«Aquí el 30 por ciento del ingreso por chequera se les entrega a los ancianos, y si con eso no les alcanza les damos un extra. El resto se ingresa a la cuenta para engrosar y respaldar el presupuesto estatal». Autor: Hugo García Publicado: 21/09/2017 | 06:12 pm
COLÓN, Matanzas.— Hay palabras que uno no quisiera oír: flacidez, demencia senil, envejecimiento… pero están en el camino de todo ser humano, de nuestra familia. En cambio cariño, amor, bondad y solidaridad también están frente a todos, y muchas veces son esquivas.
Con esas ideas avanzamos por la Carretera Central y apenas entramos a la ciudad de Colón nos dicen: Doble por la calle Calixto García, que verá a la derecha un edificio grande de tres plantas, ese es. Sin dudas, allí todos conocen la residencia de ancianos.
No es el pequeño local que imaginábamos. A primera vista nos da la impresión de un hotel. En los pasillos, el grupo de ancianos sentados en sillas de ruedas, sillas o sillones, alerta que esta institución es de ellos.
Todo está limpio, los pisos relucientes y como ya son cerca de las diez de la mañana muchos están bañados y olorosos, a la espera del almuerzo. Es una rutina diaria que no se rompe salvo por un hecho extraordinario.
Testimonios del cariño
Hemos llegado en una mañana nublada a la Residencia Tercera Edad Apóstol Daddy John. En los salones hay 30 camas, para 30 ancianos internos. La demanda es alta. Una gran lista de espera que podría llegar a 70 internos, o un poco más.
De la mano y conversando con la pastora Yunaisis Durán López recorremos la edificación: «Además de tenerlos limpios, la prioridad es brindarles cariño», nos dice.
Allí conocemos abuelitos, como Leonila Reyes, con dos años en el asilo y que estuvo anotada durante seis años en la lista de espera. «Vivía sola, enferma, con muchos padecimientos, y ahora estoy encantada de estar aquí, por el buen trato». Un rosario de enfermedades la aqueja, como vivir con un solo riñón, ser hipertensa, tener problemas con la tiroides, diabetes, la gota... «Tomo medicinas más de la cuenta, pero no me falta ninguna para atender mis 12 enfermedades, y apenas entrego 80 pesos como ofrenda, porque no me lo exigen».
Uno se asombra al hablar con estos sabios del tiempo, pero nos empequeñecemos ante personas más jóvenes como María Hernández, una de las asistentes de postrados, cuya entrega conmueve: «Me gusta trabajar con los ancianos, pero reconozco que no se para; es dura la tarea, pues a veces se babean, se hacen caca o pipi… aunque nada de eso me molesta en lo absoluto, los ayudo en todo: gano 624 pesos, pero eso no es lo definitorio. A mí me da placer trabajar con ellos. Nunca los maltrato, ni aun cuando están un poco majaderos. Los comprendo, les paso la mano, los acaricio, porque a veces hasta lloran. Hay que cargarlos, pasar malas noches. Mi familia sabe que esto me gusta y siento una gran satisfacción».
Foto: Hugo García.
En el cuarto de matrimonios encontramos a Olivia Wilber, de 84 años, junto a su esposo Dagoberto Sersa, de 88. Él compone himnos cristianos. Sonríen y se toman de las manos. Se sienten felices, tranquilos, bien atendidos.
Vivian Esquijarrosa trabaja desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde. Allí lava y plancha sábanas, paños, manteles, limpia los zapatos y las chancletas. Foto: Hugo García.
Entonces nos acercamos a la lavandería, donde Vivian Esquijarrosa trabaja desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde. Allí lava y plancha sábanas, paños, manteles, limpia los zapatos y las chancletas. «Es una obra bonita; las ropas de los postrados se lavan constantemente, se hierven y se cloran».
Foto: Hugo García.
Emocionada, Sara Borragero, mientras cose, zurce o plancha las prendas de vestir, deja escapar como en susurro: Conozco todas las ropas de cada uno de ellos.
Por el día se les brinda recreación, ejercicios programados por especialistas del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Inder). También son atendidos los vecinos de la comunidad.
Caridad Toledo, desde hace cuatro años vinculada con la iglesia y ahora con 82 años de edad, se dedica a realizar manualidades: «En mis ocho años en el hogar no he visto a nadie triste, hay buen trato y sensibilidad».
Las familias vienen, llaman por teléfono. A veces se llevan a los ancianos para sus casas. Es el caso de Mercedes Aguilar, quien no tuvo hijos, pero cuyo sobrino se preocupa por ella y coopera con el Hogar.
Foto: Hugo García.
Amelide Placide Henry, de 72 años, haitiana, lleva tres años en la institución. Llegó muy delgada, engarrotada, con la enfermedad de Parkinson, con dificultades para hablar el español. Ahora recibe sus medicamentos y es tratada con mucho cariño.
Senderos de luz
Valentín Mederos Mederos, de 92 años de edad y obispo, dedicó su vida a la iglesia desde sus 13 años. «Este lugar es una bendición de Dios, un lugar de descanso. Todavía pido la palabra en el púlpito y me siento querido».
Intentan habilitar la tercera planta del edificio, pero falta un ascensor. En el hogar hay 12 postrados, nueve de ellos mujeres. Además, se atiende a diez diurnos y se garantizan 20 cantinas para almuerzo y comida.
Hilda Torres, de 70 años y casi ciega, de La Lisa, La Habana, elogia como magnífico el servicio en general: «Guapeo, me peino y me baño, tiendo la cama, como sola, camino con cuidado, aquí todo me gusta».
Ofelia Chaviano, de 97 años de edad, desde hace 19 años está en el asilo. «Me siento bien, gracias a Dios».
La doctora Norkis López González, especialista en Medicina General Integral, comenzó en enero su labor en el centro y confiesa que trabaja con los ancianos con mucho amor y que ellos reciprocan cariño y eso la hace sentir bien:
«Todos los días hacemos pase de visitas junto con la enfermera y semanalmente les hacemos exámenes físicos, al igual que las interconsultas semanales de la geriatra. Se chequea a todos los abuelos y el policlínico nos presta el servicio de laboratorio. También vienen especialistas en Cultura Física y Podología, mientras que para otras especialidades como oftalmología y cardiología los ancianos son llevados al hospital municipal Mario Muñoz Monroy».
La licenciada Irsia Herrera Valdés, jefa de Enfermería, no oculta su devoción por la labor que realiza: «Amo mi trabajo; ellos son como mis padres y les he tomado gran cariño. Se sufre cuando ellos se sienten mal, y nos golpea sentimentalmente cuando alguno fallece».
El centro mantiene contratos con las entidades reponsabilizadas para garantizar los medicamentos. La mayoría de los beneficiarios son hipertensos o padecen de insuficiencia cardiaca. Todos llevan dieta baja de sal, rica en frutas y vegetales y sin grasa animal.
Hay cuatro diabéticos en el hogar, varios con demencia senil y dos con el mal de Parkinson. Allí cuentan, como en un hospital, con autoclaves para la esterilización, con una sala para ingresos con dos camas, y si hay que ir al hospital municipal los ancianos son acompañados por la asistente y por una enfermera.
William Ariel Crespo Ramos, administrador, nos enseña el grupo electrógeno que brinda garantía en las noches o madrugadas, cuando hay problemas eléctricos y los ancianos necesitan levantarse por alguna u otra razón.
Crespo Ramos añade que el complejo de la salud de Matanzas abastece con detergente líquido, cloro, jabón, frazadas para piso, otros utensilios de limpieza, champú, desodorante, pasta dental, sábanas, toallas, pijamas, lapiceros, bombillos para las lámparas, cepillos de dientes…
Reto por el cariño
Foto: Hugo García.
El pastor Isaí Simpson Jackson, director de la Residencia, insiste en que el éxito de la obra radica en el énfasis que se hace en la selección de los trabajadores.
«La persona que pasa a ser trabajador nuestro no es simplemente eso, sino que es parte de esta familia, más allá de su creencia o su punto de vista de la fe. Buscamos a las personas que sienten simpatía por los adultos de la tercera edad, que muestren alta sensibilidad humana con sentimientos de humanidad y compasión», explica este hombre que lleva 20 años de trabajo como pastor.
«Tratamos de convertir al obrero en un tutor de cada anciano, en alguien que brinde una atención diferente a un anciano en particular, porque es como que ellos, los necesitados, volvieran a ser niños: les encanta la idea del caramelo, del chupa chupa, la galletica, la atención detallada, esmerada, que alguien se siente a escuchar sus historias. El tutor los rescata de la depresión, porque hay ancianos que a veces sienten complejos por sus canas y arrugas.
«La intención es que ellos sientan que nosotros somos sus hijos o nietos, y que lo somos de verdad, de verdad, de verdad… Queremos a trabajadores que sientan simpatías especiales por estos ancianos, que los adoren, consideren y valoren como a padres.
«Requerimos que sean tratados como príncipes de Dios; por eso la iniciativa y creatividad de los obreros del centro es algo que reconocemos al final del mes cuando le colocamos en el sobre del salario las estrellas que merecen, una nota o un humilde presente.
«Los que hay aquí no son un puñado de viejos que hay que cuidar. Por eso no nos interesa una persona que venga por un salario, sino porque tenga una alta conciencia de quiénes son esos seres necesitados.
«Buscamos amor, cariño, simpatía, respeto y honra a un grupo de ancianos. Puede que sea un anciano al que no le entra bien el pantalón y podrían ponérselo de un sacudión, pero eso aquí no funciona así: todo es con amor y buen trato; igual, a ninguno se le puede sustraer algo de sus pertenencias; eso no lo permitimos, no puede pasar.
«Hacemos un seguimiento del trabajo, velamos por si están despiertos en las noches y madrugadas, si están abrigados, tapados con sus frazadas…».
—¿Cómo captan a los ancianos?
—Existe una lista de espera con ancianos de todo el país. El silencio de algunos puede significar que el anciano falleció o que la situación económica cambió en esa familia. Nos guiamos, más que por una lista, por la persistencia; incluso llegamos con la jefa de enfermeras y la doctora a los casos, y analizamos en la práctica si el posible beneficiario en verdad está solo, es decir, tratamos de cerciorarnos de la nobleza y la objetividad del caso.
«Hay personas que viven una situación por la cual no pueden continuar cuidando a su mamá o papá, un cuadro social importante. Y si la situación ennoblece y sensibiliza, no importa si los necesitados profesan o no alguna religión».
—¿Cuál es el presupuesto financiero para esta obra?
—El Gobierno nos aprobó un presupuesto que alcanza para atender el Hogar a plena capacidad. El inmueble y todo el mobiliario del centro ha sido una inversión de mucho dinero para la Iglesia.
«Desde que se comenzó con un proyecto más sólido, el Gobierno consideró con la Iglesia un presupuesto. El Gobierno comenzó a entregar un pequeño presupuesto para salario y alimentos; ahora se ha incrementado y lo que es salario y alimentos en la actualidad se financia con el 80 por ciento de un presupuesto estatal.
«Estamos muy agradecidos de la ayuda y acción del Gobierno. Este año se comenzaron a recibir cerca de 900 000 pesos como presupuesto estatal, lo cual facilita el pago de la electricidad, teléfono, agua, combustible. Quizá necesitemos aumentar un poco más ese presupuesto, porque pasamos por situaciones difíciles, aunque la Iglesia a nivel nacional nos brinda parte de sus fondos como ayuda mensual.
«Otras ayudas desde el exterior sirven para reparar los motores y autos, y otras inversiones como un comedor central que pretendemos construir en la parte superior, o adquirir las lavadoras que se rompen frecuentemente y son caras.
«La capacidad cómoda es de 70 ancianos internos, pero podríamos llegar hasta 80 o 90 con un poco más de restricción de las áreas. En el primer trimestre de este año debemos tener casi 50 internos. Se exige un chequeo médico, la baja de la libreta de abastecimientos, su actualización legal y el carné de identidad del anciano».
—¿Cómo enfrentan su atención?
—Contamos con el apoyo del Partido y del Gobierno. Traemos algunos alimentos desde una finca en Pinar del Río. Aquí brindamos seis comidas: desayuno, merienda, almuerzo, merienda, comida, y merienda.
«Estoy sorprendido, porque en el momento actual, de carencias, no es fácil unir voluntades del Gobierno, la comunidad, la feligresía, los obreros, los ancianos, y poder formar una familia. Pero es algo posible. En la comunidad sienten admiración y respeto por el centro. No hay intrigas, ni gente sacando jabitas con comida en las noches. El centro tiene otra mentalidad; los trabajadores, desde que entran, saben que cualquier acto de inmoralidad será repudiado. La maldad de algunos espacios de la calle no se abre paso aquí.
«Como pastor siento satisfacción al defender este proyecto. No hay que hacer nada fuera de regla porque no hay razón para ello. Desde que los ancianitos llegan aquí sus vidas cambian. Tanto las cinco enfermeras como las asistentes emulan por estar entre las mejores.
«Cada cual quiere ser el más cariñoso, especial, eficiente. Aquí no podemos acostarnos ni sentarnos a comer a la mesa sin tener la seguridad de que todos los ancianos comieron. No son viejos tirados en una residencia. Todo tiene que ser a gusto de ellos. Se come a gusto, con una flor delante, con servilleta. Este es un lugar de honor.
«Es un placer implicarnos en un servicio de calidad al adulto mayor, servicio caritativo, pero genuino».
—¿Este es un centro de referencia ante el envejecimiento poblacional que vive la sociedad?
—Ojalá el trabajo de este centro sirviera como ejemplo a otros de su tipo. La persona cuando llega a la tercera edad se preocupa mucho. Nosotros miramos ese tema desde la siguiente perspectiva: al niño hay que entretenerlo, comprarle juguetes, llevarlo al parque; y el anciano tiene sus honores, sus vivencias después de haber servido a la sociedad. Entonces él también necesita una atención especial, respeto, tiempo, cuidados.
«Aquí el 30 por ciento del ingreso por chequera se les entrega a los ancianos, y si con eso no les alcanza les damos un extra. El resto se ingresa a la cuenta para engrosar y respaldar el presupuesto estatal».