Hoy es imposible concebir el desarrollo de la sociedad humana sin los beneficios de los servicios energéticos basados en el uso de la electricidad y el transporte automotor. Estos facilitan nuestras actividades brindándonos confort y calidad de vida. El desarrollo de la ciencia y la tecnología, unidos al aumento de la utilización de los recursos energéticos, han posibilitado la industrialización, el desarrollo educacional, la informatización y el mejoramiento de los índices de salud.
Gracias a los medios de transporte modernos, personas y mercancías pueden trasladarse a lo largo de grandes distancias por aire, mar o tierra en tiempos relativamente cortos. Sin embargo, el sistema energético actual descansa en recursos concentrados, de los cuales existen reservas limitadas en algunos sitios de la geografía global, lo cual es causa de inseguridad y tensión internacional.
La utilización de los combustibles fósiles ha provocado daños al medio ambiente. Su combustión en las unidades de generación de electricidad y en los motores que impulsan los medios de transporte, ha provocado la emisión de gases contaminantes y partículas que han ocasionado cambios en la composición de la atmósfera terrestre, así como impactos ambientales a nivel local y regional con afectaciones en la calidad del aire, fundamentalmente en las grandes ciudades.
Sin embargo, a pesar de lo mucho que se habla acerca del agotamiento de estos recursos y del impacto que su empleo ha ocasionado, aún no se percibe una conciencia generalizada de la gravedad de la problemática energético-ambiental y, sobre todo, que se actúe en consecuencia. Algunos la llaman situación de «emergencia planetaria». Desafortunadamente ni se equivocan ni exageran. La concentración de los gases de efecto invernadero (GEI) ha alcanzado niveles nunca vistos en millones de años. Debido al sobrecalentamiento global los eventos meteorológicos extremos, cada vez más frecuentes, causan muerte y devastación en todo el globo terrestre. Se derriten los hielos polares perpetuos y los glaciares retroceden. Aumenta el nivel del mar sepultando territorios bajo las aguas oceánicas. Se estima que hasta un 40 por ciento del territorio de la Ciénaga de Zapata, el mayor humedal del Caribe, podría quedar bajo el mar en los próximos 60 años. El gobierno de Tuvalu, un Estado insular situado en el Pacífico, ha negociado con Nueva Zelanda evacuar eventualmente su población debido al impacto del cambio climático. Ante semejante peligro están también Vanuatu, Kiribati y muchos otros territorios y ciudades costeras de todo el mundo. Ecosistemas de gran valor por su biodiversidad e importancia para el sostenimiento de la vida, como las selvas tropicales y los arrecifes coralinos, son devastados por el impacto directo o indirecto de la acción irresponsable de los seres humanos.
Hace tres décadas, el físico soviético Kapitsa llamó la atención sobre la gravedad de la crisis energética y dijo: «La causa de esta crisis es evidente y se tiene plena conciencia de ella. Más del 90 por ciento de los recursos energéticos que ahora se utilizan son materiales combustibles como el carbón, petróleo, gas natural, etc. En ellos la energía química se acumuló, gracias a procesos biológicos a lo largo de millones de años. Al ritmo del gasto actual, las reservas con que se cuenta se agotarán en un futuro cercano. Es claro que es muy difícil decir exactamente cuándo esto ocurrirá, pero se puede asegurar que será dentro de uno o dos siglos».
Las fuentes no renovables de energía han cubierto la mayor parte de las necesidades energéticas mundiales y han sostenido el espectacular desarrollo experimentado por una porción de la humanidad, en los últimos 150 años. El líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, ha expresado que el modo irracional en que han sido utilizados estos recursos no renovables ha «dañado considerablemente la naturaleza y creado modelos de consumo absurdos e insostenibles» que han provocado que «en apenas un siglo se han quemado y lanzado al aire y a los mares, como desechos de gases y productos derivados, gran parte de las reservas de hidrocarburos que la naturaleza tardó cientos de millones de años en crear».
Se estima que las reservas globales de petróleo se agotarán en unos 40 años, mientras que las de gas natural y carbón expirarán en 60 y 200 años, respectivamente. El uranio del que se abastecen las centrales electronucleares, también posee reservas limitadas.
El clima global, resultado de una compleja interacción entre la radiación solar, la atmósfera y los océanos, está siendo alterado por la acción humana debido a la emisión de gases que aumentan el efecto de invernadero natural. En nuestro equivocado afán por dominar la naturaleza, hemos adquirido la peligrosa capacidad de autodestruirnos. Pretenciosos, egoístas, arrogantes y prepotentes, los seres humanos hemos «jugado a ser Dios» con el clima.
Pero, aunque la magnitud de los problemas es grande, no debemos perder la esperanza. No hay tiempo para descansar ni espacio para el pesimismo en esta carrera por la vida que es alcanzar el desarrollo sostenible. Educadores, economistas, comunicadores, sociólogos, políticos, científicos, y la gente común, tienen mucho que hacer en cada uno de sus espacios para educar y crear conciencia social a través de la participación ciudadana en la búsqueda de soluciones y alternativas, ya sea para frenar o para adaptarnos al cambio climático y sus devastadores efectos. Hay que trabajar intensamente en la esfera de los valores, sensibilizando acerca de la necesidad de usar racionalmente la energía y promover las fuentes renovables.
En su último informe, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC por sus siglas en Inglés) señala que la temperatura media global ha subido 0,74 grados Celsius en los últimos cien años. El IPCC también confirma que los impactos de esta drástica elevación de la temperatura media del planeta, se pueden mitigar estabilizando los Gases de Efecto Invernadero (GEI) de modo que no se supere en dos grados Celsius la temperatura media global respecto a la época preindustrial. Para ello deben usarse masivamente las tecnologías energéticas renovables maduras actualmente disponibles, o aquellas que se espera sean comerciales en el futuro cercano. El ahorro y la eficiencia energética desempeñan también un papel esencial.
Como ha expresado Luis Bérriz, presidente de CUBASOLAR, «el Sol sale todos los días para los africanos, los europeos, los asiáticos y los americanos. El Sol sale para hombres, mujeres y niños. El Sol sale para los pobres y es tan bondadoso que sale también para los ricos. El Sol no puede bloquearse, y nadie puede destruirlo». El aprovechamiento de la energía solar en sus diferentes manifestaciones es la única vía para alcanzar el desarrollo sostenible. Sobre cada metro cuadrado de nuestro territorio nacional, el astro Rey derrama diariamente una cantidad de energía igual a 5 kWh como promedio anual. Esta energía es renovable y limpia.
Según el Inventario Nacional de las Fuentes de Energía Renovables publicado por la Oficina Nacional de Estadísticas, durante el año 2008 el aporte de estas representó casi el 20 por ciento de nuestra producción de energía primaria. En términos energéticos, el aporte superó el millón de toneladas equivalentes de petróleo. La energía eléctrica generada en Cuba con fuentes renovables en el 2008 fue de 680,4 GWh, equivalente al consumo eléctrico del país en unos 18 días. Esta cifra representa el 3,8 por ciento de la generación eléctrica del país.
Según la Oficina Nacional de Estadísticas, Cuba posee unos 19 000 dispositivos de tecnología energética renovable. Los molinos de viento, los calentadores solares, las hidroeléctricas, los sistemas fotovoltaicos y las plantas de biogás, ahorran al año miles de toneladas de combustibles fósiles y evitan la emisión de GEI.
La Revolución Energética de Cuba impulsa también el uso de las fuentes renovables de energía. La generalización del modelo de Generación Distribuida abre paso a la paulatina penetración de las tecnologías energéticas renovables en nuestra matriz energética.
Aún se discute la validez de la teoría según la cual la vida habría llegado a la Tierra desde el espacio exterior. No sabemos todavía con certeza, cuál fue nuestro origen, pero cualquiera que haya sido este, ya no podemos cambiarlo. Sin embargo, somos responsables ante nuestros descendientes, del impacto de nuestras acciones y actitudes presentes para salvaguardar nuestro espacio vital y el de las especies de animales y plantas que nos acompañan en nuestro hogar espacial, el planeta Tierra. «No heredamos la tierra de nuestros padres y abuelos sino que la tomamos prestada de nuestros hijos y nietos». Solo con una profunda convicción de la solidaridad podremos enfrentar los retos actuales y salvar al mundo de la catástrofe ambiental. Pensemos globalmente y actuemos localmente con la certeza de que un mundo mejor es posible.
* El autor es especialista de CUBAENERGÍA y miembro de CUBASOLAR.