Reiber en una canturía, acariciando el verso. Autor: Argel Fernández Granado Publicado: 21/09/2017 | 05:12 pm
Peinado «pepillo». Pulóver ajustado. Arete. El nombre de su amada tatuado en el brazo. A simple vista cualquiera diría que este joven nada tiene que ver con la poesía y las tradiciones campesinas cubanas. Pero los estereotipos suelen ser engañosos: no dejan ver lo esencial.
Con sus 20 años, el avileño Reiber Nodal ha triunfado en las ediciones del 2010 y 2011 del Concurso Nacional de Repentismo Justo Vega, el más importante de su tipo en el país, convocado en el contexto de la Jornada Cucalambeana.
Egresado de los talleres de repentismo de su provincia, con una herencia de verso y tierra adentro impulsándole las ilusiones, amante del béisbol y las lecturas abstractas, y dueño de una rapidez impresionante para improvisar, Reiber parece poseído por la décima cada vez que se sube al escenario.
Arma y cuenta versos en la mente. Se mueve inquieto de un lado al otro. Conversa consigo mismo y casi moldea con las manos el traje de aire de la décima que está imaginando. Cuando llega al micrófono dispara de arriba abajo estrofas de una belleza e ingenio admirables. Con él conversamos, bajo el único y mayor pie forzado de la poesía.
—Llevas dos años consecutivos ganando el Justo Vega. En una nación que ha dado tan buenos repentistas, ese debe ser un traje que pese mucho...
—¡Y dilo!... Yo siempre quise estar entre los primeros lugares en esta competencia de El Cornito (Las Tunas), porque desde niño venía al evento, y me admiraba ver a los grandes de la improvisación. Me fui preparando y el año pasado obtuve el primer lugar. Este año competí sin pensar en repetir la hazaña, porque uno no puede creerse cosas, menos en una competencia que cada vez eleva más su nivel; pero bueno, gané nuevamente. ¿Que si pesa el traje? Fíjate que yo todavía no me lo creo.
—¿De dónde te viene el arte de improvisar?
—Mi papá, Marcelino Nodal, es poeta profesional de Ciego de Ávila. Mis dos abuelos no improvisaban, pero hacían décimas. Mi mamá, sin saber cantar, cogía una tonada y se grababa en una grabadora vieja para nosotros poder afinar escuchándola. Con esas influencias, mi hermano empezó a improvisar a los ocho años y yo, a los 13. La décima es un bichito que cuando te pica, te enamora para siempre.
—¿Cuáles son los recursos que crees te funcionan más para improvisar?
—Una de las técnicas —porque toda la décima además de arte es técnica—, es usar un lenguaje lo más sencillo y explícito posible. Porque no es querer decir las cosas, es decirlas. No haces nada con un lenguaje muy rebuscado y que no te entiendan. El jurado está formado por poetas igual que tú, y tiene que admirar el mensaje por su belleza, pero primero entenderlo.
«Lo otro es la rapidez, que es un método para impresionar. Impresiona al jurado, al público y hasta te impresionas tú mismo también, te das confianza. Ahora, no te puedes mandar a correr sin tener la décima hecha en la mente. Si no la tienes completa, nada de alardes. Pero si ya la dibujaste en la mente, adelante».
—Viéndote improvisar notaba que tú haces el primer par de versos y cuando «te lanzas» después tienes la décima armada totalmente...
—Casi siempre canto los primeros dos versos para ganar tiempo en revisar mentalmente la décima completa, pero ya la tengo desde que comienzo a cantar. Lo que sucede es que la reviso en mente tres o cuatro veces, para estar seguro de la ilación, de la lógica y de hermosura de lo que improviso. Siempre es un reto inmenso encerrar en el molde de diez versos una historia, una metáfora.
—¿Y qué es lo que más te presiona en ese instante de tensión?
—El tema que te caiga en competencia. Hay temas que te inspiran, por tus vivencias, por tus conocimientos o por lo «anchos» que son, pero con otros debes inventar de lo lindo para poder decir algo inteligente.
«Por ejemplo, en la última ronda de este año salieron temas como “el hogar”, “la inocencia”, y otros aparentemente más estrechos como “el pañuelo”. Ante uno de estos, el poeta tiene que catapultarse. No quedarse encerrado en lo aparente: el pañuelo en el bolsillo para secar el sudor de la frente. ¿Cuánto sufrimiento o dicha de una persona conoce calladamente su pañuelo? ¿Con él, en silencio, cuánto se conversa? La poesía está en todo, el problema es hallarla».
—Aparte de improvisar y asistir a canturías, ¿qué te gusta hacer? ¿Qué te emociona y te entretiene?
—Lo que más me gusta en la vida es cantar, improvisar. Fuera de eso, la artesanía. Trabajo la piel, y he tallado también en madera. Escuchar temas de Ricardo Arjona y Joaquín Sabina. Leer décimas de Naborí, Valiente, Francisco Riverón y otros libros sobre temas abstractos como la Filosofía y la Psicología.
«También me gusta jugar pelota. Desde niño estuve en equipos de Ciego, porque me apasiona este deporte. Y como soy de semilla espirituana, mis ídolos son de allá: Frederich Cepeda y Yuliesky Gourriel».
—Ya las competencias de improvisación más que duelo son diálogos en los que cada uno trata de poner el nivel poético-literario más alto. ¿No crees que este concentrarse más en el lirismo que en la esgrima, desluzca un poco el espectáculo?
—Para nada. Todo en la décima no es atacar al contrario con más o menos ingenio, y en el peor de los casos decirse: feo, flaco y cabezón. La controversia no es solo eso, sino esencialmente una contraposición de ideas. Si uno dice que el dolor es blanco y el otro dijo que es negro, cada uno debe explicar el porqué, y ahí está el duelo.
«Improvisar por temas, a mi juicio, tiene mucha más altura, porque constantemente el repentista está obligado a superar las similitudes e imágenes de su contrincante y hacerlo con rapidez, claridad y elegancia. De todas formas, la competencia, fraterna, siempre se establece».
—Algunos jóvenes consideran a la décima, y más a su vertiente oral, como algo «cheo» o anacrónico. ¿Qué piensas de eso?
—No sé, pero me parece que no se podría generalizar. Por ejemplo, a todos los amigos míos desde que estaba en la secundaria, y ahí los hay con características diversas, a todos les gusta la décima. Y salimos, bailamos, vamos a las discotecas como cualquiera, pero junto a eso está el amor por estos poemas que son tradición en Cuba. Recuerdo desde los instantes en que me decían: «tengo una novia y me hace falta que me hagas una décima», y yo se las hacía, hasta los actos políticos o culturales en la escuela, en los que hacía espinelas y gustaban muchísimo.
«Quizá lo que sucede con los jóvenes que miran como algo viejo a las tradiciones es que no las conocen bien. Si las décimas les llegaran como me han llegado a mí y a muchos otros, de seguro les encantarían. Ahora mismo quiero presentarme a pruebas de ingreso y obtener una carrera universitaria, pero siempre seguiré mi amorío con la décima y el campo».
—Yanny Suárez, tu esposa, está esperando ahora mismo una niña de ambos. Quisiera que finalmente improvisaras sobre cómo le llevarás la poesía a tu pequeña.
—Cuando nazca mi chiquilla,/ diosa de luz en exceso,/ un metafórico beso/ le pondré en cada mejilla./ Le fabricaré una hebilla/ con sueños de Riverón./ En cuna de tradición/ pondré su cuerpo genial./ Con versos haré el pañal/ y a rimas el biberón.
«Cuando nazca le hablaré/ de Valiente, de Martí,/ de Chancho, de Naborí,/ y el viejo Cucalambé./ Le diré: “tu abuelo fue /y es del verso admirador,/ y tu padre tanto amor/ le brindaba a la espinela,/ que en el vientre de tu abuela/ ya era un improvisador.
«Si después de tanto esfuerzo/ y plática con mi rosa/ más la complace otra cosa/ y no le interesa el verso. Si aunque mucho le converso/ por otro placer se guía,/ y no ama la poesía/ que cultivó Naborí,/ no me echen la culpa a mí, /que ya la culpa no es mía».