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El agua que más caro nos salió

«Lo único bueno que nos dejó Irma fue el agua que trajo», se dice bastante por ahí. Y es verdad. Sin embargo...

Autor:

René Tamayo León

«Lo único bueno que nos dejó Irma fue el agua que trajo», se dice bastante por ahí. Y es verdad. Nadie puede negarlo. A mí, sin embargo, la aseveración no me despierta mucho entusiasmo.

Hasta el 18 de marzo, las presas acumulaban 7 215 000 metros cúbicos (m3) de agua; es decir, el 82 por ciento de la capacidad nacional de llenado. Es una de las más altas disponibilidades del líquido que hemos tenido desde 1993, y tal vez una de las pocas veces en la historia en que así ha sido y será.

Las lluvias del huracán de septiembre y la inestabilidad climática que le siguió son las responsables de esa holgura. En números redondos, llegó incluso a acumularse un 84 por ciento de retención en los embalses en enero de este año.

¡Mucha agua, qué bueno! Debiera decir. ¿Pero cuánto costó?

Los efectos combinados del ciclón produjeron daños por encima de los 13 000 millones de dólares —más de 4 000 millones de estos en la agricultura cañera y no cañera—; y aunque las lluvias que siguieron a Irma en noviembre, diciembre y enero —primera parte del período seco— superaron el acumulado histórico para la temporada en cerca del 60 por ciento, hubo que pagar por eso un notable atraso en las siembras de frío.

Los ingenios también se las «vieron negras» en noviembre, diciembre y enero. Fue difícil cortar y moler. En la zafra anterior, debido a la sequía, se dejaron de producir unas 300 000 toneladas de azúcar y los ingresos planificados cayeron en casi cien millones de dólares. Para la contienda actual, aunque debido a los destrozos de Irma en los cañaverales los planes se anunciaban «discretos», las lluvias en la zafra chica y enero fueron «para peor», otra gota «para colmar más la copa».

A menos que los meses de febrero y marzo —cuando apenas llovió— hayan sido bien aprovechados por la industria azucarera, y que abril y mayo se comporten igual (o sea, que continúe la sequía y crezca el corte en los campos y el rendimiento en las fábricas, algo que pocas veces ocurre a esta altura de zafra), la caída en esta producción volverá a ser notable.

Las cosas, empero, no quedan ahí. Los efectos del «Huracán del siglo» y la inestabilidad climática posterior la seguiremos arrastrando en los próximos meses en la producción y abastecimiento de productos agropecuarios, un problema crónico que ahora se agudiza más, porque las plantaciones de ciclo largo, como el plátano, demoran aún en entrar en franca parición.

PRESAS QUE SE VACÍAN, PERO QUE NO SE VEN

El agua que hoy tenemos ha salido cara. Bastante cara. Existe, sin embargo, una fórmula para reducir en lo sucesivo, por «contragolpe», los daños que provocaron estos eventos: alargar lo más posible la que hay ahora y aprovecharla óptimamente; es decir, aumentar el rendimiento en la relación productos-obtenidos-o-servicios-prestados/agua-utilizada-para-ello.

Es fácil decirlo, pero difícil hacerlo. Durante el encuentro de este mes entre representantes de los medios y directivos del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH), conocimos que el año anterior, pese a que hasta septiembre hubo una aguda sequía, se gastaron alrededor de 1 300 millones de m3 por encima de lo planificado en el Balance de Agua.

No es «nadería». Sería como si la presa Zaza (que tiene una capacidad de 1 020 millones de m3) y otra grande de 300 millones, se hubieran vaciado hasta el fondo y nadie lo viera.

La mayor cuota del «despilfarro» o uso ineficiente del agua está en las entidades, empresariales y presupuestadas. El sector residencial, empero, carga con su rémora.

Mucho se ven y se critican —con toda la razón de este mundo y si hay otro, también— los salideros en las calles y conductoras, grandes y pequeñas, cuya responsabilidad primera en suprimirlos la tienen las entidades del INRH; sin embargo, lo que «se sale» dentro de las casas también «es tremendo».

Además de la gota —o el chorro— que no deja dormir a los habitantes de la casa y a veces hasta a los vecinos, porque por lo general los salideros intradomiciliarios no están a la vista.

Les propongo, sin embargo, un experimento: Si tiene la «suerte» (la tendrá, lo que contamos a seguido es lo más frecuente en «este mundo») de toparse con una cañería de albañales reventada en un edificio multifamiliar, pase por allí un día de trabajo a media mañana o media tarde, cuando se supone que hay poca gente en el lugar. Lo más seguro es que, a pesar de ser un conducto para residuos y detritos, observará salir de él un río de agua casi limpia. Esos son salideros, en las pilas, en el tanque de agua, en el tanque del inodoro…

Según cálculos de los especialistas del INRH, por las conexiones intradomiciliarias se pierde alrededor del 20 por ciento del agua bombeada. Eso representa un embalse de unos 300 millones de metros cúbicos que se vacía y no lo vemos.

Hoy es el Día Mundial del Agua. Volvamos a pensar en ella.

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