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Alberto Díaz Gutiérrez (Korda), ver con el corazón

El más universal de los fotógrafos cubanos, a pesar de la fama y el éxito, siguió siendo aquel soñador sencillo que se apropiaba de las palabras de El Principito: «Solo se ve con el corazón, lo esencial es invisible para los ojos»

 

Autor:

Kaloian Santos Cabrera

Las condiciones ese día no eran las mejores para hacer fotografías: el clima invernal, la luz opaca, ralladuras en la lente del telefoto… En fin, que aquel sábado gris y doloroso del 5 de marzo de 1960, Alberto Díaz Gutiérrez (Korda) ni siquiera sospechaba que tenía la instantánea que luego se convertiría en la más reproducida de la historia y lo coronaría como el más universal de los fotógrafos cubanos.

Un instante en la historia

Varado en el muelle de Tallapiedra en la Bahía de La Habana, con un cargamento de armas y municiones, explotaba el 4 de marzo de 1960 el buque francés La Coubre. La consumación de ese sabotaje privó de la vida a un centenar de personas. Al otro día, miles y miles de cubanos colmaron la céntrica avenida 23 para despedir el duelo de las víctimas del siniestro hecho. Encima de una tarima instalada donde la importante calle se cruza con 12, hablaba enérgico Fidel (fue durante ese discurso donde expresó por primera vez la consigna de Patria o Muerte).

Entre quienes acompañaban hace 50 años, al líder de la Revolución en la improvisada plataforma, estaban el Che, retirado en una segunda fila donde era casi imperceptible, y los franceses Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, asistidos por la traducción del hoy Premio Nacional de Literatura Jaime Saruzky.

Desde la llegada al acto del filósofo existencialista y su compañera, Korda, que registraba sus pasos por toda la Isla, paneaba la presidencia, desde la muchedumbre, con su máquina Leica, provista de un desgastado lente de 90 milímetros, pero ideal para hacer retratos. El rollo estaba a punto de terminársele al enviado del periódico Revolución, cuando de pronto «aparece desde atrás la figura legendaria del Che ante mi cámara. La expresión de sus ojos fue tan fuerte que me turba unos instantes, me muevo, me tambaleo, pero inmediatamente oprimo el obturador y tomo dos fotos, una horizontal y otra vertical. Acto seguido la figura desaparece de nuevo por el fondo. No fue concebida, fue intuida», contaba el maestro Korda en cada entrevista, reportaje o documental, cuando se refería al momento en que tomó la famosa foto a la que tiempo después tituló Guerrillero Heroico.

Una vez en el laboratorio, Korda, para quien el final de la composición de una foto resultaba del reencuadre que posibilita la ampliadora, eligió el negativo horizontal, marginó del lado derecho unas ramas de palmera y del otro el medio perfil de una persona. De ese modo compuso un retrato vertical, impecable, donde resalta la mirada del Comandante como protagonista desafiante.

Sin embargo, esa foto no formó parte del reportaje que publicó en Revolución sobre los sucesos en torno a la explosión de La Coubre. Tampoco estuvo incluida en el excelente número de Lunes de Revolución, el suplemento cultural de dicho periódico.

La foto del Che terminó colgada en el estudio que compartía Alberto con Luis Pierce y Genovevo Vázquez, sumada a otras instantáneas queridas, como un retrato de Pablo Neruda y una escena del nacimiento de su hijo Fidel Alberto, entre otras. Fue el 19 de agosto de ese mismo año cuando el retrato vio la luz pública en el mencionado diario. Se anunciaba la presencia del doctor Ernesto Che Guevara en el acto inaugural de las charlas de capacitación revolucionarias organizadas por el Ministerio de Salud Pública. Sin embargo, pasó inadvertido.

Solo tras el asesinato del Che en Bolivia, en octubre de 1967, en contraposición con las imágenes de su muerte difundidas por la CIA, es que la instantánea de Korda comienza a recorrer el mundo gracias al editor italiano Giacomo Feltrinelli.

Procedente del país andino, Feltrinelli llegó hasta la Casa de las Américas en el verano de 1967 en busca de una foto del Che. Haydée Santamaría, presidenta de la institución, le propuso que se llegara hasta los Estudios Korda, ubicados en un apartamento de la calle 21 entre N y O, en el Vedado. Al entrar, Giacomo quedó prendado de la imagen de Guevara pegada a uno de los estantes.

«Le gustó mi retrato y pidió que le hiciera dos copias en 30 por 40 centímetros y papel brillo. Se las regalé… Un mes después del anuncio oficial de la muerte del Che, Feltrinelli presentó mi foto en Milán en un afiche de 100 por 70 centímetros y los estudiantes se echaron a la calle con ella al grito de Che vive…», rememora Korda en una entrevista concedida al colega Ciro Bianchi Ross, fechada en 1991.

Nunca cobró un centavo por la foto. Sin embargo, el editor italiano, en solo unos meses, vendió un millón de ejemplares del poster a cinco dólares cada uno. El famoso cartel que lanzó la figura del Che como símbolo de rebeldía, llevaba acuñado en su margen inferior izquierdo el copyright «editorial Feltrinelli». Giacomo nunca reconoció en público a quién pertenecía esa foto.

El hombre que siguió adelante

En su libro Antología visual de Ernesto Che Guevara en la plástica y la gráfica cubanas (Letras Cubanas, 2006), su autor, el doctor Jorge R. Bermúdez, al referirse al resto de la iconografía guevariana, a la trascendencia de la instantánea Guerrillero Heroico y a las razones de la preferencia de esta a escala universal, expone: «Si las fotos de Freddy Alborta hechas al cadáver del Che en la lavandería de Vallegrande crean la imagen crística del Guerrillero Heroico y, por consiguiente, prefiguran la del guerrillero-santo, la foto de Korda, tomada en el denominado “período épico” del fotoperiodismo revolucionario cubano, configura la imagen del combatiente rebelde, es decir, la del héroe. Esta fue la que se enarboló en pancartas, carteles y otros objetos visuales, en las memorables jornadas de protestas de jóvenes norteamericanos contra la guerra de Vietnam, en las barricadas parisinas durante la llamada Revuelta de Mayo, en la masacre de Tlatelolco, en los enfrentamientos de Milán, en la Primavera de Praga… No creían en la muerte, sino en el ejemplo. No creían en el Che de Alborta, sino en el de Korda».

La foto ha ganado fama también debido a disímiles manipulaciones. En el año 2000, la marca de vodka Smirnoff la utilizó para llevar adelante una de sus campañas publicitarias. Korda entabló una demanda y triunfó el 14 de septiembre, día en que cumplía 72 años. Esa anécdota es muy conocida, entre otros motivos, porque ganó más de 60 000 dólares. Lo que muy pocos saben es que, según me contó hace unos años el fotógrafo Liborio Noval, Korda donó íntegramente ese dinero a la Salud Pública cubana, sin publicidad ni alarde alguno.

Sin restarle ningún mérito, habría que decir que el retrato Guerrillero Heroico no basta para resumir la maestría de Korda. El azar de haber sido «el autor de la foto del Che» opacó en alguna medida una parte importante de sus más preciados trabajos. Me refiero a su quehacer en el campo de la moda y la publicidad.

Para la crítica de arte Cristina Vives, Premio de Curaduría 2009 por la exposición Korda conocido desconocido, referente al libro homónimo presentado por ella en 2008 junto a Mark Sander (editorial La fábrica), esa instantánea representa la paradoja histórica y artística en la que Korda se vio atrapado.

«Esa imagen fue su clímax (considerada la obra más reproducida en la Historia del Arte occidental tras la Gioconda de Da Vinci) y su estigma (el lugar común cuando se habla de su legado artístico)», puntualiza la también investigadora, quien en un ensayo afirma:

«Korda no era consciente de que sus mejores fotografías eran el resultado de una “construcción” artística (…). Tampoco era consciente de que él estaba conformando una iconografía de la Revolución a través de sus líderes. Este proceso le llevó años, y lo hizo, básicamente, utilizando la figura de Fidel. El Che no fue precisamente el “sujeto” más privilegiado en este empeño, pues no fue un personaje cercano y solo le tomó algunos rollos de película. Quizá por ello insistía en reiteradas entrevistas, con razón, que la fotografía del Che fue solo un instante de suerte».

Y en efecto, en ese rollo de marca Kodak-Plus donde se guarda la foto universal, el Comandante cubano-argentino solo aparece en los fotogramas 40 y 41. En las pruebas de contacto salta a la vista que el fotógrafo dedicó ese carrete casi por completo a Fidel mientras discursaba, y a la pareja de galos. Luego aparecen un par de medios planos al Capitán del Ejército Rebelde Antonio Núñez Jiménez y cuatro panorámicas de los integrantes de la tribuna.

A pesar de la fama y el éxito, Alberto Díaz Gutiérrez siguió siendo aquel soñador sencillo que se apropiaba de las palabras de El Principito: «Solo se ve con el corazón, lo esencial es invisible para los ojos». Korda creía que «cualquier ser humano con sensibilidad y cualquier cámara, puede hacer una imagen que conmueva a la persona que la ve, que transmita la sensación que él percibió». Para el gran artista esa era la letra A de la fotografía.

Su ayudante y discípulo desde los años 60, José A. Figueroa, en un correo electrónico que circuló entre un grupo de amigos tras conocer la muerte de su maestro en París, en 2001, lo describió con exactitud:

«Fue el primer millonario cubano pobre, y siguió adelante; el segundo cubano en estar en el libro Guinness de récords, y siguió adelante; el hombre con más reproducciones de su obra en t-shirts y ceniceros, y siguió adelante; el hombre con más mujeres hermosas en su haber, y siguió adelante; el artista cubano con más documentales, y siguió adelante; el hombre que perdió por dos veces la mayor parte de su obra, y siguió adelante».

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