La base popular del levantamiento fue incuestionable. Autor: Jorge García Publicado: 21/09/2017 | 07:04 pm
CIENFUEGOS.— Fueron 39 revolucionarios los caídos en combate contra la tiranía aquel jueves de 1957. Otros cinco miembros del M-26-7 en La Habana y tres en Santa Clara también perdieron la vida luchando en el fallido intento de levantamiento nacional. Cientos sobrevivieron gracias al apoyo del pueblo cienfueguero, que los refugió en sus casas. Cerca de un centenar fueron detenidos y conducidos a prisión.
Muchos de aquellos hombres que le dieron libertad a Cienfuegos durante unas horas, no cumplían todavía los 20 años. Corrió la sangre. Olía a derrota, pero supo a victoria. Son hoy 60 veces 5 de Septiembre, y vendrán muchos más.
Y encontrarse con ese heroísmo de todos los días es justamente lo que permite el libro El Levantamiento Popular del 5 de septiembre de 1957 en la ciudad de Cienfuegos, de Orlando García Martínez y Andrés García Suárez, considerado el material historiográfico más completo escrito en torno a esos hechos.
JR comparte fragmentos del volumen, presentado en días recientes, como parte de las actividades por el aniversario 60 de la gesta.
Algo gordo se cocina
Primeros días de septiembre de 1957. La ciudad es toda conspiración. «Algo gordo se cocina», auguran los buenos observadores. La intranquilidad de los civiles llama la atención.
La noche del 4 de septiembre transcurre en calma, y también las primeras horas de la madrugada.
«El cabo Santiago Ríos, para ejecutar el plan de tomar el Distrito Naval del Sur, entró en la instalación alrededor de las 5:00 a.m., fingiendo un fuerte dolor de estómago. Este militar revolucionario sabía que en la Posta #1, ubicada a la entrada de Cayo Loco, estaban de guardia esa madrugada los marinos Alberto Enamorado Moreira, que conspiraba con su grupo, y Laureano Carrillo Rodríguez, quien aunque no estaba entre los comprometidos con el M-26-7, era una persona que criticaba mucho a la tiranía de Batista. De inmediato empezó a movilizar el grupo de marinos complotados que estaban en el Distrito Naval después de las festividades del 4 de septiembre, y a los de su mayor confianza, que ya habían salido de la instalación naval, les avisó que debían presentarse antes de las 6:00 a.m. en Cayo Loco».
Salir a la calle era «jugársela»
Los tiros comienzan a destellar con el amanecer y es tomado el Distrito Naval del Sur en Cayo Loco.
Sin embargo, la orden de un levantamiento nacional había sido suspendida, pero «ni Julio Camacho Aguilera, ni Dionisio San Román u otro jefe del M-26-7 en Las Villas conocían de la posposición del alzamiento. Al analizar lo sucedido, Fidel Castro Ruz precisó: Ellos no recibieron absolutamente ningún aviso de que se había suspendido el levantamiento general».
De conjunto con el M-26-7, varios oficiales de la Marina se apoderaron de las armas.
La noticia se esparce como pólvora. «Al mismo tiempo comienzan a llegar a la entrada de Cayo Loco decenas de hombres del pueblo que vienen a sumarse a la ya popular sublevación y piden armas, que les son entregadas hasta que se agotan. Por todos los barrios de la ciudad fue difundiéndose la noticia de la insurrección. Una multitud marchó después hacia el Parque Martí, en cuyos alrededores se ubicaban la Alcaldía y la Jefatura de la Policía. Según informaría Julio Camacho a René Ramos Latour días después: “La entrada de los rebeldes en el Distrito Naval de Cayo Loco abría las puertas al pueblo, ansioso de empuñar las armas redentoras… Las acciones se desataron en cadena por la ciudad en un hecho sin precedentes, el pueblo estaba respondiendo al 26 de Julio que armó a las milicias y al pueblo cienfueguero, los que combatieron dando vivas al 26 de Julio, vivas a Cuba Libre y vivas a Fidel”».
Lo más difícil es la rendición de la estación de la Policía Nacional.
«El Parque José Martí, los portales circundantes a él, las calles aledañas al Ayuntamiento y la Jefatura de Policía, estaban llenas de rebeldes dispuestos al asalto final. La gente humilde acudía al parque principal de la ciudad para respaldar la sublevación».
Las instituciones gubernamentales son tomadas también. Se combate fuerte. Finalmente caen las estaciones de la Policía Marítima y la Policía Nacional, el Ayuntamiento y otros puntos. A la cabeza están Julio Camacho Aguilera, por el M-26-7, y Dionisio San Román, por los marinos sublevados. La ciudad toda es libre, aunque poco dure esa libertad.
Sobre la ciudad caen las bombas
«Eran alrededor de las diez de la mañana cuando un bombardero ligero B-26 sobrevoló la parte de la ciudad en que estaba ubicado el Distrito Naval del Sur. Un poco después, el capitán de la nave aérea inicia el fuego de sus armas sobre los rebeldes».
Acerca de ese momento, el combatiente Rafael Toledo Díaz, señala: «Parece que ya los jefes sabían que venían otros más y que no había alzamientos en ningún otro lugar del país… Sabían que lo que vendría detrás era tremendo; porque mandaron a desalojar un poco de gente de Cayo Loco y salir a ocupar edificios sólidos de la ciudad para contener algunas tropas que venían sobre Cienfuegos».
«Se vivían momentos de gran tensión mientras la aviación del tirano arreciaba sus ametrallamientos sobre las posiciones rebeldes en Cayo Loco y el centro de la ciudad.
«El cerco de fuego y muerte se va estrechando alrededor de los revolucionarios. El cabo Ríos envía, sobre la una de la tarde, a un grupo numeroso al mando del sargento retirado Rafael Pérez Rivas para reforzar el colegio de San Lorenzo y la Policía Nacional, pero sin poder romper el anillo defensivo de los soldados batistianos. La mayoría se va dispersando. El pueblo lucha heroicamente defendiendo su ciudad. Alrededor de las 3 de la tarde, el fracaso del plan de levantamiento nacional era evidente para todos. La intensificación de los ataques de las fuerzas del tirano parecía confirmar esa idea».
La situación se hace muy difícil para los atrincherados de Cayo Loco. La respuesta rebelde es cada vez más débil ante la superioridad del enemigo.
Pasadas las 4 de la tarde el Gobierno recupera el mando del Distrito Naval, y luego la Policía Marítima.
«Volvían a llenarse los calabozos, ahora con revolucionarios, marinos, milicianos del M-26-7, combatientes del pueblo sumados ese día… Será el dolor y la posibilidad de la muerte para muchos. La mayoría de los combatientes fueron tomados prisioneros por sorpresa».
En el centro de la ciudad no es menos dura la suerte de los combatientes. Quienes pueden escapar del Colegio San Lorenzo lo hacen por los techos de los edificios adyacentes. A sus espaldas les persigue la muerte. Algunas casas cercanas les sirven de refugio. Así el pueblo se la juega otra vez, escondiéndolos, incluso por varias semanas.
Al caer la tarde quedan pocos combatientes en la Jefatura de la Policía y la azotea del Ayuntamiento. Los tiros son mayoría de un solo lado. La resistencia insurrecta se debilita. Las órdenes de La Habana son aniquilar a los revolucionarios.
«El capitán Saturnino Martínez, testigo de la preparación en Cayo Loco de la contraofensiva sobre los rebeldes, precisa: “Lo que estaban esperando era la confirmación, la orden de Batista de asesinarlos a todos”».
Cae la noche y con esta la última resistencia. En la Jefatura de la Policía, los revolucionarios son ametrallados en las celdas o el patio sin misericordia.
Totalmente acorralados, «cuatro revolucionarios pasan el final de la terrible noche en la azotea del Ayuntamiento. Después deciden esconderse en un cuarto de desahogo, lleno de papeles, ubicado al final de una escalera en forma de caracol que conducía a la planta baja. Uno de esos combatientes acosados, Alberto Mora Fernández, relata: “Por la noche, alrededor de las 11, no sé bien, escuchábamos cómo eran ametrallados por las fuerzas de la tiranía los combatientes sitiados en la Estación de la Policía Nacional y otros revolucionarios, que fueron llevados allí prisioneros. Estos un poco más tarde. Sentimos los gritos y los fogonazos criminales. A esos fusilamientos siguió un prolongado silencio, solo roto por los esporádicos disparos desde el edificio del Colegio San Lorenzo, que era el único que resistía ya”».
A pesar de la ventaja en armamento, la tiranía no puede entrar hasta que los revolucionarios agotan las municiones. Entonces penetran las puertas y asesinan a quienes están a su paso.
«El combatiente Gilberto González recordaría: “Desde donde estábamos no podíamos asomarnos, pero lo escuchábamos todo perfectamente… aquellos gritos que no olvidaré jamás”». Era la medianoche del día 6.
Honor a la memoria
El Museo Histórico Naval de Cienfuegos, que guarda la memoria de la gesta del 5 de Septiembre, reabrió sus puertas luego de una cuidadosa restauración y con un diseño museográfico y museológico moderno y atractivo.
Según reseña el semanario 5 de Septiembre, durante la ceremonia de reapertura el general de brigada Jorge Luis Méndez de la Fe, miembro del Comité Central y de la División Política de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, entregó a la institución la Réplica del yate Granma, otorgamiento aprobado por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba.
Asimismo le fue concedida al comandante Julio Camacho Aguilera, quien dirigiera por el Movimiento 26 de Julio el levantamiento popular en Cienfuegos, la Réplica del Monumento a los Héroes de esa acción; y se realizó la cancelación postal de dos sellos por el aniversario 60 de los hechos.