Yanay dice que ha aprendido mucho en estos ocho meses en Santa Bárbara, población del estado occidental de Zulia. Autor: Yaimí Ravelo Publicado: 21/09/2017 | 05:38 pm
MARACAIBO, Zulia, Venezuela.— Por esas caprichosas conexiones de la vida, me pareció haberla visto antes en algún lugar de este mundo redondo. Pero no tenía certezas al respecto.
Después, al conocer su historia, supuse que tal vez era ella, u otra parecida. Pero lo cierto es que Yanay Rodríguez Pérez ya se había asomado a los ojos de Cuba cuando, en el apogeo de la Batalla de Ideas, leyó discursos impactantes delante de las cámaras de televisión con su voz de niñita avispada. El 23 de mayo de 2004 apareció, vestida de pionera, en la portada de este propio periódico.
«Raúl me cargó tres veces después de las tribunas abiertas», recuerda con emoción esta informática de solo 20 años, que labora en el centro de diagnóstico integral (CDI) de Santa Bárbara, municipio de Colón, ubicado al sur del lago Maracaibo, a unas seis horas de la capital del estado.
«Entonces todavía ni soñaba estudiar y graduarse en el Instituto Politécnico de Informática Carlos Marx, de Matanzas; ni imaginaba que años después iba a convertirse de nuevo en oradora ocasional en la tierra de Bolívar.
Mucho menos sospechaba que el otrora primer secretario del Partido de Matanzas, Víctor Fidel Gaute López, ahora jefe de las misiones sociales cubanas en la República Bolivariana de Venezuela, la reconocería inmediatamente en un acto patriótico en el lejano estado de Zulia.
«Fue una sorpresa tremenda, yo pensaba que no se acordaba porque ya han pasado nueve años desde la última tribuna abierta en que participé, el sábado 22 de mayo del 2004; pero vi que sí, y eso me estimula».
Ahora conversamos —más que de aquella época— sobre el futuro, los retos, la familia, las complejidades de su misión. Aunque también emergió, de vez en cuando, el pasado teñido de añoranzas.
—Debes ser la cooperante cubana más joven en toda Venezuela.
—En el estado de Zulia, que es muy grande, soy la más joven. Tal vez sea la menor de los colaboradores en toda Venezuela, habría que averiguarlo. Llegué aquí el 26 de diciembre de 2012, a 14 días de haber cumplido los 20. Fue mi primer fin de año lejos de la familia.
—¿Qué experimentaste en fechas tan marcadas como esas de fin de año y año nuevo?
—Las lágrimas llegan aunque uno no quiera y aunque se luche contra eso. Aquí también pasé el cumpleaños de mi mamá, el 12 de febrero; y el de mi papá, el 11 de mayo. La nostalgia no puede evitarse. Vamos a ver cómo paso el de mi hermanita, que es en noviembre.
—Hay criterios de que personas de tu edad todavía no son lo suficientemente responsables para cumplir una misión como esta.
—Los jóvenes se nutren de lo que ven a su alrededor; si ven responsabilidad y seriedad la imitan. Por eso no comparto esos criterios; aquí hay que ser responsables en todo momento y entregarse al trabajo para poder cumplir la misión. Desde que llegué hay personas que me han orientado y ayudado sin poner peros; claro, siempre existen temores, dudas, tropiezos... La guía de los más experimentados es fundamental.
—¿Qué dijo la familia cuando se enteró de la noticia?
—Aunque ya se había preparado, se impactó. Mi mamá, que se llama María Eulalia, empezó a llorar y a llorar. Pero después sacó fuerzas, me animó, me recordó su misión como profesora en Nicaragua.
«Ella estuvo en ese país en la campaña de alfabetización, del 15 de octubre de 1981 a noviembre de 1983; fue en San Rafael del Sur, comunidad Los Hurtados. Su ejemplo también me inspira».
—Muchos no imaginamos la labor de una informática en un CDI.
—Es algo importante y bonito a la vez. En mi caso debo velar por el funcionamiento, seguimiento y mantenimiento del servidor GalenLab, que no es más que un servidor donde se introducen los análisis de laboratorio de los pacientes, así como los resultados de las endoscopías y ecogramas; después se introducen los resultados, se imprimen y se los entregamos al paciente con la mejor calidad, dejando registrados en una base de datos los detalles relacionados con las enfermedades de los que se atienden en el CDI. También debo garantizar la seguridad informática para todos los colaboradores, que aquí son 68.
—¿Antes de venir sabías que una misión de este tipo era tan compleja?
—Hay que vivir las cosas para saberlas. Puede que algunos crean que el trabajo nuestro está lleno de comodidades, y si lo vieran comprobarían algo diferente. Yo estoy orgullosa de una misión como esta porque he comprendido que es una prueba tremenda para la formación de las personas y sobre todo de los jóvenes.
—Fuiste oradora en varias tribunas abiertas...
—Las tribunas fueron unas escuelas hermosas; si algo lindo he vivido fue eso. Yo participé en las de Triunvirato (Limonar) en el 2000; en la de Martí en el año 2003 y en la de Matanzas en el 2004. Nunca lo voy a olvidar, como tampoco esta experiencia en Venezuela.