitantes de Campo de Areia, una comunidad rural del municipio de São João da Barra en la ciudad brasileña de Río de Janeiro. Se sentían seguros, a salvo, con la presencia en el consultorio del doctor Maikel Navarrete Ramírez, especialista en Medicina General Integral, uno de los cerca de 20 000 colaboradores cubanos que en los últimos cinco años se integraron al Programa Más Médicos para Brasil.
Muchos han sido los mensajes que el galeno ha recibido de esas personas, a quienes les brindó no solo atención médica, sino tambien el afecto y el apoyo que necesitaban. Incluso desplegaron la iniciativa de recoger firmas para evitar que se fuera.
«La comunidad está muy distante, las calles no tienen asfalto, las condiciones de vida son precarias y la población estaba muy necesitada. Los ancianos, los bebés de madres adolescentes… todos requerían una atención médica cercana, y yo me siento muy satisfecho por haber podido ayudarlos. Se siente uno muy grande cuando pone su conocimiento en beneficio de los demás, y es eso lo que hacemos los médicos cubanos dondequiera que haga falta», contó el médico en el diálogo con estas reporteras vía Facebook, luego de conocer la posición del presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, con respecto a nuestros profesionales de la salud y su desempeño en el gigante sudamericano, ante la cual Cuba decidió no continuar participando en el Programa Más Médicos.
El agradecimiento de los brasileños es el más grato recuerdo de la excolaboradora Irina Eiranova González-Elías.
Navarrete Ramírez llegó en marzo de 2014 a la ciudad de Vitoria, en el estado de Espíritu Santo. Lo alojaron, junto a otros colegas, en Guarapari, y allí continuó sus estudios de portugués, iniciados en La Habana. «El idioma fue un problema al principio, había que estudiar mucho y ganar tiempo, para aprobar el examen de Medicina en portugués y para favorecer la comunicación con la gente. El lenguaje popular, sobre todo de los ancianos, es diferente al aprendido, pero poco a poco ya deja de ser un problema».
El especialista comenta que no siempre podía descansar lo suficiente. «Atiendo a una población de entre 2 800 y 3 000 personas, con un estimado de 30 pacientes cada día, después de un viaje de una hora en un carro que proporciona la prefectura en las mañanas, y en un ónmibus por la tarde y en la noche. No obstante, también trabajo en otras regiones aledañas y otras más lejanas, en las que no hay médicos, y para desplazarse de una a otra es en carro, moto o en lo que aparezca».
Urgencias hipertensivas, accidentes, suturas… Navarrete Ramírez tiene muchas anécdotas que contar, relacionadas con el trabajo en esta comunidad de Brasil, en compañía de las enfermeras Jackeli Barreto y Larissa Bárbara Ribeiro, quienes ya llevaban tiempo trabajando en el consultorio cuando él arribó.
«No importa que se rompa el auto o que solo tenga una bicicleta para visitar a los pacientes en cama, o que los caminos sean intrincados, o que llueva, o que no regrese temprano a la casa. Cuando tuve que subirme a una moto, sin pensarlo mucho, para llegar rápido y salvar a una niña que se ahogaba, tampoco dudé. La entereza se multiplica en situaciones difíciles, y los médicos cubanos sabemos bien de qué se trata».
El doctor Navarrete Ramírez estuvo dos años antes en el estado de Sucre, en Venezuela, en el cumplimiento de una misión que también le aportó mucho a su formación profesional. «Creces también como persona, y todos los profesionales de la salud de Cuba llevamos en la sangre el humanismo inmenso que te permite salvar una vida, dondequiera que sea necesario y bajo cualquier circunstancia».
Agradecimiento como regalo
Hace dos años que regresó de Brasil, pero la doctora Irina Eiranova González-Elías atesora con especial cariño los tres que vivió y trabajó en la Serra da Ibiapaba, una tierra en el límite de los estados de Piauí y Ceará, al noreste del gigante sudamericano.
Esta santiaguera de nacimiento, siquiatra infanto-juvenil y máster en atención primaria de salud de formación, era la única Médico General Integral (MGI) en el Centro de Salud Familiar (CSF) de Inhuçu, y una de los diez cubanos que prestaban iguales servicios en esta desfavorecida y rural región intramontana.
Allí tuvo la oportunidad de compartir experiencia profesional con dos enfermeras, una técnica de farmacia, una odontóloga, una auxiliar de estomatología y otro médico del Sistema Único de Salud (SUS) brasileño. También palpar las marcadas diferencias entre la atención médica cubana y la que recibe, a elevados precios, la mayoría de los residentes de la zona.
Para explicarlo se remite al ejemplo de las sillas de los pacientes que en Cuba se ubican a un costado del buró del médico, para que este tenga oportunidad de examinar mejor al doliente; y que allá los facultativos la colocan de frente y con el buró de por medio.
Este hecho, asegura, siempre le molestó, de modo que fue el primer cambio que realizó, no sin resistencias, en su consulta. «Todos los días debía lidiar con la auxiliar de limpieza que volvía a colocar el mueble en el “lugar establecido”, hasta que le dije que lo amarraría al buró si lo movía nuevamente», confiesa.
Y es que, para quien solo unos meses antes había culminado una misión similar en Bolivia, la medicina cubana se distingue precisamente por la cercanía con el paciente, con ese mirarlo a los ojos, examinarlo sin recelos, trascender el análisis físico de su dolencia para aliviar, también, sus preocupaciones; y eso lo saben bien los residentes de Inhuçu.
No en vano los cientos de agradecimientos que recibía a diario Irina en el mismo centro asistencial o durante las visitas en el terreno a pacientes encamados o imposibilitados de acceder a su consulta por la lejanía. No en vano los resultados del Programa Materno-Infantil, que disminuyó abruptamente las tasas de mortalidad en la zona y controló notablemente la incidencia de enfermedades crónicas transmisibles como la diabetes mellitus y la hipertensión arterial.
En este camino, donde chocaron muchas veces con la resistencia de los médicos brasileños, que veían en los cubanos la imposibilidad de ganar dinero a costa de las necesidades ajenas, Irina confiesa que nunca fueron impedimentos ni el idioma ni la cultura.
Cuando las palabras no alcanzaban, los gestos o la simple mirada de los pacientes los orientaban hacia el tratamiento o la afección que estos trataban de explicar, nos dice quien considera a Brasil como una de las mayores oportunidades de superación de su carrera, por las condiciones en las que le tocó desempeñarse y las enfermedades que pudo tratar y que ya rara vez se observan en Cuba.
Hoy, a casi dos años exactos de su regreso —el 2 de diciembre de 2016— todavía siente la satisfacción de haber marcado la diferencia para todos los que tuvo el privilegio de ayudar, y el orgullo de haber demostrado la grandeza y el humanismo de la Medicina cubana, esa que sigue fortaleciendo cada día desde sus consultas en la Clínica del Adolescente de Santiago de Cuba y en el policlínico Ernesto Guevara, del municipio cabecera.