BARACOA, Guantánamo.— Lo más seguro que tiene la suerte es que cambia. Y la de ella, antes de 1959, no podía ser peor, severamente golpeada por la vida miserable de nuestros campos, la viudez con cuatro hijos a cargo y, desde la década del 50 del pasado siglo, los efectos de un accidente cerebro-vascular.
Pero no fue por obra de prestidigitación que la existencia de Engracia Blet Plumier, una humilde mujer de Baracoa en Guantánamo, cambió para bien, sino con el alumbramiento del triunfo revolucionario de enero de 1959 y una de las medidas más progresistas que se haya dictado por gobierno alguno del mundo en favor de los pobres: La promulgación de la Primera Ley de Reforma Agraria.
Esa rúbrica suponía el fin de un sistema oprobioso de dominio y explotación de las tierras, a favor de los latifundistas norteamericanos y la erradicación de los desalojos y el arrebato descarado de las mejores parcelas a que eran sometidos de sus verdaderos dueños: los campesinos.
Tal vez como a decenas de miles de guajiros en todo el archipiélago cubano, la ignorancia, el desamparo y el olvido a que fueron relegados desde su nacimiento les impidieron saber con antelación que tal sentencia de libertad se había firmado el 17 de mayo de ese año. Engracia, en cambio, constató muy pronto que la vida empezaba a cambiar a su alrededor, cuando el 30 de noviembre del año 1959 recibió el primer título de propiedad de la tierra entregado por el Instituto Nacional de Reforma Agraria, y firmado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Los habitantes de la incomunicada Primera Villa de Cuba, impresionados por la clarinada agraria colocaron junto al monumento erigido al cacique Hatuey un cartel informativo en grandes caracteres: FIRMA FIDEL EL PRIMER TÍTULO, y como añadidura, la sentencia del líder de la Revolución de que: «Comenzamos a dar la tierra a los campesinos, por donde mismo empezaron a quitársela los conquistadores a los indios, por Baracoa».
El gesto inolvidableFranquear varios cruces sobre el río Toa, el más caudaloso de Cuba, o hacer el viaje en la tradicional cayuca baracoesa entre paisajes espléndidos, es una fascinante aventura, necesaria para llegar hasta la finca La Fruta del Pan, o la finca de Engracia como la reconocen los nativos del terruño.
La dueña legítima de esas tierras, según quedó asentado en el Registro de la Propiedad de Baracoa en el folio 250 VTO, tomo 55, inscripción No. 879, la aprovechó alrededor de cuatro años en el fomento del coco y los cultivos varios, hasta que falleció, aquejada por las heridas del pasado, en 1965.
Sin embargo, el gesto de la Revolución se impregnó en el alma noble de la guajira agradecida, mientras pudo respirar, como le contó al periodista Pablo Soroa Fernández, en 2004, Virginia Navarro, nuera y cuidadora de Engracia hasta la muerte de esta con 70 años de edad.
«Cuando ya no podía moverse ni hablar siquiera, Engracia hacía señas para que le alcanzara el título que había firmado Fidel adjudicándole la tierra, y lloraba mientras lo observaba. Nunca olvidó ese gesto de la Revolución», narró Virginia, quien asegura que ese legado lo transmitió a sus cuatro hijos, que en 2004 tenían una edad avanzada.