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¡Un sinsonte tararea el Himno Nacional de Cuba!

Ana Cruz Tejeda, maestra con 31 años en las aulas, enseñó a cantar a su ave, que tiene en el repertorio otros temas

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— Si yo hubiera clasificado a Luis Faura, técnico de luces del canal local Tunas Visión, entre las personas aficionadas a las tomaduras de pelo, no le habría hecho el menor caso aquel mediodía, cuando me propuso: «Si vienes conmigo hasta una casa del reparto Buena Vista, verás algo que tal vez te interese: ¡un sinsonte que tararea el Himno Nacional!».

Por un momento puse en cuarentena su proverbial seriedad: «Faura, yo te respeto. Afloja, compadre», protesté. Abrió los brazos y se encogió de hombros. «Bueno, lo tomas o lo dejas», arguyó. Iba a marcharse, pero lo atajé a tiempo. El asunto era demasiado tentador. Así que le concedí el beneficio de la duda. Acepté ir y al rato estábamos en camino.

En cinco minutos-motor echamos pie a tierra frente a la vivienda de su historia. Faura caminó como Pedro por su casa hasta el fondo por un pasillo lateral «¡Anaaaa!», llamó en alta voz. Y entonces vino hacia nosotros Ana Cruz Tejeda, maestra con 31 años en las aulas, a cuya vocación por la enseñanza atribuyo el que haya consumado una de las proezas más insólitas.

Biografía de un sinsonte

Todo comenzó la tarde en que unos «mataperros» tumbaron de una pedrada de lo alto de un árbol un nido de sinsontes con dos pichones dentro. Rolandito —nieto adolescente de Ana— acertó a pasar por el lugar de la fechoría y los bribones se los regalaron. Una de las avecillas murió al poco rato. La otra, con una pata fracturada, sobrevivió. El niño se la llevó a su abuela. Y ella la curó.

«Le pusimos por nombre Tatico —dice Ana mientras le da al inquieto pajarillo migajas de pan—. Hace más de un año que está con nosotros. Después que sanó de su pata quebrada padeció de falta de aire. Se lo llevamos a una veterinaria. Le recetó unas dosis de tetraciclina y asunto concluido. Es macho, porque dicen que las hembras no trinan. Y este lo que más hace es trinar. Bueno, usted lo está oyendo…».

Tritri, trititi, trititi… En efecto, entre bocado y bocado, el sinsonte deja oír su polifónico gorjeo. Trititi, tirtiti… Pongo toda mi atención, pero no logro identificar ni la «letra» ni la «música». Ana sale en su defensa: «Es que está ensayando», dice. Defraudado, iba a proponerle a Faura regresar a casa, cuando lo escuché. «No es posible», musité. Pero no había dudas: era el pájaro que tarareaba, en vivo y en directo, la primera estrofa del Himno Nacional.

Ave cantadora vale por dos

«Fui yo quien lo enseñó a cantar» —asegura la maestra con el orgullo solfeándole en el rostro—. Mi método es sencillísimo: me paro delante de su jaula y le silbo mil veces la música hasta que se la aprende. Pero no crea que eso ocurre enseguida. Se requiere paciencia, y así y todo puede demorar semanas. Al final es capaz de silbar conmigo a dúo la canción aprendida. No, no se ría. Tatico es muy aplicado».

Mientras conversamos, el sinsonte se desgañita dentro de la jaula de alambre. Perdido el miedo escénico de los minutos iniciales, ahora no tiene para cuando acabar y nos suelta un popurrí de autoría desconocida. Trina y trina sin indicios de fatiga, hasta que su dueña, compadecida, le abre la puerta de la «celda» para que salga y «estire un rato las patas» por los alrededores.

«Un día trajeron un sinsonte de otro barrio para que compitiera con este —recuerda Ana—. Aseguraban que se sabía más canciones y trinaba mejor que el mío. Su propietario propuso celebrar con los dos un Todo el mundo canta. Acepté y… ¡Tatico ganó! El retador era «buche y pluma na´má», como dice la canción. ¡Si hubiéramos podido grabar aquello!

Pero Tatico no solo tararea el Himno Nacional. En su repertorio figuran, estrofas del Himno del 24 de Febrero, que, según testifica Ana, es una de sus piezas favoritas. Por si no fuera suficiente, «interpreta» el danzón El golpe de bibijagua y el pregón de El Manisero. Ahora intentan que incorpore la célebre Felicidades… para que se la entone a parientes y amigos que cumplen años.

«Es un gran imitador de sonidos —acota la mujer—. Puede chiflar como el mejor. Una mañana casi vuelve loco a un panadero que pasó frente a la casa. Silbó y el hombre creyó que lo llamaban. Pero no sabía de dónde. Hasta que localizó al sinsonte. ¡Por poco se muere de la risa! Ahhh, y otra cosa, ¡no hay muchacha bonita a la que no le silbe!».

La dueña añade que el ave no es melindrosa con la comida, y se zampa de un tirón su «papa» a base de harina y pienso. También le sirven masa de pan untada con miel de Castilla. Pero su «plato» preferido es una fruta de monte llamada pimpinillo (cundiamor), que tiene unas semillitas rojas dentro. Los vecinos se la traen. Y Tatico se da unos atracones…

Un poco de historia

El sinsonte figura entre los imitadores de sonidos más célebres de todo el reino animal. Cuando está para la broma, el macho puede armonizar notas del canto de otros pájaros y hasta reproducir ruidos mecánicos. La bibliografía cita algunos capaces de «interpretar» todo un prontuario abundante en tonalidades de entre 50 y 200 canciones.

Se trata de una especie de unos 25 centímetros de la cola al pico que vive en casi todo el continente americano. En varios países lo llaman mimo y en otros burlón. La voz sinsonte procede de cenzontle, que en lengua náhuatl significa «pájaro de las 400 voces». Hasta el gilvus de su nombre científico —Mimus gilvus— significa «imitador».

En México hubo uno muy famoso nombrado Caruso. Solía divertir a la gente silbando a la perfección la Marcha Nupcial, de Franz Schubert, y La Cucaracha, el célebre corrido popular. Por allá reverencian tanto a este tipo de pájaro que los billetes mexicanos de cien pesos llevan en una de sus caras un poema de Nezahualcóyotl, el poeta indígena, que recrea la belleza del ave. Dice: Amo el canto del cenzontle, / pájaro de cuatrocientas voces; / amo el color del jade / y el enervante perfume de las flores; / pero amo más a mi hermano el hombre.

Otra vez Tatico

«Se habituó a vivir en la ciudad y ahora no quiere saber ni jota del monte —certifica Ana—. Cuando lo hemos llevado se niega a trinar y se pone triste. ¡Hasta le tiene miedo a las vacas! Pero voy a insistir, porque se me ha metido en la cabeza que aprenda a imitar a un pichón de guanajo. Es difícil, lo sé. Pero Tatico es muy aplicado».

El ave duerme dentro de la casa. La primera copla la suelta por la mañana, en dependencia de su estado de ánimo. Luego lo sacan de la jaula hasta el atardecer, cuando lo encierran de nuevo con un trapo encima para que no le moleste la luz. Si Ana demora, la recibe con un trino peculiar. Ella sabe si es en tono de regaño o de alegría.

«También le encanta hacer travesuras —añade Ana—. Hace poco se nos extravió durante más de media hora y, después de buscarlo por los rincones de la casa, lo encontramos escondido debajo del mueble del televisor. La gente de por aquí estaba muy preocupada, porque Tatico es muy popular y lo conocen en todo el reparto Buena Vista».

Cuando Faura y yo estábamos a punto de tomar el camino de retorno, el sinsonte lo presintió. Entonces, a guisa de despedida, nos obsequió una de sus tonadas. Luego prosiguió picoteando un trozo de pimpinillo. Fue ahí cuando reparé en la polisemia de algunos aforismos. Y pensé que con Tatico no va aquello de «ni canta ni come frutas».

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