Desde la cima de la Gran Piedra jóvenes cubanos ratificaron su apoyo a los Cinco. Autor: Miguel Rubiera Publicado: 21/09/2017 | 05:01 pm
Montaña alada
PINAR DEL RÍO. — ¿Hasta dónde es capaz de escalar un hombre cuando emplea su tiempo, su talento, su vida, en hacer la felicidad de otros? ¿Qué peldaño de gigante entre lo humano y lo galáctico, entre lo sublime y lo delirante, entre lo conocido y lo ignoto atraviesa ese hombre si pone su alma a nacer fundando, a despertar soñando, a vivir muriendo?
Nadie sabe. Pero algo allá en la intrincada inteligencia del amor debe sustentar empeños tales. Y no es que uno sea filósofo, ni romántico, sino que de todas las profesiones, aquella del dador perpetuo es la que no tiene escuela, ni remuneraciones posibles. Sin embargo, tantos buenos la han asumido...
Bryan, un niño cienfueguero de nueve años, aprieta su manito con el índice levantado para decir que ha sido el primero en ascender los 452 metros de la Loma del Taburete, en el oriente pinareño. Allá arriba hay una mole de piedra con rasgos de montaña y estrella, sobre la cual destaca una rúbrica enorme.
El niño ha visto esta firma en los libros de lectura, la ha escuchado en poemas, ha jurado en su escuela imitar al dueño de los tres caracteres de leyenda. Y ahora que está aquí, tal vez sin entender mucho, sabe al menos que algo grande se busca en las alturas. En el mismo sitio estuvieron el Che y sus hombres antes de salir otra vez sobre Rocinantes libertarios.
La capitalina de 72 juventudes en el almanaque, Julia, llegó entre la avanzada. Y no hay fatiga en su voz, sino emoción de timbre sostenido cuando lee la décima que ha hecho por el entorno, por el verde de esta cordillera.
Radamés, el ocurrente industrialista que anduvo con sus bastones un kilómetro y medio de la subida, aunque con energías para mil Turquinos, espera en el camino para no retrasar a la tropa. Su empuje deja pequeño cualquier esfuerzo.
Nieves, que contaba cinco meses de nacida cuando quebraron en El Yuro la respiración del Justiciero, ahora propone que hagamos tertulia, que hablemos de justicia y libertad.
Y el hilo de estas palabras lleva a Mandela, el unidor; a Ana Frank, la diarista del espanto; a Villavicencio, que retó a la soledad; y al periodista Julius Fucick, reportero de las ilusiones checas hasta el mismísimo pie de la horca.
Bryan, Julia, Nieves, Radamés, y los demás miembros de la Expedición Planeta, resultante del último concurso teclero de Juventud Rebelde, junto a los dirigentes juveniles de San Cristóbal, se olvidan por un momento del intenso sol de este domingo, y comienzan a regalarse anécdotas, pasajes de libros, frases sobre ese otro «sol del mundo moral».
Es 12 de septiembre. Y hace precisamente 12 años que cinco hombres retan al silencio, escriben diarios, reportan al pie de las celdas por enarbolar la justicia.
El grupo acompaña al trovador sancristobaleño Yurién Cruz en el hermoso afán de una canción que les compuso. La música, y la escalada, y todas las voces de este día llevan alas inmensas. Frente a la expedición, cuando subían, pasó volando un tocororo.
Cerca de las estrellas
Pico Blanco, Manicaragua, Villa Clara.— Contra todo pronóstico, la noche, como rayo de gracia, nos cayó encima cuando todavía andábamos en plena caminata, en la antesala de un domingo que nos vería amanecer bien cerca de las nubes.
Fue entonces cuando empezamos a escuchar la armonía de esa fauna campestre, que junto a los cocuyos, parecía dar la bienvenida a nuestro paso agitado por los trillos del Escambray villaclareño.
El bullicio renacía una y otra vez cuando divisábamos lo abrupto de aquella geografía. Y de nuevo volvían las risas y las bromas entre amigos cuando conquistábamos las cimas intermedias y dejábamos atrás otra pendiente.
De seguro algún guajiro de Cordovanal, acostumbrado a la quietud de las tardes, aguzó sorprendido sus ojos este fin de semana ante la algarabía respetuosa de aquella tropa de más de 150 jóvenes que, entusiastas, portaban mochilas y banderas.
El camino fue largo pero expedito, franqueable para los más atrevidos, ideal para que un aire de paz oxigenara con el ímpetu de bisoños pulmones el corazón del mundo. A ratos, a no ser para espantar la caída en algún bache, la luz no hizo falta, se sabía bien cuál era el camino.
Aquel gusto de atardecer en pleno lomerío, a golpe de escalada, llevaba consigo la fuerza humana de unos cuantos audaces pugnando porque la solidaridad saliera a flote. Era el arresto de quien dijo «Casi no puedo, pero yo llego, mientras la garganta se le resecaba y las piernas parecían llevarlo al suelo. Era la gracia de aquellos que se dieron la mano bien amorosos para subir, o del que cargó con el bulto de la amiga o de la recién conocida, en busca de compartir el privilegio de conocer Pico Blanco.
Y allí, en ese lugar donde las estrellas lucen bien cercanas, escuchamos confundirse la humilde carcajada de los campesinos con la sonrisa tímida de las amas de casa y el gritar feliz de los niños, mientras un grupo de instructores de arte vestía la comunidad de gracia.
¡Cómo olvidar el dibujo que, aquella noche en nombre de los Cinco, trazara en hermoso croquis la niña Roxana y muchos de sus amiguitos! ¡Cómo no pensar ahora mismo en los rostros memorables de Margot o en María del Carmen, las hermanas de la casa en que socorrieron al joven Obdulio Morales horas antes de ser asesinado por bandidos!
Por eso, este domingo, cuando justamente se conmemoraban 50 años de tan pavoroso crimen, decidimos ascender bien temprano hasta la tarja que hoy se levanta en el sitio donde él cayó. Y desde ese altar glorioso encumbrar las razones de una causa que pide acabarse ya: el injusto encarcelamiento de los cinco cubanos en prisiones norteamericanas.
Ahora, mientras medito sobre la noche, la luz de los cocuyos, lo abrupto del trillo y el recuerdo de la historia, evoco Pico Blanco y siento la frescura de ese sendero complejo pero alto por el que anduvimos, para demostrar que así es el mejor camino, bien puro y empinado.
A la altura de cinco titanes
Caballete de Casas, Fomento, Sancti Spíritus.— El Escambray, visto desde sus trillos, es como una parte de nuestras entrañas, a veces perdido, disuelto en la policromía de postales o en las telarañas de viejos diarios guerrilleros.
Por eso, los 60 muchachos que ascendieron hasta Caballete de Casa parecían conquistadores de leyendas empolvadas, mensajeros de la esperanza y la solidaridad, congéneres de los antiterroristas cubanos, prisioneros injustamente en cárceles de Estados Unidos.
Inspirados por los cinco héroes titanes, obreros destacados, así como estudiantes integrales, crecieron hasta 775 metros sobre el nivel del mar, con zapatillas y botas chapisteadas de fango. El entusiasmo los condujo hasta donde hace medio siglo radicó uno de los campamentos de la Columna Número 8 Ciro Redondo, bajo las órdenes de Ernesto Che Guevara.
Dicen que los caminos del Escambray son como toros fieros. Para novatos como Samuel la excursión significó retos, pero manos como la de Iraldo siempre estuvieron abiertas, para amortiguar resbalones. Cada caída hacía retumbar las carcajadas en el lomerío.
Dicen que años atrás, durante su vida estudiantil, Gerardo Hernández recorrió las inmediaciones de Gavilanes, comunidad aledaña a Caballete, Monumento Nacional, reconstruido recientemente con sudor joven.
Ningún cubano debía morir sin contemplar parajes como aquellos. El Che se preocupó desde su llegada a Las Villas por encontrar un sitio que sirviera como campamento de reserva y de centro de entrenamiento. Tal vez la majestuosidad de la vegetación del lugar, unida a las ventajas estratégicas, sirvió para evacuar en Caballete esa inquietud de formar a los pinos nuevos.
A la sombra de la historia, aquel paisaje se ha convertido en altar para moldear a jóvenes revolucionarios, peregrinos con la misión de hacer sentir desde las alturas los retos de una generación que sueña. Así lo demostró el reciente ascenso de quienes reclamaron la liberación de René, Ramón, Gerardo, Antonio y Fernando, cinco titanes aliados de la paz, ejemplo para los guerrilleros de los nuevos tiempos.
Grito de amor desde la Gran Piedra
Santiago de Cuba.— Más puro fue el aire este 12 de septiembre desde la cima de la Gran Piedra. A 1 274 metros sobre el nivel del mar, cual mejor corona para la enorme roca, ondeó nuestra Enseña Nacional.
La mañana fue un grito joven, enérgico, que desafió la inmensidad verde azul de aquel paisaje.
Porque la juventud nunca podrá estar alejada de conceptos como justicia y futuro, una veintena de nuevos santiagueros partió antes que el sol desde Las Guásimas, en la Carretera de Siboney, y recorrió en tiempo récord unos 14 kilómetros para exigir desde la mayor elevación de la Ciudad Heroína la liberación de los cinco cubanos injustamente encarcelados en los Estados Unidos, por el único delito de luchar contra el terrorismo.
Elizabet, estudiante de preuniversitario; Yorman, dirigente juvenil; Rafael, científico; Elder, futuro médico angolano recién llegado a Santiago… y muchos otros, tal vez se veían por primera vez, pero estaban desde antes indisolublemente ligados por un anhelo de libertad tan fuerte como las más de 7 000 toneladas de peso de la enorme roca que acababan de conquistar.
Por eso, ni la abrupta pendiente, a cada paso asaltada por la humedad y la neblina de un camino bordeado por helechos y flores exóticas, ni las bajas temperaturas, pudieron hacer mella en los noveles caminantes.
Antes del mediodía de la jornada en que se cumplieron 12 años del injusto encierro de estos nobles cubanos, la gran mole pétrea fue un puño apretado cuando, entre consignas y canciones, Julio César Rodríguez La O, primer secretario del Comité Provincial de la UJC, ratificó el mensaje de los jóvenes santiagueros desde la altura.
«Con todo el derecho que nos asiste exigimos la inmediata liberación de nuestros cinco compañeros, que con valentía y honor se han ganado la condición de Héroes de la República de Cuba por desafiar el terrorismo y luchar por la paz y la amistad entre los pueblos».
Las molestias de la caminata no acostumbrada cedían a la satisfacción de haberse superado a sí mismos. «Me impulsó la fuerza, el deseo de ver a los Cinco libres», reiteraba Marianela, joven angolana que también inicia sus estudios de Medicina en tierra santiaguera.
«Estamos aquí también en representación de los compañeros de otras nacionalidades, porque tenemos que demostrar de diversas maneras nuestra solidaridad con esos cinco luchadores. Es necesario que el mundo condene esta injusticia», la apoyaba su coterráneo y futuro colega Elder Agustín.
Por la verdad y el futuro, el mensaje de amor y libertad de los jóvenes santiagueros, tal y como lo explicaba Yorman, dirigente de la Empresa Forestal Gran Piedra-Baconao, extendido este domingo tan alto como le permitió su geografía, continuará siendo motivación, acicate, que hará aflorar lo mejor de ellos.
«Hoy superamos el cansancio porque nos anima una causa justa. En lo adelante, con el diario cumplimiento del deber en la parte que a cada uno corresponda, también estaremos apoyando el regreso de los Cinco».