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Falacias en el discurso de Estados Unidos

Dentro de la manipulación con que la administración de Barack Obama maneja el tema de las relaciones con Cuba, hay visos de sinceridad que dejan claro sus objetivos con respecto a la Isla

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Quizá lo mejor es que, dentro de la manipulación con que la administración de Barack Obama maneja el tema de las relaciones con Cuba, hay visos de sinceridad que dejan claro el sine qua non de sus más recientes movimientos con respecto a la Isla.

Movimientos, la mayoría positivos, porque Cuba siempre ha apostado a relaciones con Estados Unidos en pie de igualdad y con respeto a la soberanía; por tanto, todo lo que despeje un camino enyerbado por ellos, es bienvenido. Pero justamente de eso se trata: de que los asuntos de la Isla se resuelven entre nosotros. O, como ha dicho recientemente un alto funcionario estadounidense, «de una interacción entre el pueblo cubano y su propio Gobierno».

Algo hay que tener bien presente. Desde el propio anuncio de que se restablecerían los nexos diplomáticos bilaterales, formulado el 17 de diciembre de 2014, la Casa Blanca y el propio Obama han reconocido que consideran fallida la política aplicada hasta ahora hacia nuestro país —y supuestamente la cambian— porque no ha dado resultados. Es decir, no ha conseguido sus propósitos de cambiar el orden político, económico y social que por derecho propio nos hemos dado. O lo que es igual: que ese derrotero, proveniente del deseo washingtoniano confeso desde el siglo pasado de ser dueños de la Isla, se mantiene latente.

De ahí proviene seguramente el hecho de que el bloqueo como política no se desmantele en verdad con las muchas medidas decretadas en este lapso —el último paquete de ellas emitido el pasado viernes—, y de que un desempeño del que Cuba puede sentirse satisfecha como lo es el respeto a los derechos humanos, resulte un asunto «controvertido» en este azaroso y lento proceso para normalizar —que no es lo mismo que restablecer— nuestras relaciones.

La muestra más reciente resultó el segundo encuentro bilateral en torno a los derechos humanos celebrado el viernes 14 de octubre en La Habana, y en el que Estados Unidos estuvo representado por el secretario adjunto del Departamento de Estado para Democracia, Derechos Humanos y Trabajo, Tomasz Malinowski.

Fue él quien, entre otras aseveraciones formuladas luego a periodistas —afirmaron despachos de prensa—, dijo aquello de que «el cambio (¿) que se necesita en términos de respeto a los derechos humanos» solo puede provenir de dentro de la Isla, «de una interacción entre el pueblo cubano y su propio Gobierno», reseñó EFE.

Aseveración sabia en el punto en que reconoce que lo que acontezca dentro del país nos corresponde discernirlo a los cubanos; pero tendenciosa cuando afirma que «no hay avances» en la situación de los derechos humanos aquí en estos dos años de relaciones. Al final, aseveración sincera porque reconoce que sus cambios (los de EE. UU.) no son para hacer justicia a la Isla.

De cualquier modo, para quien esté enterado de cómo se vive en Cuba resultará verdad de Perogrullo la improcedencia de tales valoraciones. Independientemente del escaso compromiso formal con los derechos humanos por parte de Estados Unidos (ha suscrito apenas 18 de los 61 instrumentos legales internacionales vigentes en relación con el tema, y Cuba firmó y observa 44), solo habría que valorar la importancia que se le otorga en nuestro país a la vida plena del hombre en tanto las ejecuciones, los arrestos y asesinatos policiales apenas por el color de la piel, los homeless, la prohibición de sindicalizarse en muchas empresas, la violencia y una pobreza que lastima aproximadamente al 35 por ciento de la población, son pan cotidiano en la nación más poderosa del orbe.

Lo cierto es que el tema de los derechos humanos no debía ser un punto especial en este proceso hacia la normalización de nexos si no fuera porque es un asunto que Washington históricamente politiza para «respaldar» sus decisiones, y que le ha servido también para justificar su política de agresiones contra Cuba.

Y esto, más allá de que para Estados Unidos sean más importantes los llamados derechos civiles (que en ese país, de todas formas, diariamente se violan) que los derechos sociales y económicos (mucho más abarcadores, tendientes a la existencia más plena del hombre, y objeto visible de atención por parte del Estado revolucionario cubano).

No fueron, empero, las declaraciones relacionadas con los derechos huma-nos las únicas plagadas de dobleces en aquellas palabras a la prensa de Malinowski, quien dejó al desnudo la esencia injerencista del giro dado por la política de EE.UU. hacia Cuba cuando dice dudar que alguien esperara «que el anuncio del deshielo (se refiere a las relaciones bilaterales) pudiera en sí conducir a algún cambio fundamental» en nuestro país.

Reveladoras también, aunque no sorprendentes, son sus criterios sobre las medidas profusas pero de muy corto alcance promulgadas en estos dos años por la administración demócrata, porque reiteran el que ha sido discurso defensivo de Washington, en no pocas ocasiones, a la hora en que el mundo lo sienta en el banquillo de los acusados cuando se vota contra el bloqueo, cada año, en la Asamblea General de la ONU.

Según el funcionario gubernamental estadounidense, las nuevas políticas de Washington hacia la Isla, reseñó el cable, desactivan cualquier «argumento» por parte del Gobierno cubano a la hora de «culpar» a Washington de los problemas económicos del país caribeño.

Hago notar que el entrecomillado es de esta redactora para resaltar los momentos de mayor falacia: el impacto del bloqueo en la vida económica y social cubana es real y solo en el año transcurrido entre abril de 2015 y el mismo mes de 2016 (en pleno restablecimiento de los nexos) representó a la Isla daños valorados en 753 688 millones de dólares.

Y para que no queden dudas del afán de buscar la desestabilización desde adentro, en otra forma solapada de subversión, afirma que para que el pueblo cubano «pueda beneficiarse» de las medidas «de alivio al bloqueo» aprobadas por la administración Obama, sería necesario que Cuba «elimine las restricciones aún vigentes sobre la capacidad de los cubanos de relacionarse con Estados Unidos y el resto del mundo».

¿De qué «restricciones» hablaba Malinowski? ¿De qué medidas de alivio? ¿De las que pretenden beneficiar solo a la propiedad privada y robar y manipular el talento de nuestros jóvenes en tanto ignoran al Estado, que es el que nos provee a todos, y siguen impidiendo a Cuba el comercio y las inversiones con los empresarios de su país así como las transacciones internacionales en dólares, entre otros imposibles para la Isla?

La manipulación de Estados Unidos en torno a la política hacia Cuba está en su misma esencia. Felicitémonos entonces, no obstante, por los avances en las relaciones, pero mantengamos el oído aguzado y el corazón frío cuando escuchemos a sus promotores.

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