Frai Miguel es el líder de la cooperativa Las Tres R, referencia en el estado de Yaracuy. Autor: Yaimí Ravelo Publicado: 21/09/2017 | 05:39 pm
SAN FELIPE, Yaracuy, Venezuela.— Ahora mismo, mientras el azadón remueve la tierra y aniquila la yerba, Frai Miguel Silvera Oropesa, le lanza un vistazo al pasado y regresa de inmediato al presente; porque de solo ojear un trozo del ayer se le revuelve el vientre.
Piensa, por ejemplo, que con ese mismo azadón, en esa propia tierra en las afueras de la ciudad de San Felipe, él era antes un fragmento de gente, que vivía y moría de deudas con el patrón, a quien ni siquiera conocía.
«Esto dicen que era de un alemán», cavila. Y por su mente pasan, en ráfagas, los tiempos en que la filosofía del latifundio dejaba podrir de ocio una buena parte de las 57 hectáreas que hoy cultiva junto a otros 11 hombres.
Tira otra vez de la azada acaso recordando que en 2006 empezaron seis personas, en puro monte; que el inicio no fue gloria y que muchos le pronosticaban el fracaso por haber pasado abruptamente de súbdito a líder.
Ahora, mientras se seca el sudor y mira su casa en medio de los sembradíos, pone su mente en Chávez porque el nombre de la finca (Las Tres R) se vincula a la revisión, la rectificación y el reimpulso de la Revolución Bolivariana, que el Comandante Eterno lanzara el último día de 2007.
También lo evoca porque sin una ley de tierras, promovida por el Gobierno Revolucionaria hace 11 años, Frai Miguel jamás hubiera podido concretar el sueño de una cooperativa que produce un mundo y siempre vende a la comunidad a precios menores que el mercado.
Ahora, mientras le dice a su esposa, Katiuska Briceño, que le haga un café a la visita, a este hombre de 39 años se le escapa la mirada por los surcos plantados de maíz blanco y amarillo, yuca, plátano, boniato, calabaza, pimiento, caraota (frijol)… y el orgullo por lo que tiene le saca chispas de los ojos.
«Aquí juraban que no se daba el plátano», recuerda. Entonces es cuando menciona a los técnicos cubanos, que no vinieron a imponer nada sino a sugerir desde la experiencia de una agricultura modesta, pero no invasiva ni dada a destruir la ecología. «Ellos decían que sí se daba esa vianda y la vida les dio la razón».
Ahora, después de acomodarse el sombrero inmenso, al girar su cabeza a la izquierda y divisar la casa de cultivo —de la que salen productos de oro en poco tiempo— se acuerda de que tal artefacto le parecía como una nave cósmica. Hoy es la joya que tendrá más réplicas.
Vuelve a pasarse la mano por la frente, contempla los tractores, la maquinaria, los regadíos, el organopónico para las hortalizas, las gallinas revoleteando por decenas cerca de la cocina y se enardece. Reflexiona, a la sazón, que el crédito generoso del Gobierno hizo parir sueños más allá de la granja y que es poco dar mil veces gracias por la metamorfosis económica y espiritual.
Ahora, al responder la pregunta intencionada, Frai vuelve a desembocar en los técnicos cubanos, en los que trabajan en la actualidad con él (Alina Virgen López, Rolando Rodríguez y Antonio Ledesma) y en los que ya pasaron por Las Tres R, como Gonzalo y Noelvis.
Baja un poco la vista y al levantarla lo confiesa sin pena: «La tristeza más grande aparece cuando ellos se van. Uno se prepara para ese momento, sabe que van a estar aquí un tiempo, que no será algo eterno, pero cuando viene la despedida hasta el más fuerte se va en llanto. Ni nos queremos mirar la cara; es como si fuera un velorio, como si hubieran regado la tristeza por todos estos campos».
Su lamento es menos hondo porque después llegan otros y «uno vuelve a agarrarle cariño y uno sabe que serán parecidos a los que se fueron, que más que asesores son hermanos, dispuestos a aguantar sol en el campo y ayudarnos en lo que sea».
Ahora, apoyado en el tronco de un frondoso mango, Frai Miguel enarbola conceptos que en un pretérito eran abstracciones: soberanía alimentaria, comida para el pueblo, cooperativa socialista, eficiencia del campo, ganancias de los socios, distribución de la riqueza... Y, al alzarlos, habla de muchos campesinos que antaño sudaban sin respiro y sin dinero en tierras que, siendo suyas, eran de otros.
Habla que hoy tienen ojos y por eso ven el campo pariendo sin cesar, la prosperidad haciéndose camino, el cielo abierto bendiciéndoles el sudor de dueños y de hermanos.