Una especie de ave de Cuba Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 21/09/2017 | 06:29 pm
En una esquina de La Víbora, en el municipio habanero de Diez de Octubre, Miguel y Lizzett vieron que cayó delante de ellos, exhausto, un zunzún de precioso color verde esmeralda y azul.
«Era un día de mucho calor y estaba muriéndose. Lo recogimos y lo llevamos rápido para la casa», explica Miguel Pulgarón, escultor, artesano y maestro de joyería artística.
«Mi compañera Lizzett Ben y yo, ambos amantes de la ecología, enseguida lo mojamos un poco para refrescarlo y le echamos en el pequeño pico unas gotas de agua con azúcar. Su lengüita era simpatiquísima, fina como una aguja, larga para su tamaño y muy blanca. Al sentir el sabor a miel, empezó a moverse y a reanimarse», cuenta Miguel.
«El pajarito empezó a recobrar la vida. Cuando lo recogimos del suelo, pensamos que el golpe de la caída le había provocado la muerte, pero su poco peso y su vuelo en “picada” hasta dar con la calle, compensaron el choque», aclara Lizett.
Dentro de una cajita empezaron a tratarlo como si estuviera en una sala de «terapia intensiva» y ellos dos fueran el médico y la enfermera.
Lizzett y Miguel nos contaron que poco a poco el zunzún se recuperó. Ellos estiman que asimiló bien la gran dosis de afecto que le prodigaban.
Al recobrar el aliento natural, lo sostenían indistintamente en el calor de sus manos, echándole más goticas con agua y azúcar en su garganta, y este empezó a incorporarse.
«Al segundo día logró pararse al fin. ¡Curioso es que un ave tan inquieta, no mostrara el menor interés por irse cuando movió ligeramente sus alitas brillantes, ya salvadas», cuentan.
Al otro día por la mañana, Miguel y Lizzett intentaron devolverlo a su ambiente, pero parecía no querer irse. «Lo sacamos al patio, y al comprobar que ya podía volar tuvimos que incitarlo a que se fuera, pues se quedaba en mi mano y parecía que me miraba como un niño a su padre, hasta que voló y se posó en unos cables eléctricos. Ese fue el inicio de su rara despedida. Quería como regresar», sostiene Miguel.
«Sin azoro, sin miedo a caer de nuevo en nuestras manos, parecía querer volver a su cuarto de cartón. Voló de nuevo y fue a parar a un árbol, donde estuvo par de horas, en una larga indecisión cariñosa», narra Lizett.
Sin embargo, todo no termina ahí. Ellos le tiraron fotos y le tomaron un video, donde se aprecia que estuvo varias veces en el patio. Regresó al lugar, como despidiéndose de sus salvadores.
Miguel y Lizzett, que se aman, son también impenitentes amantes de la ecología y, además, dueños de dos perros (Doby y La Niña), de dos gatos (Rita y Tango) y de un pintoresco macao (Chicho) que se encontraron hace algún tiempo y ya está del tamaño de un puño.
Ambos le silbaban al pequeño pajarito verdiazul, y este daba diminutos y alegres salticos, como agradecido. De esa manera «zunzunesca» les decía adiós, hasta que se fue definitivamente. ¡No lo han visto más! Pero son felices de haberle devuelto su vida y su felicidad.