Guardo con profundo orgullo, respeto y admiración, la amistad que sustento con la familia Fernández de Juan. Llegué a cada uno de ellos por diferentes vías. Conocí a Roberto Fernández Retamar gracias a Casa de las Américas, en mis años de periodista cultural. Luego, al entrar al dedeté, de inmediato me conecté con Adelaida de Juan: «La que más sabe de humor gráfico en Cuba», así me decían todos. Finalmente, Laidi, la hija de ambos, excelente médico, escritora genial y divertida amiga, incondicional colaboradora y fan número uno de nuestro suplemento humorístico desde que se fundó. No comiencen a sacar cuentas, Laidi era muy niña, pero su posterior formación profesional y su agudo sentido del humor la llevó inmediatamente a reconocer dónde estaba lo mejor de nuestro humorismo. Cabría decir que «hijo de gato…», porque en honor a la verdad, esta familia siempre se ha caracterizado por su buen sentido del humor, y por ser imperecedera defensora de lo más autóctono de la cultura cubana.
Cuando Kike Quiñones me anunció hace unos días que Adelaida nos había dicho adiós para siempre sentí una sacudida muy fuerte. Sentí dolor por esta linda familia, por la cultura cubana y por nuestra caricatura. La profe Adelaida, como le decían hasta los más veteranos, fue maestra y tutora de muchas generaciones. Principal y primer especialista en Cuba que decidió dedicar sus estudios (gran parte de su vida) a investigar sobre el humor gráfico cubano. Todos pensaron que se motivaría más por los grandes cultores de la plástica de principios de siglo XX, cuando fue llamada a componer un equipo de investigación cultural hace más de 50 años.
«No señor, yo quiero saber quién era Liborio. ¡Trabajo en eso, o nada!». De esta manera, nos contaba a menudo, fue su comienzo en las lides del vilipendiado mundo de la caricatura ante la propuesta de dirigir su investigación a las artes plásticas.
Estudió hasta la médula el personaje de Liborio y a su autor Ricardo de la Torriente, director y dueño del semanario La política cómica durante el primer cuarto del vigésimo siglo. Respetó a Liborio, el personaje, por ser la rencarnación del aplastado pueblo cubano de entonces, y despreció a su creador por ser racista, antifeminista y por abogar contra la lucha obrera. Jamás le perdonó que irrespetara en sus dibujos al patriota Juan Gualberto Gómez, tan noble y tan cercano a Martí.
Después llegaron Abela y Nuez, con el Bobo y el Loquito, respectivamente. Al hablar de ellos se le iluminaba el rostro, como quien habla de familiares cercanos, muy queridos. Conocía de memoria los textos y «claves» de todas las caricaturas de estos personajes en sus momentos históricos. Fueron ellos (junto a Liborio) los pilares que dieron a la luz su obra Caricatura de la República, posiblemente el volumen más consultado por los alumnos y estudiosos de esta materia.
Cuando Ares y yo hicimos el libro Historia del humor gráfico en Cuba, en 2007, por encargo de la Fundación iberoamericana de humor gráfico de la Universidad de Alcalá de Henares, Caricatura de la República fue nuestro punto de partida y Adelaida, nuestra gran cómplice y colaboradora. A ella obsequiamos el primer volumen llegado a nuestro país. Siempre nos decía que aún no tenía el libro, pero sabíamos que era que había pasado de mano en mano de los alumnos que tutoraba en múltiples tesis de la Universidad, particularmente de su querida Facultad de Artes y Letras.
Su carácter fuerte le sirvió para defender sus criterios sobre la importancia que tenía el humor gráfico para el patrimonio cultural cubano. La profe Adelaida fue amiga de todos, del dedeté, del Centro Promotor del Humor, a quien regaló una de sus más exquisitas conferencias en el apartado teórico del Aquelarre 2015. Al igual que en una de aquellas tardes, la recordaremos sonriente, anecdótica, profunda, preservando hasta el último minuto lo mejor y más revolucionario de la caricatura cubana de todos los tiempos.