«¡Fígaro! ¡Fígaro! ¡Fígaro! ¡Fígaroooo!/ ¡Ah, bravo Fígaro! ¡Bravo, bravísimo!»
Seguro que el estribillo le es familiar. Así canta el barbero de Sevilla, el más famoso de todos los tiempos. Es un personaje de fines del siglo XVII recreado por el compositor Gioacchino Rossini para una comedia bufa y, luego, inmortalizado por el mismísimo Wolfgang Amadeus Mozart en una célebre ópera.
Pero óigame, si estos ilustres músicos resucitaran y llegaran hoy, en pleno siglo XXI, al holguinero municipio de Moa, de seguro el barbero ya no sería más de Sevilla, sino de esas tierras, una de las mayores reservas de níquel del mundo. Y no es que este poblado se parezca a las románticas calles sevillanas donde transcurre la obra, sino que es quizá la urbe cubana donde más fígaros existen. En una misma cuadra llegas a encontrarte tres o cuatro barberías.
No sé a qué se deba tal fenómeno. Por más que pregunté nadie me supo responder. Solo un señor de unos 50 años, sentado en un bicitaxi, a la espera de su turno para afeitarse, respondió a modo de broma: «A lo mejor el níquel hace crecer el pelo».